3. Al son del jazz

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Vittorio tenía ganas de jugar, y la mirada desconcertada de Elizabeth le satisfacía. La muchacha tenía agallas, pero le faltaba mucha calle. El hombre disfrutaba poniéndola nerviosa y viendo como ella intentaba desviar la incómoda conversación hacia otro lado. No obstante, la evidente inseguridad de la chica le hacía preguntarse si realmente iba a servirle para algo. Él, a diferencia de Francesco Juliano, no le metería un balazo entre ceja y ceja si algo no salía a su gusto. Tal y como sospechaba, Elizabeth Colvin era demasiada poca cosa para el enorme papel que tenía que interpretar.

—Voy a... proceder al segundo número.

Vittorio notó inquietud en el tono de Elizabeth. Antes de contestar, dio una larga calada a su cigarro.

—No es necesario que me anuncies todo lo que vas a hacer—dijo con aspereza.

Vittorio no siguió con la mirada a la torpe bailarina mientras ésta volvía a escoger una canción que reproducir en el tocadiscos. No había nada interesante en ella, era una muchacha más, tan simple como cualquiera que uno podía encontrarse en la calle. De hecho, incluso para ser periodista, no le parecía que tuviese una inteligencia especialmente brillante. Para él, Elizabeth Colvin era una chica promedio. Mediocre.

¿Pero es que había alguna que le pareciese sobresaliente?

Unas alegres trompetas comenzaron a sonar, acompañadas por una batería. En seguida vio a la muchacha apresurándose hacia el centro de la estancia y midiendo sus pasos para comenzar a bailar. Vittorio se fijó en sus pies, dando saltos de un lado para otro al ritmo de la animada música. De repente, esta se sosegó.

"Vamos, ven, se enciende la ciudad... al son del jazz"

La mirada de Vittorio se elevó cuando la escuchó cantar. Gratamente sorprendido, sus ojos se clavaron en los de Elizabeth, quien ya no bailaba, sino que marcaba el ritmo de la canción con una de sus piernas mientras se contoneaba suavemente. El hombre no sabía que Elizabeth podía cantar... y aún menos que lo hiciera tan bien. Interesado, se acomodó en el sofá y tomó un trago de su whisky. Elizabeth, mientras tanto, seguía cantando y paulatinamente, volvía a bailar. Sin embargo, sus movimientos eran distintos a los de la actuación anterior. Esta vez, la frenética danza había dejado paso a un tempo sensual, que servía de acompañamiento para la dulce voz de la artista. 

Elizabeth se acercaba cada vez más a Vittorio, tanto que él podía escuchar el ruido del collar de perlas chocando contra el pecho de ella. Tanto, que las manos de Elizabeth se apoyaron sobre las rodillas de Vittorio, y subieron con suavidad por sus piernas, acariciándolas por encima de los pantalones, al mismo tiempo que el rostro de la joven quedaba frente al del hombre. 

"Corazón, bailemos sin control. Te voy a recetar una aspirina o dos, por si te encuentras mal, que llegues al final"

Vittorio mantuvo la mirada de Elizabeth, impasible. No obstante, al mismo tiempo que eso ocurría, los músculos de sus piernas se tensaban cada vez más. No esperaba, en ningún caso, que Elizabeth le tocase. Aún menos que tocase sus piernas.

—¿Qué haces...?—murmuró Vittorio.

"Al-son-del-jazz"

Aquella fue la única respuesta que recibió de ella. Vittorio dejó de notar el contacto de las manos de Elizabeth, quien se retiró hacia atrás para seguir bailando, pues la música volvió a animarse. Vittorio parpadeó un par de veces y tiró de sus pantalones hacia arriba, alisándolos, al mismo tiempo que volvía a acomodarse en el sofá y apagaba su cigarro. Ya era imposible apartar la mirada de encima de ella. Era como si con su canto hubiese lanzado un embrujo en esa habitación, y le hubiera alcanzado a él. 

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora