Una pequeña turbulencia hizo que el rizado cerrara los ojos y que los apretase con tal fuerza que sus mejillas comenzaron a pintarse de color rojo. Roger tomó su mano y sonrió enternecido mientras se acomodaba la camiseta dentro de los jeans.
—Está bien, cariño. No pasa nada —Tomó sus manos, las apretó suavemente y se alzó sobre las puntas de sus pies para dejar un casto y tierno beso en los labios de Brian— Son solo turbulencias. Te aseguro que en menos de dos horas bajaremos sanos y salvos.
Brian sonrió. Inhaló tanto como sus pulmones se lo permitieron y, lentamente, dejó escapar el aire a través de sus delgados labios. Habiendo recuperado un poco el valor y la compostura, rodeo al rubio por la cintura y sin mucho esfuerzo lo cargó para hacerlo subir al lujoso lavabo. Se acercó a besarlo con una sonrisa que oscilaba entre la ternura y la lujuria. Taylor lo rodeó por el cuello y no tardó en corresponder.
Se besaron lento y profundo hasta que la falta de aire los obligó a detenerse. Y aún embelesado por el increíble momento que habían compartido, Brian abrazó al menor pegándolo por completo a su pecho para disfrutar de su calor y de ese embriagante aroma del que su piel se envolvía siempre que hacían el amor. Sin embargo, aquella relajación que había ganado se acabó al mirar el reflejo de su reloj en el espejo; llevaban encerrados más de cincuenta minutos ahí.
Cualquier persona que hubiese notado su ausencia en los asientos, no debía cavilar mucho para saber en dónde estaban aquellos dos jóvenes entusiastas que durante las horas em el aire ya demostraban una cercanía profunda.
— ¿Te parece si regresamos ya?
Sumado al nerviosismo del vuelo, el de ser descubiertos dentro de ese lujoso baño y, por ende, lo que ahí había sucedido minutos antes, lo hacía incrementar. Roger volvió a regalarle una sonrisa que irradiaba calma y ternura. Acarició sus mejillas, enredó sus piernas en aquellas delgadas caderas en las que adoraba perderse y dejó un pequeño beso sobre su clavícula.
—Todo está bien, Brimi. Todos estaban durmiendo. Te aseguro que nadie notó nuestra ausencia. Además, recuerda que estás conmigo. Yo te cuido de todo.
Un poco más relajado, Brian volvió primero a su asiento, se abrochó el cinturón y miró por la ventana. Perdió la noción del tiempo admirando las nubes desde arriba hasta que sintió una mano en su muslo derecho. Una simple caricia a la cual estaba empezando a volverse adicto.
El rubio se acomodó junto a él apoyando su cabeza en el hombro del más alto. Aspiró el aroma de May, aquel que, sin darse cuenta, le daba una sensación de bienestar y protección infinita.
El resto del vuelo fue tranquilo refugiados en las caricias que ambos se regalaban. Apenas hora y media después de aquel encuentro en el aseo, la voz del piloto los sacó de su ensoñación para informarles del clima en la maravillosa Chicago y el tiempo que tardarían en tomar tierra.
El aeropuerto internacional de O'Hare los recibía con los brazos abiertos. La cantidad de personas que paseaba de un sitio a otro los hacía pasar desapercibidos. El anonimato de Roger en tierras estadounidenses le daba a Brian la paz que Londres no le daba. No habría compromisos, no se iban a encontrar con nadie camino a casa. Roger iba a ser completamente suyo en todos los aspectos posibles.
Durante el trayecto en el taxi, ambos admiraban en silencio la imponente ciudad que se exhibía ante ellos. El sol se reflejaba en los cristales de los rascacielos que se erigían majestuosos sobre el horizonte a orillas del río Chicago.
Y, precisamente ahí, a pocos metros del río, Las cinco estrellas del lujoso Langham tenía boquiabierto al rizado. Mientras Roger pagaba el taxi, Brian trataba de contar los pisos de aquel impresionante edificio.
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Nevermore [Maylor]
FanfictionResponsabilidad. Esa palabra de quince letras resonaba veinticuatro horas al día, siete días a la semana en la cabeza de Roger Taylor, un joven adinerado de veinte años, adicto a la noche londinense. A pocos kilómetros, en una casa humilde de un ba...