Capítulo 10

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-Vaya día de mierda... -murmuró Bellatrix mirando por la ventana de la pastelería.

No había sido malo en realidad: la había visitado un fabricante de cremas que le había dado ideas sobre nuevos comerciantes que podían saber de la poción, así que por esa parte estaba satisfecha. Pero a última hora de la tarde una tormenta empezó a descargar con fuerza. Lluvia, truenos y relámpagos, el menú completo. De pequeña adoraba los días lluviosos, le encantaba salir a mojarse y chapotear en los charcos. Pero en Azkaban sufrió una sobredosis de ese clima. Ya no le hacía tanta gracia. De nuevo había bajado a cenar al piso de Mrs. Lovett mientras ella seguía fuera.

-Se tropezará con tanta lluvia y la atropellará un carruaje, por imbécil –murmuró la bruja.

Sacudió la cabeza y se centró en las costillas de cordero. La muggle no se esforzaba en cocinar para su propia pastelería, pero las comidas que le preparaba a ella sí que solían estar buenas. De nuevo Bellatrix sospechó que se debía a la culpabilidad por cobrarle tan caro el alquiler. Bien, merecía la pena. Al terminar, con un gesto de su varita, los platos se lavaron y la fregona se encargó de dejar el suelo reluciente. Iba a servirse un vaso de ginebra cuando escuchó la puerta de entrada. Le extrañó que la pastelera volviera tan pronto, creyó que gracias al filtro amoroso obligaría a Sweeney a deshacerse de Lucy ipso facto. Conociendo a Eleanor, empezaría su vida con él en ese mismo minuto. Pero no parecía que hubiese sucedido así...

-Por Circe... –murmuró la bruja al verla aparecer en el salón.

La lluvia había empapado por completo el vestido de la muggle convirtiéndolo en un oscuro trapo, la melena caoba le chorreaba por los hombros y su maquillaje parecía un cuadro expresionista. Le dio la impresión de que lo último no se debía solo a la lluvia.

-¿Qué ha pasado? –preguntó la bruja con curiosidad- ¿La poción no ha funcionado?

Nellie negó con la cabeza pero no respondió. Dejó caer el bolso al suelo sin ningún miramiento e introdujo la mano en su escote. Extrajo el filtro que seguía intacto y se lo devolvió a la bruja. Seguidamente se alejó hacia su habitación. Bellatrix observó la poción y la siguió sin dudar. A la muggle no pareció importarle. Se quitó las botas, los bombachos y las medias. Cuando intentó desatarse el corsé, sus dedos estaban tan entumecidos por el frío que resbalaban sin éxito una y otra vez. Sin decir nada, Bellatrix se acercó y lo hizo por ella. Después la ayudó a sacarse el vestido, que la muggle contempló con tristeza porque era su favorito y se había echado a perder. Finalmente le desabrochó el corpiño que llevaba como prenda interior.

-Gracias –susurró la muggle.

Aunque estaba sujetando la prenda para cubrir su pecho, la bruja no pudo evitar contemplarla. Incluso hecha un guiñapo seguía siendo tremendamente atractiva. Mantenía una figura perfecta: delgada, muy pálida, con un escote amplio y unos brazos y piernas tonificados por las continuas subidas y bajadas al sótano. La mortífaga no se planteó que lo que más la seducía de esa imagen era que se correspondía con la suya propia. Ajena al escrutinio, Nellie cogió una muda limpia y se dirigió al baño.

-¿Puedes esperarme con alcohol y te lo cuento?

La mortífaga asintió con serias dificultades para subir la vista a sus ojos. Antes de salir al salón, con un gesto de su varita, secó y arregló el vestido que quedó como nuevo. Lo colgó en el armario para que la pastelera no se diera cuenta antes de tiempo y pensó que al menos eso la haría feliz. "¡Y a ti qué te importa que la estúpida muggle sea feliz!", se reprochó la morena, "Es solo una herramienta, no puedes cogerle cariño, por muy divertida, preciosa y... ¡Basta, no puedes pensar así, Bellatrix Black!". Se sentó en el sofá y decidió callar a su disoluto cerebro a golpe de ginebra.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora