Había entrado febrero y con la llegada de San Valentín la venta de filtros amorosos se disparó.
-Me iré de aquí sin cumplir la misión –se decía Bellatrix-. Pero habiéndome hecho rica con un negocio muggle.
Resultaba irónico, era la palabra que mejor definía su vida últimamente. Estaba cansada. Había empezado a usar técnicas de investigación más agresivas. Hasta ese momento ninguno de los magos ni muggles investigadores con los que había tratado le había facilitado la poción que buscaba. Sospechó que si alguien realmente poseía la fórmula de la eterna juventud, la guardaría con recelo y no lo comentaría con nadie. Pero aún así seguro que necesitaba ingredientes. Había hecho una lista con los más raros y los que era más probable que requiriera la poción en cuestión. Así, cada vez que algún cliente le compraba alguno de ellos, le lanzaba un hechizo localizador. Después lo vigilaba durante unos días, allanaba su casa y tomaba muestras de cualquier brebaje que poseyera. Todo ello intentando no dejar rastro ni alterar nada.
Había conseguido media docena de filtros por ese método, pero al analizarlos tampoco resultaron ser eficaces. Así que a dos meses de la fecha límite seguía con las manos vacías. De hecho, ya había empezado a madurar excusas para cuando se encontrase ante Voldemort. Confió en que no la matara pese al fracaso: la necesitaba para la guerra. La torturaría, sin duda, pero no sería mortal... O en eso confiaba.
-¿Madame? Tenía hora a las once... -murmuró un caballero entrando en su tienda con precaución.
-Ah sí, pase Gideon, estaba ordenando un poco –respondió la bruja forzando una sonrisa.
Ese cliente no le caía mal, era uno de sus habituales, siempre educado y dejándole generosas propinas. Estaba un poco enamorado de ella –como tantos otros-, pero sobre todo se sentía solo. Recordó que al principio de su viaje, cuando le contó a Nellie el negocio que pensaba regentar, la muggle le reveló que mucha gente tenía necesidad de hablar de sus problemas y preferiría pagarle a ella que a un psicólogo. Y así era.
El hombre se sentó frente a ella y la bruja le echó las cartas como cada semana. Al terminar, él le confesó el verdadero motivo de su visita:
-Verá, sé que le interesa a usted la elaboración de pociones y todo eso... -murmuró.
La morena asintió.
-Pues resulta que Lord Oscar Algernon, conde de Beverley, es buen amigo mío. A él también le interesa el estudio sobre los filtros de vida eterna y toda esa rama, pero por su destacada posición no... Digamos que no puede... -empezó el hombre sin saber cómo expresarlo con amabilidad.
-No puede ser visto visitando a una charlatana de barrio como yo o se burlarían de él, lo comprendo –le interrumpió Bellatrix.
-¡Oh, no, Madame, por favor! No quería decir...
-No se preocupe, no me ofende –aseguró ella-. Prosiga, por favor.
El hombre asintió y retomó su relato una vez superado el bochorno:
-La cuestión es que el viernes por la noche él y su prometida dan una fiesta en su mansión para celebrar su compromiso. Le he hablado mucho de usted –reconoció con rubor- y le encantaría conocerla y conversar con usted. De asuntos puramente profesionales, por supuesto, no interprete que...
-Le entiendo, caballero, le entiendo –le cortó de nuevo la bruja un poco harta de sus circunloquios.
-¿Le gustaría pues asistir y conocerlo? Con su esposo, por supuesto. Lo pasarán bien, no lo dude. Sus fiestas son célebres por la abundancia de la comida, la calidad del vino y la elegancia de sus bailes.
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Quédate conmigo
FanfictionVoldemort manda a Bellatrix a una desagradable misión a la época victoriana. Por si sus problemas fueran pocos, pronto se cruza en su vida Eleanor Lovett, una pastelera envuelta en sus propios demonios que amenazan con destruirlas a ambas.