6. Nada personal

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A Francesco le gustaba vivir a lo grande, y la imponente fachada de su villa era otro ejemplo más de la ostentación de la que siempre hacía gala el jefe de la familia Juliano. Pero si el exterior ya impresionaba, el interior era como entrar a un mundo de lujos y excentricidades por doquier; los suelos de mármol, animales exóticos disecados y cuernos de marfil de elefante gigantes eran solo un pequeño ejemplo del dinero que las mafias de Nueva York podían llegar a mover.

Elizabeth observaba cada detalle con tanto detenimiento que parecía estar recopilando mentalmente cientos de notas para su investigación periodística. Vittorio pudo suponerlo al verla tan concentrada en el entorno que la rodeaba, en vez de en las fanfarronadas que soltaba Juliano constantemente. «Demasiado tranquila como para estar dentro de la boca del lobo», pensó Vittorio. Él se sentía algo incómodo, incluso nervioso, aunque su aspecto exterior era completamente plano, de un hombre impasible y tranquilo, inalterable. Aquella era su marca personal, la imagen que se había forjado a sí mismo con los años. Por ello era don Vittorio Puzo, y no un carnicero cualquiera con problemas de alcoholismo de Hell's Kitchen.

—¿Les piacce a mis invitadas la copa que les he servido?

Juliano mostraba los dientes, enmarcados en una enorme sonrisa, al mismo tiempo que mordía un puro, aún sin encender. Vittorio le daba vueltas al suyo, sin demasiada intención de fumarlo, mientras miraba de reojo a Elizabeth. Esta reía, charlaba y se comportaba como pez en el agua. La había visto temblando a la salida de la Sala El Gorrión, y en sus ojos se podía percibir pánico. Sin embargo, cuando entraron al salón de estar de la villa de Juliano, su actitud cambió por completo. Vittorio estaba gratamente sorprendido con las artes del engaño y el disimulo de la señorita Colvin.

—Es delicioso, cítrico, pero no demasiado fuerte—Elizabeth paladeó el limoncello con gusto. Después miró a Dorothy—¿No crees?

La señorita Hayes le devolvió la mirada a Elizabeth, aunque de una manera mucho menos amistosa. La tensión entre ambas podía palparse, y Juliano parecía encantado con ello.

—Lisa, tienes un gusto exquisito, querida—dijo Juliano, nada más encenderse el puro y pegarle la primera calada—. Dolly creo que tiene el paladar atrofiado en cuanto a bebidas espirituosas, igual que el pequeño Vitto.

Vittorio elevó una ceja al escuchar su nombre en aquella conversación destinada exclusivamente a enfrentar a las dos señoritas presentes. La aguda voz de Dorothy captó su atención.

—¿Por qué lo de pequeño?

—Porque es un niño—contestó Francesco, riendo por lo bajo.

Vittorio se cruzó de brazos y sonrió de lado.

—No tienes muchos años más que yo, Frank. Físicos, me refiero. Mentales es otra historia.

Elizabeth reprimió una sonrisa al escuchar la respuesta, mientras que Dorothy volvió a mirar a Vittorio con elevado interés.

—Cuando cumplas los treinta en otoño tendrás derecho a ser considerado un hombre, pequeño Vitto.

—¿Tienes veintinueve?—preguntó Dorothy.

—Muy perspicaz, Dolly. Me sorprende que sepas restar tan bien—Juliano rió estruendosamente, y entonces se palmoteó las piernas a sí mismo—. ¡Ven aquí, bonita! ¡Papi quiere darte un premio por haber sacado notable en matemáticas!

Sin pensárselo dos veces, Dorothy se levantó de su asiento y se subió al regazo de Juliano. Quedó sentada encima de sus piernas, y Juliano la agarró con fuerza, dejándola bien pegada a él.

—Eres tan malo conmigo, Frankie...—se quejó Dorothy, usando un fingido tono de voz triste e infantil.

—Es lo que a ti te gusta... ¿verdad? Que sea malo contigo...

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora