Parecía tarea imposible encontrar un lugar solitario en esa villa donde la fiesta no paraba nunca, pero Vittorio lo consiguió. Halló su refugio detrás de un árbol, lejos de la música y la gente. Acompañado por una botella de champagne que recogió en mitad de su huída, se sentó en el césped y empezó a beber. Ni si quiera le gustaba esa bebida, pero necesitaba ahogar su sed con algo que le calentara la garganta y el corazón.
Vittorio quería desahogarse, pero no sabía cómo. Era incapaz de llorar, y golpear el tronco del árbol solo le provocaría terminar con una mano rota. El alcohol era su única vía de escape, para su desgracia. Se sentía débil, como un traidor, deshonrando la memoria de la madre que le había parido, y también la de su hermana. Deshonrando a sus otros padres, los que le dieron todo lo que tenía.
«Conviertes en mierda todo lo que tocas, Vitto» pensó «Incluso cuando intentas hacer las cosas bien, se revuelven en tu contra... mírate, bebiendo como un pusilánime. Eres más Amato que Puzo. Eres bazofia»
Sus insistentes pensamientos, aderezados con un buen trago de champagne, se vieron interrumpidos al escuchar unos pasos ligeros en el césped. Vittorio se llevó una mano a la frente. Imaginó que alguno de sus hombres se habría enterado del enfrentamiento y le había ido a buscar. Sin embargo, una voz femenina le hizo alzar la mirada.
—Vittorio.
Vittorio soltó la botella de vidrio, pero no hizo el amago de levantarse. Estaba agotado después del enorme enfado que había tenido.
—¿Qué haces aquí?—preguntó, con voz neutra.
—¿Qué voy a hacer? ¿Pensabas que me iba a ir a seguir con la fiesta? Te he estado buscando por todas partes—dijo Elizabeth, sentándose a su lado.
Vittorio apartó la mirada y reprimió un suspiro. Ella le observó atentamente. Notó que bajo sus ojos surcaban dos profundas ojeras, y que su pelo estaba despeinado y caía por su frente. No olía demasiado a alcohol, aunque sí a tabaco. Pero sin duda, lo que más impresionó a la muchacha fue su expresión. Era como si a Vittorio le hubiesen arrancado el alma. Y por desgracia, ella sentía algo muy similar al verle de esa manera.
—Juliano es el ser más despreciable que he conocido en toda mi vida—dijo Elizabeth, después de unos instantes en silencio—. He sentido... una angustia, y una impotencia...
Vittorio dejó la mirada perdida mientras la escuchaba. Se limitó a asentir lentamente.
—Creo que has actuado bien—añadió ella.
Tras una pequeña cavilación, Vittorio miró a Elizabeth. Aún en la oscuridad de la noche, la tenue luz que proyectaba la Luna y la paulatina costumbre a la ausencia de la misma les permitía mirarse a los ojos con cierta claridad.
—No deberías de haber presenciado algo así.
—¿Entonces para qué me pediste que te acompañase?
Silencio. El hombre se peinó el flequillo hacia atrás.
—¿Nunca dejarás de hacer preguntas?
Elizabeth apoyó la cabeza en el árbol y suspiró, cerrando los ojos. No, no quería dejar de hacerlo. Se moría de ganas de que Vittorio le explicase cual era el origen de todo aquello que Juliano había soltado por su boca. Sin embargo, tenía que callar, como con todas las piezas que había recopilado respecto a su pasado. Éstas comenzaban a encajar a la perfección, a falta de los últimos anclajes, que eran los detalles que solo Vittorio conocía.
Y como si le hubiese leído la mente, Vittorio volvió a hablar.
—¿Recuerdas cuando te llevé a mi barrio?
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Éxtasis
RomancePoder, estatus, dinero. Con medio Nueva York a sus pies, don Vittorio lo poseía todo para disfrutar de la buena vida. Sin embargo, el joven jefe de la familia Puzo tenía el alma rota. Quizá por eso no sintió ni un ápice de culpa después de enviar a...