Llangennith

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Esta mañana me he levantado temprano porque se ha desprendido una teja y se ha hecho añicos al impactar contra el suelo del patio de atrás. Mi madre está en el salón, vestida todavía con el camisón, contemplando la bahía. El mar está decorado con los volantes que crean las olas al romper. Justo por encima de la playa, las cometas arcoíris se tensan con el viento.

—¿Piensas ir hoy a surfear, mamá?

—Estas olas son demasiado grandes…, me quedaría empapada.

—¿Y Graham?

—Oh, sí, él seguramente habrá bajado a ’Gennith.

 Esta es mi oportunidad. Graham anda por ahí haciéndose el héroe. Mi padre está en Sainsbury’s, los sábados por la mañana se va a las seis para no tener que ir con prisas.

Redacto una breve nota con la mentalidad de mi padre. La escritura de mi padre es imposible de imitar, de manera que imprimo la nota por ordenador —con Garamond, la fuente romántica—, la introduzco en un sobre y la dejo en el tocador de su habitación.

Jill, ahora que he terminado de corregir exámenes y hacer la compra, soy todo tuyo. He bajado el interruptor de la intensidad de la luz. ¿Por qué salir en busca de un filete de cadera cuando en casa tienes solomillo marinado? Ll X.

Me quedo en el descansillo, a medio camino entre su habitación en la primera planta y mi habitación en la buhardilla. Espero que venga y se vista.

Entra en su dormitorio. Oigo sonido de papel rasgado. Debe de estar abriendo el sobre. Hay una pausa.

—¿Oliver? —Esa es la palabra que pronuncia.

Me pregunto si me pedirá que me ausente de casa unas horas para que mi padre y ella puedan hacer algo furtivo.

—¿Oliver? —dice, en un tono más agudo esta vez, el «Ol» sonando como los inicios de una tos con flema.

Bajo el tramo de escaleras y me quedo en el umbral de la puerta.

—Oliver —dice; continúa con su camisón fantasmagórico—. ¿Qué es esto?

Sujeta la nota en lo alto, entre las puntas de los dedos extendidos; su mano adopta la forma de una pistola.

—No lo sé. ¿Qué es?

—Me parece que lo sabes.

Tiene el pelo pegado a la cabeza.

Paso lista a varias respuestas:

«Oh, ¿una nota de papá? Sí, he estado implicado, pero únicamente desde el punto de vista editorial».

«Sí, he sido yo. Solo intentaba salvar vuestro matrimonio».

«Papá ha estado muy ocupado, pero quiere hacerte el amor…, considérame su atractiva secretaria».

—De acuerdo, de acuerdo, lo admito. La he escrito yo. Pero hablé con papá y es lo que él quiere.

Frunce el entrecejo: en su frente aparecen las arrugas de la caligrafía de un moribundo. Deja caer la pistola; se abre para convertirse en una mano.

—¿Has hablado con papá? ¿De qué?

—He hablado con papá. Sabe que ha sido imperfecto. Y quiere arreglar las cosas contigo.

—Oliver, ¿de qué habéis hablado?

—Escucha, Jill —doy un paso hacia ella—, él sigue encontrándote atractiva.

Pestañea. Su mandíbula se proyecta hacia fuera, palpita.

—¿Te estás inventando todo esto, Oliver? No me mientas.

Submarino, Joe DunthorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora