2. La visita

1.2K 120 46
                                    

No importaba cuantas veces hubiese salido al escenario, Elizabeth siempre sentía unos nervios aterradores antes de la actuación. Sin embargo, allí arriba era todo distinto: el tiempo pasaba como un suspiro y muchas veces apenas recordaba nada, salvo el sonido atronador de la música y el público.

Aquella noche nada cambió. Cuando el número terminó, la periodista reconvertida en bailarina se refugió entre bastidores, deseando descalzarse los incómodos tacones y limpiarse la cara. No le gustaba la sensación de todo ese maquillaje barato tapando los poros de su piel, el burdo pigmento de la sombras entrando en sus ojos, y el sabor rancio del carmín rojo pasión. Después, podría ir a descansar, pues afortunadamente Francesco Juliano no había acudido al local esa noche. Cada vez se sentía más incómoda con su presencia, y con esa especie de juego de seducción en el que le repugnaba pensar que debía participar, tarde o temprano. No obstante, no había salida. Ella misma había elegido dejarlo todo por una causa que, en ocasiones, se le hacía difusa ¿Qué pensarían sus padres si supieran a lo que se dedicaba, o con el tipo de personas con las que se codeaba? Y lo que es peor ¿Qué pensaría su yo del pasado, si se viese de esa manera? Tanto dinero invertido, tanto esfuerzo... ¿Para terminar siendo el juguete de la mafia? Cuando todos esos pensamientos se agolpaban en su mente a punto de bloquearla por completo, la imagen de Jessica atada en la cama del hospital le hacía recuperar la cordura. Quien lo diría.

Elizabeth se quitó los pendientes, acariciándose los lóbulos de las orejas. Cuando iba a tomar un algodón para desmaquillarse, los pasos elegantes de la señora Molly resonaron en los camerinos. A pesar de todo el ruido, aquel sonido era inconfundible. Elizabeth, no obstante, no se giró para mirarla, pues no creía que su repentina visita tuviese que ver con ella, pero cuando comenzó a notar los ojos de todas y cada una de las almas allí presentes sobre su cogote, supo que algo iba a pasar con ella esa noche, en apariencia, tranquila.

—Lisa, bonita—la voz de Molly era suave, tanto que sonaba incluso poco natural. Aquello le puso los pelos punta. Los enfados de la madame daban miedo, pero los momentos en los que no sabías por donde iba a salir, eran aún peores—. No te quites el maquillaje, aún no has acabado esta noche.

Nada más pronunciar su nombre-tapadera, Elizabeth se giró hacia la señora Molly. Obedeciéndola, su temblorosa mano derecha dejó el algodón que sostenía con rapidez sobre el pequeño y destartalado tocador que le correspondía. En seguida, Molly prosiguió con sus explicaciones.

—Un cliente muy especial acaba de hablar conmigo, y me ha pedido que le ofrezcas un baile privado. Levántate y ven conmigo.

Las chicas murmuraron entre sí cuando escucharon la orden de la madame. Elizabeth, que tenía una idea completamente distinta para esa noche, tardó en reaccionar. Miró a todas partes, aturdida, y apoyó las manos en el tocador para levantarse, chocándose incluso contra él. Su torpeza no perdonaba, y menos en momentos como ese. Molly hizo un mohín de desagrado, pero no dijo nada. Cuando Elizabeth quedó a su altura, ésta comenzó a caminar, con esos andares tan elegantes y sensuales que la caracterizaban. 

—¿Quien es ese cliente?

La voz de Elizabeth destilaba una inseguridad que provocó una mirada inquisitiva de Molly. La madame aminoró el paso y bajó la voz.

—Don Vittorio Puzo. Así que espero, señorita, que no me decepciones. No quiero quejas, ninguna. ¿Me oyes?

—Descuide, señora...—contestó Elizabeth, con menos seguridad de la que desearía—¿Suele hacer eso, el señor Puzo?

—¿Hacer qué?

—Contratar ese tipo de espectáculos, con otras bailarinas.

—En absoluto—pensativa, se acomodó su delicado peinado—No es un cliente habitual por aquí. De hecho, me quedado tan sorprendida como tú. Sobre todo por el hecho de que de entre todas las chicas preciosas y llenas de talento que tenemos, te haya escogido a... ti.

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora