Capítulo 29

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Tras acomodar su vista a la oscuridad, Bellatrix barrió la sala con su mirada. No quería encender más luz de la necesaria por si había guardias cerca. Normalmente le gustaba el caos pero en esa ocasión, necesitaba reducirlo al mínimo para proteger a su familia. No oía nada, solo el tic-tac de los giratiempos que descansaban sobre las mesas. Estaba aparentemente sola, no veía rastro de Voldemort. Aún así temblaba como el sauce boxeador: su maestro siempre le inspiró temor y ahora que ni siquiera lo amaba aún era peor. Recorrió la sala un par de veces pero no encontró a nadie.

"Genial, pierdo un año en otro siglo para conseguirle una puñetera poción y se le olvida venir a buscarme" pensó. "Quizá está en otra sala..." argumentó para sí misma. Pero no tenía sentido: Voldemort –al igual que Dumbledore- era tan poderoso que podía aparecerse donde quisiera. A la ida los había aparecido directamente en la Cámara del Tiempo. Así que debía estar ahí.

-¿Mi Señor? –preguntó con voz débil y angustiada.

El eco resonó en una enorme campana oxidada que descansaba en un rincón. Pero nadie respondió. Él le había asegurado que volvería a por ella, seguramente se hubiese retrasado. Ante esa posibilidad, su cabeza empezó a maquinar: ¿Y si cogía a Nellie y salía de ahí antes de que él llegara? Se lo planteó por unos segundos, pero tuvo que descartarlo. En primer lugar, porque necesitaba volver a ver a su hermana. En segundo, porque en cualquier momento podía aparecer Voldemort y si las pillaba, conocerían un destino peor que la muerte. Y en tercero, estaba casi paralizada por el miedo. Odiaba las situaciones de incertidumbre que no podía controlar.

Unos minutos después tomó una decisión: era mejor no retrasar lo inevitable. Se colocó en el centro de la sala y subió la manga de su vestido dispuesta a invocar a su Maestro.

Sirius y Nellie no oían nada dentro del armario. Ignoraban si se debía a hechizos insonorizantes, a que la madera era muy gruesa o a que no había nadie en la sala. No obstante, en cuanto la manecilla de la puerta empezó a girar, la tercera opción quedó descartada. Sirius asió su varita con fuerza y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro al pensar que iba a morir dos veces en el mismo sitio. James se burlaría de él durante toda la eternidad. A su espalda, sintió a Nellie temblar con fuerza, pero se mantuvieron en el más absoluto silencio. En cuanto una diminuta rendija de la puerta se abrió, el mago exclamó sin dudar:

Avada...!

-¡Cállate! –le interrumpió Bellatrix apartándose de su trayectoria- ¡Soy yo, idiota! Aunque enhorabuena, buenos reflejos.

Sirius y Nellie (que prácticamente lloraba de los nervios) suspiraron aliviados. La bruja les hizo un gesto para que salieran sin hacer ruido.

-Algo ha pasado–susurró Bellatrix con temor-, no ha venido a buscarme.

-Se habrá olvidado de ti –comentó Sirius rastreando la sala para asegurarse.

-No, Sirius, observa este lugar, ¿no notas nada?

El animago volvió a contemplar cada rincón con la escasa luz que se atrevían a generar con sus varitas. A excepción de un par de muebles que habían cambiado de sitio y otros que lucían más viejos, todo parecía igual que cuando habían entrado al armario en el siglo pasado. Nellie también lo analizó sin detectar de qué hablaba.

-Está igual, Bella –apuntó Sirius-. Todo está igual, hasta está el giratiempo que con el que he...

En ese momento se interrumpió y su máscara de seguridad y confianza se resquebrajó. Miró a su prima y se corrigió a sí mismo:

-Todo está igual que en el siglo pasado, pero en el nuestro...

-En el nuestro todo esto está destruido –le recordó la mortífaga-. En el ataque al Ministerio, la noche en que moriste, todos los artefactos de esta sala quedaron destruidos tras los enfrentamientos. Cuando hice el viaje de ida todo seguía roto y sin arreglo. Ahora ya no.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora