1. Reencuentro

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El humo acarició lentamente los labios cortados de Vittorio. Mientras tanto, sus dedos jugueteaban con un cigarro encendido. Ya había perdido la cuenta de los que se había fumado esa tarde. Últimamente la garganta se le resentía más de lo normal y no dejaba de carraspear, pero echarle la culpa al tabaco era un sinsentido. Prácticamente todo el mundo fumaba, desde el más niño hasta el viejo, y muy poca gente podía permitirse los cigarros de calidad que él consumía diariamente. Eso, y el whisky con el que se aclaró esa garganta que ya quería empezar a toser.

Vittorio se aflojó la corbata con un par de dedos y suspiró, reclinándose más en el sillón. Aquel día fue muy tranquilo, y sus labores se resumieron en recibir información sobre las cuentas de su empresa y poco más. A decir verdad, la tranquilidad estresaba a Vittorio. Durante toda su vida había estado dando tumbos de un lado a otro y apenas había tenido tiempo para descansar. De hecho, recordaba las noches de su infancia y adolescencia como los peores momentos, ya que la calma nocturna era la ocasión idónea para reflexionar sobre su vida. Cuando entró en la adultez decidió que ninguna noche más volvería a atormentarle, aunque lo cierto es que en esa etapa todo empeoró.

Otro trago. El vaso ya estaba vacío, y tan solo se escuchó el sonido del hielo chocando contra el cristal cuando éste fue depositado sobre la mesa. Vittorio miró la botella de whisky que tenía a su derecha, cavilando sobre si debía consumir más de ese líquido ámbar. Sin embargo, llegó a la conclusión de que ya era suficiente. Él no era un borracho... se negaba a serlo. Su ceño se frunció durante unos segundos, los suficientes como para conferir a su rostro una expresión de dureza que hubiese atemorizado a cualquiera. Pero allí solo estaba él, como siempre. No obstante, la soledad no duraría demasiado. Vittorio había decidido beber, a parte de por puro aburrimiento, por el hecho de que esa noche tenía una fiesta. Cuando aceptó la invitación, pensó que estaría bien algo de diversión. Sin embargo, conforme se iba acercando la hora, las ganas de aguantar toda esa parafernalia se iban esfumando. Por unos instantes se planteó el no ir, pero después de todo, su asistencia allí también eran negocios. Y él nunca dejaba escapar uno bueno.

Vittorio se levantó del sillón, apagando el cigarro en el cenicero y tapando la botella de whisky. Caminaba arrastrando los pies, casi como un alma en pena, pero al escuchar los pasos de su ama de llaves recuperó la compostura y comenzó a moverse con garbo y gallardía.

—Valentina—dijo Vittorio, a modo de saludo, mientras seguía caminando.

—Señor, disculpe.

Vittorio miró hacia atrás. Valentina se había detenido.

—¿Qué pasa?

—Le recuerdo que a las diez pasa Leonard a por usted, para acudir a la villa del señor Lucchesi.

—Lo sé.

Valentina asintió.

—¿Necesita alguna ayuda? ¿Planchado?

—No, está todo bien. Gracias, Valentina.

Vittorio se giró y siguió caminando. Quedaba poco para que dieran las diez, y aún no se había preparado... pero qué demonios, iría a esa fiesta.

🖤

Villa Lucchesi estaba repleta de gente. Hombres exquisitamente trajeados, y mujeres vistiendo la última moda, llena de brillos, joyas y flecos. Los perfumes franceses se confundían en una nube tóxica que podía tumbar a todo aquel que la cruzase. Vittorio recordó todos esos ensayos que había leído sobre la Gran Guerra y las armas químicas que se utilizaron en ella. Probablemente Ernest Beaux aprovechó algunos de sus compuestos para formular el perfume Chanel nº 5.

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora