16. Adoración perpetua

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Vittorio cerró la puerta de su hogar y miró a Elizabeth, quien ya había avanzado al centro del vestíbulo. Se encontraba de espaldas a él, ensimismada con la decoración de las paredes. Acababan de llegar de la fiesta , envueltos en un silencio que hablaba a gritos. Era el momento de callarlo.

Los pies de Vittorio se deslizaron con elegancia por el suelo abrillantado hasta quedar tras ella. Elizabeth quiso darse la vuelta, pero él no se lo permitió. Se inclinó hacia su cuello y aspiró el fresco aroma de su perfume antes de besarlo. Lo hizo con lentitud, saboreando su piel y tanteando su cuerpo. Lo tocó por encima del suave vestido, ese que tan bien le sentaba, al resaltar sus formas femeninas.

Ella se revolvió y buscó su boca, que besó con premura. Vittorio se dejó vencer, y le permitió que tomase la batuta en esa batalla de lenguas. La dulzura dejó paso a la lujuria, y cada gota de saliva que intercambiaban se convertía en una llama más del incendio que se extendía sin control por sus cuerpos.

Vittorio recorrió la figura de Elizabeth, tomó su cintura y bajó hasta sus nalgas, que sus manos apretaron con fuerza, haciendo que la muchacha se pusiese de puntillas. Como respuesta, ella mordió suavemente el labio inferior de Vittorio. Aquel pequeño gesto provocó que el hombre la elevara del suelo y cuerpos se encontraran. Vittorio percibió el roce del vientre de Elizabeth contra su abultado pantalón, y ambos se miraron a los ojos.

—Bienvenida a mi propiedad.

El agradecimiento por la hogareña invitación le llegó a través de un intenso beso. Los labios de Elizabeth eran como un fruto prohibido del que era imposible dejar de alimentarse. Por esa razón, Vittorio no pudo dejar de besarlos, incluso cuando la guiaba hacia su dormitorio. Éste abrió la puerta y la cerró con una pierna, puesto que no quería perder ni un solo segundo de disfrute con esa mujer que le estaba robando el juicio.

Elizabeth cayó sobre la cama, dejando caer sus tacones al suelo. Al mismo tiempo, Vittorio se quitó la chaqueta, de pie frente a ella. La tiró al suelo, e hizo lo mismo con su corbata. Vio como Elizabeth se arrodillaba en la cama y comenzaba a deshacerse de su vestido. Poco a poco la piel de la joven quedaba al descubierto, mínimamente cubierta por una fina lencería de satén y encaje.

Vittorio se abalanzó sobre ella y, besando su cuello y escote, le quitó el sostén. La visión de sus pechos desnudos le hizo perder la poca cordura que le quedaba. Los tomó con suavidad, apretándolos y manoseándolos, como si fueran dos tesoros de valor incalculable. No pudo esperar para probarlos y deslizó su lengua alrededor de sus pezones endurecidos, que succionó mientras palpaba los costados y el vientre de la culpable de su deseo desenfrenado. Percibió que la respiración de Elizabeth se aceleraba, que su pecho subía y bajaba con rapidez, que su delicado cuerpo se retorcía sobre las sábanas de seda.

Aquello solo acababa de empezar.

Elizabeth intentó desabrocharle los botones superiores de la camisa, así que se apartó y se deshizo de la prenda con su ayuda, así como de la camiseta interior. La cruz de oro  que colgaba de su cuello tintineó al dejarse el torso al descubierto, poblado de una suave y viril capa de vello oscuro. Luego de eso, Vittorio besó a Elizabeth en los labios, para bajar a su cuello y, por último, regresar a sus pechos.

Mientras tanto, la mano derecha del hombre se deslizó hacia las bragas de la muchacha. La tela estaba humedecida, así que las apartó hacia un lado con un par de dedos y comenzó a acariciar su cálido sexo de manera directa, deslizándose a través de sus labios palpitantes con suma facilidad. Había deseado tanto tocarla, sentirla sometida solo con un par de movimientos digitales. Sin embargo, eso se le quedaba corto. Vittorio necesitaba más.

De un tirón le quitó las bragas, que ella retiró a una de las esquinas de la cama con un movimiento de pies. Luego hizo un pequeño pero lento camino con sus labios, desde el pecho de Elizabeth hasta su bajo vientre. Cuando traspasó la barrera del ombligo, notó que se puso nerviosa. Vittorio alzó la mirada hacia ella, la cual le contemplaba con los labios entre abiertos. Su expresión era una mezcla de expectación y rubor, pero no había nada en ella que le sugiriera que parase, así que separó los muslos de la joven con suavidad, acariciándolos. Los besó sin prisa por su cara interna, a la vez que las palmas de sus manos se aferraban a las piernas de Elizabeth.

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora