Capítulo 11

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Bellatrix atendió sus citas sin incidencias y la tarde pasó bastante rápido. Después de recoger y cerrar la tienda, comprobó de nuevo el dormitorio. Nellie dormía bastante más calmada que al medio día. La dejó descansar y se centró en sus pociones. Fue a la habitación que utilizaba para sus pruebas y comprobó los últimos apuntes que había tomado. Se referían a un libro de un alquimista del siglo XV que le había recomendado un cliente. El autor insistía mucho en usar polvo de hada para suavizar las hierbas que requerían las pociones de vida eterna.

-¿Qué demonios es el polvo de hada? –masculló la bruja para sí misma.

Ese era el problema con la literatura muggle: usaban términos muy fantasiosos como "lágrimas de una doncella pura" o "la última flor de un gélido invierno". Además, a las plantas y flores cada uno les daba el nombre que le venía en gana y había que deducir a cuál se referían. Comprobó la estantería con los ingredientes que le había facilitado Narcissa. Lo único que tenía eran alas de hada, ese sí era un ingrediente común. Podría ir ella misma a algún bosque de las afueras y atrapar algún hada para triturarla...

-Otro día, hoy no estoy para dejar a la muggle sin vigilancia.

Decidió sustituirlo por polvo de doxy. Su método de investigación era ir probando en un caldero las pociones que obtenía a través de clientes y otros adivinos. Les añadía ingredientes e iba comprobando cuáles eran más eficaces para conservar la vida. Para ello utilizaba flores (las que le compraba la muggle para la tienda) y una poción venenosa que Narcissa le entregó. Se llamaba "Elixir del diablo" y una sola gota hacía envejecer de golpe a cualquier ser vivo. Bellatrix vertía la poción que quería examinar, sumergía en ella una flor y después depositaba sobre ella una gota del elixir. Cronometraba cuánto tiempo tardaba en morir la flor y en qué casos su aspecto sufría menos destrozos. Así iba deduciendo qué filtros e ingredientes eran mejores. Y aunque cada vez las flores sobrevivían unos minutos más, seguían muy lejos de conservar la vida.

En eso estaba cuando le pareció que Nellie la llamaba. Se sacudió las manos para limpiarse el pringoso polvo de doxy y acudió a su habitación.

-Me encuentro mucho mejor, amor. No quiero ser pesada, pero ¿te importaría traerme un trago de...?

-¿Ginebra? Sí, a mí también me vendrá bien –murmuró la bruja dando por concluida su jornada.

Bajó al piso de la muggle y abrió el armario donde guardaba el alcohol. Cogió una botella al azar, pero comprobó que era la que le regaló su marido y guardaba para una ocasión especial. Dudaba mucho que esa ocasión llegara, pero aún así la devolvió y seleccionó otra. Mientras salía vio que en el sofá tenía un montón de prendas por zurcir. Aunque ahora la pastelera tenía más ingresos, estaba acostumbrada a vivir con poco y procuraba ahorrar lo máximo posible. Con un movimiento de su varita, las prendas empezaron a coserse solas. Una tarea menos para Nellie.

De vuelta en su apartamento Bellatrix buscó dos vasos. Cuando iba a entrar al dormitorio se dio cuenta de que aún llevaba polvo de doxy en las manos. Fue al baño y se las lavó a conciencia, sería complicado explicarle a la muggle qué era esa sustancia dorada. Finalmente se sentó al borde de la cama, la ayudó a incorporarse colocándole un almohadón tras la espalda y le sirvió un trago.

-¿De verda crees que el panadero ligará más si deja de usar peluquín? –preguntó la muggle divertida al recordar las sesiones que había escuchado.

-No tengo ni idea, pero a mí me resultará menos incómodo de mirar, es como si llevase un mapache muerto, ¡qué asco!

Nellie rió y Bellatrix se descubrió sonriendo. Estuvieron comentando las peculiaridades de los clientes hasta que la castaña volvió a tener sueño. Bellatrix cogió su camisón y se dispuso a salir de la habitación.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora