Se encontraba sentado en una de las esquinas de esa cama que con el transcurrir de los días parecía volverse aún más enorme. Sus ojos avellana, que meses atrás parecían llenos de vida infinita, en ese instante parecía como si toda ella se hubiera fugado dejándolos apagados, inseguros y con nada más que un vacío grande y doloroso.
Haber vuelto de París parecía haberles dado aire y esperanzas renovadas. Todo parecía marchar como antes de que Roger ingresara a trabajar al Five Doors.
El Five Doors.
Brian estaba seguro que el desgaste que estaba experimentando su relación con el rubio tenía que ver con ese lugar. No habían pasado más de siete días después de haber vuelto de aquel respiro en Francia cuando el rubio comenzó a llegar casi entrada la mañana todos los días. Demasiado cansado para siquiera subir a la habitación, se quedaba tirado en el sofá con la camisa a medio desabotonar y la chaqueta tirada por un lado.
Y también cada día parecía irse un par de minutos más temprano.
Esa noche, Roger paseaba por la habitación recogiendo sus cosas para partir al trabajo. Eran las ocho con doce minutos.
El alto miró a su compañero, después el reloj y negó.
Se mordió el labio y entrelazó sus manos que hasta hace un rato se movían inquietas sobre sus piernas. Suspiró y, tratando de desvanecer el molesto nudo que parecía vivir en el centro de su estómago desde hace un par de semanas de forma permanente, se levantó y, esperando que el ojiazul saliera del vestidor, se paró en la puerta de esta.
La puerta se abrió y Taylor salió con un perfectamente entallado traje en color marino. Brian lo tomó de la mano y trató de sonreírle de forma serena.
—¿Cómo me veo? —habló Roger antes que el rizado pudiera siquiera separar los labios.
Brian carraspeó y su sonrisa se volvió sincera por un instante.
—Hermoso como siempre, amor.
Roger le sonrió a su compañero y después a su reflejo. Alzó la mano que le sostenía el mayor y le mostró el reloj de pulso para darle a entender que necesitaba que lo soltara.
Brian asintió apenado, soltó su mano y sacó el valor que le había tomado semanas reunir. Se paró frente al rubio y soltó aquello que le estaba carcomiendo el alma.
—Roger, quiero pedirte que dejes ese empleo. Deja el Five Doors, por favor. Esto no nos está haciendo bien —Sus manos comenzaron a moverse de un lado hacia otro con completo nerviosismo, intentando canalizar sus miedos a través de esos ademanes— Yo te extraño cada vez más. Extraño abrazarte mientras duermo, extraño el aroma de tu piel al despertar, hacerte el desayuno y salir por las noches a caminar. Yo no puedo seguir así, Rog.
El rubio lo miró incrédulo. Parte de él había tomado esa petición con molestia, sintiendo que Brian se portaba egoísta al no comprender la naturaleza de su trabajo, pero conforme las palabras del rizado avanzaban, su corazón se ablandó un poco. Suspiró y cruzó los brazos a la altura de su pecho.
—Brian, no puedo hacer eso. Tony ha confiado demasiado en mí para hacer crecer el negocio. Hay proyectos interesantes que quiere poner en mis manos. Además, gano suficiente dinero para mantener esta casa y todo lo que conlleva.
El alto suspiró. Sintió como si una daga le hubiese atravesado el alma. El dinero, el maldito dinero siendo otra vez protagonista en la vida de su compañero.
—Roger, el dinero no importa. Podemos mudarnos a otro lugar más modesto, rentar esta casa y con ello y mi empleo podríamos salir adelante, no tienes que seguir ahí. Gastando toda la noche, las madrugadas y parte de las mañanas.
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Nevermore [Maylor]
FanfictionResponsabilidad. Esa palabra de quince letras resonaba veinticuatro horas al día, siete días a la semana en la cabeza de Roger Taylor, un joven adinerado de veinte años, adicto a la noche londinense. A pocos kilómetros, en una casa humilde de un ba...