Minoridad

634 28 0
                                    

Y tendrías que enseñar estos brazos.

Mi madre le da un pellizco a mi padre en el bíceps.

—Caramba —dice, haciéndose la impresionada.

Estamos sentados en un extremo de la mesa del comedor: yo, después mi padre y a continuación mi madre. Mi madre ha encendido dos velas y estamos comiendo en los platos cuadrados: trucha asada con setas silvestres y patatas nuevas hervidas con mantequilla al perejil. Pretende convencer a mi padre de que se apunte a clases de capoeira. Le vibra la voz en su intento de transmitir entusiasmo.

—Y tocan una música maravillosa, Lloyd. —Trata de captar su atención.

Mi padre no levanta la vista; desliza el cuchillo entre las agallas de las setas silvestres.

—Creo que te gustaría: dos percusionistas y un tío que toca una especie de guitarra de una sola cuerda —dice.

Suena terrible.

—Suena terrible —digo.

—No es terrible, Oliver. A tu padre le gustaría. Resulta hipnótico.

Lo recuerdo bien: Graham te mira a los ojos como un hipnotizador.

—Y Graham me hará la prueba de nivel el sábado —dice.

¿Por qué tiene que mencionar su nombre? Oigo el rechinar de la seta entre los dientes de mi padre.

—Para ver si me dan el cinturón amarillo —prosigue—. Podrías venir conmigo y ver qué te parece.

Mi padre clava el tenedor en la parte superior de la espina de la trucha descabezada, tira de ella hacia arriba, con cuidado; las espinitas se desenvainan de la carne rosada, la aleta caudal se desprende conservando la piel. La deposita con solemnidad encima del mantel azul.

—¿Harás un combate? —pregunto.

—Un juego…, lo llamamos «juego» —dice, mirando todavía a mi padre y a la espera de su respuesta.

—¿Por qué se llama juego? —pregunto. Hablamos con él en medio; está concentrado en su plato. Tira de una espina que le ha quedado entre los dientes. Terminará de cenar antes que nosotros.

—Porque intentamos no hacernos daño.

—Pues yo no quiero verlo a menos que haya pelea —digo.

—Imagínate que es como el breakdance —dice, intentando ayudarme a comprenderlo.

Me la imagino realizando rotaciones en el suelo sobre su cabeza, con vaqueros holgados y escuchando a Cypress Hill. Me pongo malo.

—¿Pero no podéis daros ni por casualidad? —pregunto, pensando en un motivo para que a mi padre le entren ganas de ir.

—No, en realidad no. Solo está autorizado darse algún que otro cabezazo de vez en cuando —dice.

Mi padre mastica.

—¿Por qué no vienes solo a ver la prueba de nivel?

No pone cara de convencido; de hecho, no pone cara de nada…, podría estar perfectamente repasando tiempos verbales: je mange, tu manges, il mange.

—Si nos apuntáramos los dos, podríamos entrenar juntos. —Me mira y mueve afirmativamente la cabeza—. ¿A que estaría bien que tus padres practicasen juntos la capoeira?

—En una escala de uno a horroroso, diría que…

—Graham estará, pero no tienes por qué hablar con él —dice mi madre.

Submarino, Joe DunthorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora