27. Banana Daiquiri

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El mosquito había estado revoloteando toda la noche alrededor de la cama. El zumbido le delataba cuando quería acercarse a su cuerpo, pero por más que le apartase con un manotazo, el insecto volvía. Se esforzaba en cubrirse con ungüentos repelentes, encender velas aromatizadas con citronela y todos los remedios que le habían recomendado en la farmacia local, pero cada noche había un maldito mosquito amenazando con alimentarse a su costa. Ese era el precio a pagar por vivir en un sitio como aquel. Ese, y también el calor pegajoso que le hacía despertar empapada de sudor a media noche, como acababa de ocurrirle. Apartó de una patada la sábana que se le había enredado en su pierna mala y resopló. El camisón blanco se le pegaba a la piel, y una jauría de perros ladraba en la calle.

«Otra noche sin dormir» pensó, llevándose una mano al pecho y toqueteando las cuatro puntas de la crucecita de oro que llevaba colgada al cuello.

Pero pasaba nada.

Por lo menos estaba viva.

—¡Señorita Dolly, buen día!

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—¡Señorita Dolly, buen día!

—¡Buenos días, Lina!—exclamó la joven, saludándole con la mano.

Dolores se cubría los ojos con unas gafas de sol, pero su enorme sonrisa delataba un radiante buen humor. Quizá por eso todos los vecinos del barrio adoraban a la españolita, siempre tan amable, alegre y acompañada por esa amiga suya, la gringa. Cuando ambas llegaron a La Habana, la gringa no sabía ni una palabra de español, pero en los meses que habían permanecido allí ya era capaz de mantener conversaciones a un nivel aceptable. Algunos vecinos hacían apuestas en secreto para ver quien era el primero en cortejar a esa mujer de cabello rubio y ojos verdes, pero nadie había ganado por el momento. La que sí parecía haber caído era la españolita. Su vientre crecía mes a mes, y mayo especialmente caluroso el embarazo de la muchacha era más evidente que nunca.

—¡Ese niño va a salir bien grande!

—Pues todo lo que como no me parecería raro. En vez de por dos, parece que lo haga por cuatro.

Nadie se atrevió a preguntar por el padre, puesto que a las dos jóvenes no parecía gustarles hablar de sus vidas privadas. Sí que era cierto que solían ir acompañadas por un par de hombres, también extranjeros, y llevaban una vida decente, sin escándalos conocidos, por eso muchos descartaban que ejercieran cualquier tipo ocupación licenciosa para mantenerse. Fuera como fuese, a la españolita no parecía importarle parir sin llevar un anillo en el anular. Y si a ella no le importaba ¿Por qué tendría que hacerlo a los demás? ¡Vive, y deja vivir!

—Hoy te toca hacer de comer, Liz ¿Qué tienes pensado comprar?

Dolores siempre procuraba hablar a Elizabeth en español. Daba igual que estuviesen en la calle o en casa, la joven estadounidense estaba condenada a escuchar la lengua romance las veinticuatro horas del día. Al principio le pareció desesperante, y le suplicó a su compañera de exilio que se comunicase con ella en inglés. Sin embargo esta no cedió, y Elizabeth no tuvo más remedio que adaptarse, aunque la realidad era que el spanglish era el idioma predominante en sus conversaciones.

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