Capítulo 12

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Eleanor Lovett era una mujer valiente, despreocupada y pocas cosas le causaban impresión. No obstante, una de ellas, seguía siendo el barbero diabólico cuando tenía ese extraño brillo en su mirada; el mismo brillo que cuando sostenía sus navajas o terminaba con una de sus víctimas. La pastelera había aprendido a alejarse cuando lucía esa mirada. Pero ahora no podía huir porque estaba dentro de su tienda. Era su pausa para comer, faltaba una hora para que empezaran a acudir los clientes de la tarde. Así que estaba sola.

-¿Qué hace por aquí, Mr. T? –preguntó intentando aparentar tranquilidad.

-Nada... –respondió él acercándose- Estaba dando una vuelta por el barrio y he pensado en pasar a ver cómo iba todo por aquí.

-Oh, qué amable –comentó Nellie con una sonrisa sin soltar el rodillo de amasar-. Pues to igual, Mr. T, ya sabe: hacer empanadas, servirlas a los clientes y ponerles buena cara. Las rodillas y la espalda me están matando pero es lo que hay.

-Ya veo –respondió él al otro lado del mostrador-. Deje eso, Mr. Lovett, no lo necesitará.

La castaña permitió que le quitase el rodillo porque no pudo negarse. Sweeney la había visto defenderse con él y sabía de lo que era capaz. Ella no creía necesitarlo, pero la proximidad y su extraña visita la inquietaban cada vez más. Ahora el hombre la miraba con detenimiento, estudiándola, como si fuese la primera vez que realmente se fijaba en ella. Nellie carraspeó incómoda.

-¿Sucede algo, algún problema con la pasma? ¿Con lo de...? Ya sabe...

El barbero asintió. De sobras sabía ella que sospechaban de él por la desaparición del juez y el alguacil.

-Vinieron a verme otra vez. Volví a darles largas con lo de que me tienen que mandar la documentación de Australia y les dije que ese día no salí de la barbería. Me comentaron que había algunas incongruencias en nuestras versiones.

-Ah... -respondió ella nerviosa- No lo sé... Yo no les dije na.

Él escrutaba su rostro intentando discernir si mentía. Ella no apartó la mirada. Era verdad, no le delató y no tenía de qué avergonzarse. Al poco él asintió y comentó que daba igual. No tenían pruebas y no podían acusarlo. La castaña asintió aliviada por la cuenta que le traía, pero seguía preguntándose por qué acudía a ella entonces. Pronto lo descubrió. El barbero cruzó el mostrador y le colocó una mano en el brazo, no con cariño sino con firmeza. Para intentar salir del trago, Nellie le preguntó por la salud de su mujer.

-Lucy está bien, todo lo bien que puede estar en su situación, claro. Pero verá, Mrs. Lovett, por mucho que quiera a mi esposa hay tareas de las que en su estado no puede ocuparse. Y creo que usted sería perfecta para ello.

-¿Quiere que... le haga la comida o algo así?

-Sí, algo así. Como le digo, desde que he recuperado a mi mujer y terminado con mis planes anteriores, hay necesidades que han renacido en mí. Y una es esta.

Sin añadir nada, acercó su boca a la de Nellie que, en el último segundo, se apartó. Se liberó dándole un empujón y puso los brazos en jarras:

-¿Qué está insinuando, Mr. Todd?

-Que voy a hacer realidad sus fantasías –respondió él con brusquedad por el rechazo-, lo que lleva deseando desde el principio: vendré de vez en cuando para arrancarle las enaguas y nadie se enterará.

-¡Pero qué está diciendo! –exclamó Nellie- ¡Yo nunca he querido ser su fulana! Quería una vida juntos, ser una familia... No ser como animales salidos mientras usted está casao con otra a la que sí que quiere.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora