«Y ahora, Linda, pasamos a uno de mis espacios favoritos... ¡La efemérides! ¿Sabrías decirme qué ocurrió tal día como hoy, un viernes 12 de octubre, pero de hace 463 años?»
«¿Qué? Si no recuerdo lo que cené ayer, Dan... ¿Cómo voy a saber lo que pasó hace tanto tiempo?»
«Está bien, hagamos algo. Cierra los ojos, piensa en un escenario paradisiaco, una isla antillana bañada por las aguas del Caribe... ¿Qué te viene a la mente?»
«Que daría lo que fuera por estar allí ahora mismo, tomándome un daiquiri de plátano... sin alcohol, por supuesto»
«¡Ja, ja! Siempre pensando en las vacaciones. Pero en realidad a lo que me refiero es al aniversario de la llegada del primer inmigrante italiano a América, el famosísimo...»
«...»
—Hmpf...
Vittorio apagó la radio y el silencio inundó el despacho de las oficinas de Constanza Co. Sentado en su cómodo sillón frente al escritorio, allí sólo estaba él, en compañía de una copa de vino tinto. Siciliano, por supuesto, porque en el sur todo se hacía mejor.
Hacía un largo rato que había anochecido. Sus trabajadores debían de haberse ido a sus casas, salvo la limpiadora y un par de hombres de guardia. La habitualmente ruidosa oficina se encontraba en un silencio sepulcral, que para Vittorio era realmente relajante. El hombre se recostó en su sillón y elevó la mirada al techo. Estaba haciendo tiempo porque no tenía ganas de regresar a Long Island y cruzar la enorme puerta de hierro que le devolvería a la melancolía de su hogar.
No quería sentirse solo.
Y es que a pesar de que estaba acostumbrado a la soledad, en un día como aquel parecía doler más. Sus ojos se cerraron, cansados. Entonces, empezó a recordar con cada uno de sus sentidos aquellos momentos más felices de su vida.
Las visitas a la casa de la nonna en Cefalú, a dos pasos del bello Mediterráneo; el olor de la mamma, que aún creía percibir con una mezcla de nostalgia, tristeza y cariño; los cuentos que inventaba para Stella, con los que ella se inspiraba para hacer los dibujos que empapelaban las paredes de su cuarto cuando eran niños; los besos de Constanza, que calentaban su corazón y le hacían sentirse querido y seguro; el abrazo de Lorenzo, fuerte y firme, que le trasmitía toda la confianza que en ocasiones le faltaba; la sonrisa de...
Vittorio abrió los ojos de golpe al escuchar un ruido. Se reincorporó en el sillón y se levantó, acercándose a la ventana del despacho. Apartó las persianas de madera y se asomó con disimulo, pero no vio nada fuera de lo normal.
Vittorio regresó a su escritorio, se sentó en el borde del mueble y atrapó su correo. No lo había abierto, suponiendo lo que iba a encontrar. Revisó el buen montón de sobres dirigidos a su nombre, hasta que encontró uno que le llamó la atención. Escrito en una fina caligrafía, en el remitente del sobre figuraba el nombre de un viejo amigo. Al rasgar el papel, se encontró con una nota y una fotografía.
«Puzo, ¿creías que me había olvidado?
Disfruta de tu día, te mando mis mejores deseos. Que la vida siempre te de la misma felicidad que desprende esta fotografía.
Al spaghetti más americano de Nueva York,
L. H. Walton»
Vittorio dejó la carta de lado y tomó la instantánea con las dos manos. Sus ojos recorrieron el papel fotográfico de lado a lado, contemplando la escena que Walton captó con su cámara hacía unas semanas. Elizabeth, sonriente, le miraba con ojos curiosos mientras él se aproximaba a ella, con otra sonrisa pintada en sus labios. Todo lo capturado a su alrededor estaba borroso, y lo único que destacaba en la imagen eran ellos dos, como si todo el mundo se hubiese esfumado para dejarles ser.
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Éxtasis
RomancePoder, estatus, dinero. Con medio Nueva York a sus pies, don Vittorio lo poseía todo para disfrutar de la buena vida. Sin embargo, el joven jefe de la familia Puzo tenía el alma rota. Quizá por eso no sintió ni un ápice de culpa después de enviar a...