8. Sueño americano

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Habían pasado escasas horas desde el trabajo de Chinatown, pero la adrenalina ya se había desvanecido. Fue una transacción simple y sencilla, como tantas otras. Por ello, la pareja charlaba con tranquilidad y sin aparentes preocupaciones, más allá de las habituales.

—He escuchado que estuviste en la Sala El Gorrión con Juliano.

Vittorio miró a Nino, elevando una ceja.

—¿Dónde lo has escuchado?

—Donde Manny, ayer. Me lo contó El Tajo.

—¿Quién coño es El Tajo?

—Uno de los subordinados de Juliano, últimamente le tiene en muy alta estima. Tiene una cicatriz que le atraviesa toda la cara. Por eso el mote.

Al escuchar la descripción, Vittorio hizo memoria. Recordaba haber visto a ese hombre aquella noche, aunque después le perdió de vista.

—Lleva razón. Estuve allí y me encontré con Frank.

—¿Pasó algo con él y con la chica?

La respuesta tardó en llegar unos segundos.

—No. Ahora va acompañado de una tal Dorothy Hayes.

—No me suena.

—A mi tampoco. No creo que su identidad tenga especial relevancia. Es una niña.

—¿La habrá sacado de su burdel?

Vittorio sacudió la cabeza de lado a lado.

—Creo que no. Parece bastante tonta e inocente. La típica muchachita de familia bien a la que le gustan las emociones fuertes. Pero cuando se canse, doy por hecho de que terminará allí.

—Menudo hijo de perra.

Nino Ricci aparcó en la puerta del restaurante donde Vittorio se había citado con su siguiente objetivo, justo detrás del coche de Leonard, quien se había encargado de ir a buscarle y dejarle allí mismo. Vittorio supo entonces que su cita estaría sentada en la mesa, esperándole.

—Vigila cualquier movimiento extraño, Nino.

—Entendido, jefe.

Puzo salió del coche y entró al local. El Vesubio era un restaurante típicamente italiano, pero muy elegante, casi de lujo. Vittorio era un habitual, sobre todo cuando tenía que hacer negocios con alguien. Nada más entrar, el dueño del restaurante le recibió, con la usual efusividad y servilismo con la que era tratado en cada lugar en el que su nombre era conocido.

—¡Oh, don Vittorio! ¡Benvenuto! Siempre es un piacere recibirle.

—El piacere es mío, Renato ¿Ha llegado la señorita con la que tengo la reserva?

—Hace un par de minutos. La senté en el rincón de siempre, señor. En seguido aviso de que les sirvan un buen vino y un surtido de antipasti.

—Bien. Buenas noches.

—¡Que disfrute, don Vittorio! ¡Buenos negocios!

Vittorio recorrió el restaurante. A su paso, cada camarero le saludó, incluso algunos de los comensales allí presentes, pero no se detuvo a perder el tiempo. En seguida llegó al reservado donde siempre cenaba. Se encontró a Elizabeth en la mesa y dando vueltas a una vela de decoración. Vittorio carraspeó.

—Señorita.

La mente de Elizabeth abandonó su distracción y alzó no solo la mirada, sino también su cuerpo.

—Buenas noches, señor Puzo.

Vittorio hizo un gesto con la mano.

—No hace falta, siéntese.

ÉxtasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora