20. San Genaro

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Vittorio esperaba en su coche, con la ventanilla bajada y fumándose un cigarro. Movía una de sus piernas con insistencia, al mismo tiempo que miraba hacia la entrada del local. Al ver a Elizabeth, lanzó el cigarro a la calzada y su cuerpo quedó quieto. Todo signo de nerviosismo se desvaneció en ese instante.

—¿Vittorio?—dijo ella, a través de la ventanilla. Sus grandes ojos se abrieron más de lo habitual, y sus cejas se alzaron en un gesto de confusión. Por encima de todo, sus labios se estiraron en una alegre sonrisa.

—Entra—contestó él, con una sonrisa más ligera.

Elizabeth obedeció y se sentó en el lugar del copiloto. Al cerrar la puerta, suspiró con alivio. Vittorio la miró a los ojos, y en su rostro volvió a reinar la calmada severidad que le caracterizaba.

—¿Cuantas veces has llamado esta semana?

—No pude escaparme, pero pensé en hacerlo el...

—Me has tenido preocupado—interrumpió—. Desde que volví de Chicago no he tenido noticias de ti.

Elizabeth calló y se ruborizó levemente.

—Tampoco quería molestar, no he conseguido nada.

—Bueno.

Vittorio arrancó el automóvil y se incorporó a la carretera.

—¿Y tú? ¿Ha ido bien el viaje?

—Hm.

Elizabeth miró por la ventanilla durante unos segundos. Tan solo se escuchaba el ruido del motor y el carraspeo de la garganta de Vittorio.

—¿Por qué has venido a recogerme?—preguntó Elizabeth, al fijarse de nuevo en el conductor—. ¿No quedamos en que ya no...?

—Quiero enseñarte algo.

La joven dejó los labios entreabiertos y frunció levemente el ceño a causa de la nueva interrupción. No le gustaba demasiado que le dejase con la palabra en la boca. No obstante, no se quejó y le contestó con naturalidad.

—¿Qué cosa?

—Ya lo verás.

Vittorio miró a Elizabeth durante unos instantes. Su tono pareció hacerse más afable, y la dureza de su expresión se dulcificó.

—¿Tengo que asustarme?—contestó ella, incapaz de reprimir una sonrisa ante la pequeña muestra de calidez de Vittorio.

—Depende de lo preparada que vayas.

Elizabeth tomó su bolso.

—Hace tiempo, alguien me dio una valiosa lección y, desde entonces, siempre voy preparada.

Vittorio volvió a mirarla. Esta vez no pudo evitar sonreír por completo.

—No creo que te haga falta, pero bueno es saberlo. Me congratula que al fin te hayas familiarizado con mi pistola.

—Sí, aunque me temo que necesito alguna clase más—una expresión traviesa apareció en el rostro de Elizabeth.

Vittorio elevó las cejas y entornó los ojos.

—Todo a su debido tiempo, señorita.

🖤

—¡Es increíble, esto está lleno de gente!

Elizabeth miraba a todas partes, con enorme interés. Los colores, los olores, los sonidos y la sorpresa de que Vittorio la hubiese sacado de El Gorrión para llevarla allí, hacían de ese ambiente festivo una experiencia única. Vittorio le explico que ese sábado era una jornada especial para la comunidad italo-americana de Nueva York: el día grande de las festividades de San Genaro, que llenaban las calles del East Side de alegría y alboroto.

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora