Epílogo

1.3K 119 267
                                    

"El tiempo lo cura todo".

Es una frase que se dice y se escucha hasta el cansancio. Hasta que pierde el sentido y  se transforma en palabras vacías.

Una frase cargada de mentira.

El tiempo por sí mismo no es una cura, un medicamento o un remedio mágico capaz de sanar un cuerpo o un alma rota.

La voluntad, la capacidad de perdonar, de desechar rencores innecesarios para liberar el alma de sentimientos y pensamientos negativos son el verdadero antídoto para poder sanar las heridas. Junto con el amor.

Cuando el amor es profundo, intenso y puro, se convierte en un aliado poderoso que otorga la capacidad de alejar el dolor y conservar sólo los buenos momentos. Si el amor fue intenso siempre encontrará la forma de prevalecer y sobrevivir sin importar la ofensa de la que haya sido objeto. Sin importar la ausencia. Ni la distancia.

Ni siquiera la muerte.

. . .

Era extraño volver. Debido a las circunstancias por las que había salido de ahí y la que lo había traído de vuelta, regresar se sentía como habitar en una realidad a la que no pertenecía.

Mirar a cada uno de los rincones era toparse con una de tantas memorias que esas paredes guardaban celosamente. Algunas gratas otras no tanto. Todas formaban parte del hombre en el que se había convertido.

Hacía diez años que no pisaba aquella casa pero parecía que no había pasado el tiempo. Seguía intacta. Hasta su habitación estaba tal como la dejó.

Corrió las cortinas para que la luz del sol entrase y al instante le regaló una fugaz sonrisa a la nada observando la que había sido la habitación del que aún consideraba su mejor amigo. Recorrió las estanterías y los libreros que contrario a lo que podría pensarse no guardaban una sola partícula de polvo. Se sentó sobre la cama y tomó entre sus manos la foto que reposaba en la mesita de noche en la que se podía ver a su padre y a él el día que terminaron su guitarra. Pasó los dedos por encima del cristal, limpiando de este una gota furtiva que cayó de sus ojos sin permiso.

—Perdóname, papá.

—Él te perdonó hace mucho, cariño —la voz de Ruth sonó suave y cariñosa como siempre. Sonrió con un deje de pena al dejar al descubierto que espiaba a su hijo en ese momento tan íntimo—. Le costó muchísimo entender, creo que no lo llegó a hacer del todo, pero te quería.

—Lo sé, mamá. Siento no haber estado aquí cuando murió.

—Estabas donde tenías que estar, Brian. No hubiese traído nada bueno que hubieses vuelto a esta casa. Hubiera sido mucho peor.

Brian sabía que su madre tenía razón. Las peleas hubieran vuelto, Harold hubiese tratado de reconducir su vida y ambos lo sabían. Alejarse de él había sido la mejor decisión aunque pareciera lo contrario.

—Aún así, debí estar contigo. Te dejé cargar con un peso muy grande, fue injusto para ti —Su mirada regresó a la fotografía. Contempló las sonrisas de ambos; él se veía feliz, radiante con su majestuosa guitarra a cuestas. Harold sonreía orgulloso de su muchacho. La melancolía lo golpeó en ese momento. Quiso recordar alguna vez en la que su padre le hubiera sonreído así y fue duro darse cuenta que esa sonrisa se fue haciendo cada vez menos común.

—Mi vida, estás aquí para su funeral —Ruth se sentó a su lado, tomó su mano y la apretó con suavidad— Vas a poder despedirte de él. Darle el último adiós —Brian se acercó más a su madre y le dio un tierno abrazo.

—Perdóname tú también, mamá. Sé que no soy el hijo que mereces tener y lo siento. Te quiero.

Ruth respondió al abrazo de su hijo entre sollozos. No sabía cuántas veces más le tenía que decir que no debía pedir perdón por ser como era pero esta vez dejó que se desahogara. Brian necesitaba llorar, sacar esos sentimientos que con el paso del tiempo se fueron acumulando sobre sus hombros. Sabía que estar en sus zapatos no era sencillo y aún así se había convertido en un hombre admirable.

Nevermore [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora