De vuelta a casa, cruzando Singleton Park, me veo involucrado en un acceso de llanto.
Sigo con las maltrechas flores blancas en la mano; las puntas de los pétalos están despuntadas. Decido recorrer el camino que seguíamos Jordana y yo cuando paseábamos a Fred, el perro mártir. Pero realizo el trayecto al revés —en sentido opuesto a las agujas del reloj— y voy depositando una sobada flor blanca en cada rincón emblemático. Cuando me siento muy triste, muestro cierta tendencia al simbolismo.
Me imagino que ella traza el mismo recorrido —pero en el sentido de las agujas del reloj—, que está también depositando flores, y que nuestras manos se encontrarán cuando ambos nos dispongamos a entretejer una flor en la verja de entrada al jardín botánico.
Hace buen día y el parque está concurrido; hay paseantes de perros, un hexágono de personas jugando al Frisbee a pleno sol, un niño pequeño en bicicleta con cara de sentirse muy satisfecho consigo mismo aun cuando son los estabilizadores los que hacen todo el trabajo.
Me encaramo a la rocalla y deposito una flor en la incómoda cavidad donde Jordana y yo solíamos pegarnos el lote.
Deposito una flor en la bifurcación del sendero donde en una ocasión discutimos sobre cuál era el camino más directo a casa. Dobla un recodo un golden retriever y se me aproxima trotando tranquilamente sin decir nada. Me pregunto si será Jordana la propietaria del perro o, como mínimo, una mujer guapa. Espero. Veo una figura que asoma por detrás de las hojas grandes y venosas de una planta tropical y el propietario resulta ser un hombre. Tendrá unos cincuenta años, es calvo. No lo había visto nunca. Me siento extraño plantado en la bifurcación de un camino y con un ramo de flores en la mano.
El perro se acerca tranquilamente, me olisquea el pene, luego las flores.
—Tim, deja tranquilo al caballero.
Me quedo quieto. Soy un caballero. El perro se llama Tim.
Las verjas de acceso al jardín botánico están cerradas. El viejo se ha ido a casa a echar una cabezada. Entrelazo una flor con uno de los eslabones de la cadena del candado.
Deposito una flor en el umbral de la casita suiza. Es una casa de madera de color rojo con cestillos colgando, dos chimeneas y una valla blanca.
Aparece otro perro, un pastor escocés. Olisquea la valla en busca de aroma a pipí. Pienso que sería mucho más fácil tropezar casualmente con Jordana si, en primer lugar, fuese capaz de detectar el olor de su pipí y, en segundo lugar, tuviese ella la costumbre de marcar su territorio. La propietaria del pastor escocés es una mujer: bajita, de pelo rubio, bronceada pero sin exageración.
Llego al tupido árbol en forma de paraguas con minúsculas flores blancas que, por común acuerdo, decidimos que sería el lugar ideal para tomar cápsulas de cianuro. Deposito una flor junto al tronco. Bajo la copa del árbol hay un banco. Dice su placa:
DEDICADO A LA AMISTAD DE TODA UNA VIDA ENTRE ARTHUR MOREY Y MAL BRACE.
Solíamos sentarnos en este banco y bromear diciendo que Arthur y Mal debían de ser homosexuales. Y después nos sobábamos.
Un día, cuando estábamos escondidos en la rocalla, prendiéndole fuego a distintas cosas, vimos a dos hombres escurrirse detrás de unos arbustos. Al principio pensamos que aquello sería emocionante, pues íbamos a ser testigos directos de los trapicheos de un narcotraficante. Pero pasaron los minutos y no salían de allí, y el sonido que se oía era de hombres pajeándose.
La única vía de escape de nuestro escondite nos obligaba a pasar justo por delante de donde ellos estaban, de manera que permanecimos quietos y sumidos en el más completo silencio hasta que terminaron. El primer hombre salió de detrás de los arbustos con las manos en los bolsillos. El segundo esperó unos treinta segundos y apareció sonriente como si fuese aquel el mejor día de su vida.
ESTÁS LEYENDO
Submarino, Joe Dunthorne
Teen FictionConozca a Oliver Tate, un adolescente de quince años. Convencido de que su padre está sumido en una depresión y su madre tiene un romance con un instructor de capoeira, se embarca en una hilarante campaña cuyo objetivo es unir de nuevo a la familia...