Los días siguientes, Eleanor no vio a su inquilina. No bajó a ninguna comida pero tampoco le importó. Supuso que estaría ocupada adecuando el apartamento, aunque en ningún momento vio a nadie entregarle su equipaje. Claro que bastante trabajo tenía ahora que se había quedado sin Toby como para estar pendiente de si subía alguien... Había olvidado casi por completo su duelo por Sweeney. Pasaba el día pensando en la misteriosa francesa que tanto ansiaba vivir ahí. De vez en cuando se paraba a escuchar sus pasos, eran más silenciosos y ágiles que los del barbero, pero también parecía andar de un lado a otro hasta altas horas de la madrugada.
¿Sería cierta su historia? ¿Le pagaría tantísimo dinero todos los meses por un alquiler que ambas sabían que no valía ni la mitad? ¿Realmente abriría un negocio de tarotista? Todo preguntas y ninguna respuesta.
Como siempre, decidió centrarse en la parte positiva: si había conseguido una inquilina tan rápido era porque inspiraba confianza. La policía sospecharía menos si todo funcionaba como siempre. Otra ventaja era que ahora compraba la carne en la carnicería, así que ya no habría dudas sobre su origen. Claro que le inquietaba la procedencia de aquella mujer y que viviera sola sin ser viuda, poco tardarían los vecinos en chismorrear... Pero cada problema a su tiempo, ya se inventaría algo cuando le preguntaran. De momento nadie había detectado que encima de ella vivía alguien. Además, fantaseaba con que si Sweeney seguía en Londres, se enterase de que había ocupado su apartamento y con alguien que le pagaba, ¡no resultaba tan irremplazable en su vida!
-Ya, solo que a él le importa una mierda lo que yo haga –murmuró mientras cocinaba sin prestar atención a los alimentos o a las cucarachas que correteaban entre ellos.
Esa tarde su curiosidad no pudo más. Con la excusa que la francesa llevaba días sin comer, le subiría la cena. Quería asegurarse de que lo que sucedió tres noches atrás no había sido una broma y de que esa mujer no hubiese montado una secta en su casa.
-Con la suerte que tengo no me extrañaría... –murmuró Nellie mientras observaba marcharse a los últimos clientes.
Efectivamente Bellatrix llevaba todos esos días centrada en arreglar el piso. Empezó por los hechizos protectores. Eliminó su rastro mágico: solo los aurores y magos expertos eran capaz de detectarlo y en ese siglo, todavía no sabían que se podía borrar. Principalmente porque fue Dumbledore quien décadas después descubriría cómo hacerlo. Así que nadie notaría que era bruja. Después hechizó la casa para que solo ella pudiese aparecerse y añadió varios maleficios protectores que en su familia se aprendían a los seis años. Cuando quedó satisfecha, pasó al siguiente punto.
No le gustaba la decoración, nunca había decorado nada, pero Transformaciones fue una de sus asignaturas favoritas y se le daba muy bien. Pudo modificar los muebles a su gusto, hechizar el calentador de la ducha para que el agua saliera caliente y utilizar conjuros de fondo infinito para que sus posesiones cupieran en los armarios. Organizó con esmero la habitación de pociones y utilizó un encantamiento para que nadie más pudiese acceder a esa sala (no se fiaba nada de su casera). Por último, adecentó el cuarto principal para montar ahí su negocio.
Cuando Nellie subió la escalera lo primero que le sorprendió fue que los cristales que permitían ver el interior de la tienda estaban cubiertos por elegantes cortinas púrpuras. Supuso que era para darle más aire esotérico, al fin y al cabo en esas tiendas el ambiente era lo único real...
-¿Madame Lenoir? –preguntó llamando a la puerta- Le traigo la cena.
Con reticencia y lentitud, la puerta se abrió. A Bellatrix no le dio tiempo ni a responder: la castaña ya estaba dentro.
-¡Joer! –exclamó la pastelera contemplando la sala.
Apenas reconocía la antigua barbería, solo el ventanal del fondo permanecía inalterado (aunque más limpio). El resto estaba decorado en tonos grises y morados, sofisticado pero con un punto misterioso, y muebles sencillos pero elegantes. En el centro había una mesa de madera de ébano con una silla a cada lado y al fondo, varias estanterías con frascos con líquidos de colores protegidos tras un cristal.
ESTÁS LEYENDO
Quédate conmigo
FanfictionVoldemort manda a Bellatrix a una desagradable misión a la época victoriana. Por si sus problemas fueran pocos, pronto se cruza en su vida Eleanor Lovett, una pastelera envuelta en sus propios demonios que amenazan con destruirlas a ambas.