Vudú

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Chips es un acosador tradicional; nos conduce detrás del cobertizo de las bicicletas. Aunque más parece una parada de autobús que un cobertizo. Solo hay una bicicleta atada, le han robado la rueda delantera y la trasera la han machacado a patadas.

Chips, Jordana, Abby y yo nos colocamos en círculo, o tal vez en cuadrado. Chips deja caer al suelo el diario de Zoe y le arrea un taconazo. El candado se resiste.

Chips ha robado el diario durante la clase de música de dos horas. El señor Oundle, el profesor, fue un cantante de ópera conocido, un bajo. Su dicción es perfecta. Mi padre tiene incluso un CD con su nombre completo en la carátula: Ian Oundle. A mi padre le entristece la carrera profesional que ha seguido Ian.

El señor Oundle se encontraba en el almacén de material y Zoe llevaba puestos los cascos en el momento en que Chips, después de arremangarse, decidió registrar su mochila.

El diario está forrado con fieltro de color morado y cerrado con un candado dorado que parece querer anunciar a los acosadores: «Leer este cuaderno es lo que más daño me haría».

Chips le da un nuevo puntapié al candado. Esta vez se rompe.

Recoge el diario del suelo, lo examina en busca de alguna mención de su nombre.

Arranca las hojas a medida que avanza. A nuestros pies empieza a formarse un montoncito.

Pillo una hoja al vuelo antes de que alcance el suelo:

Domingo: B+

Le he enseñado a mamá los bultos de la axila. Me ha explicado que en la axila tenemos ganglios, pero que soy demasiado joven como para padecer fiebre ganglionar. Que es lo que tuvo el primo Lewis cuando se pasó un mes en la cama y no tuvo que ir al colegio. Tendré que mirarme las axilas todos los días.

He recibido un e-mail de D. Dice que se muere de ganas de verme este verano en West Glam. Piensa que tendría que presentarme para el papel de Esmeralda. Le he dicho que no me darán el papel porque no soy delgada.

Creo que esta semana papá se ha cansado ya de dejarme ganar al bádminton.

Después hemos ido a la heladería de Joe y me he tomado un Chocolate del Polo Norte.

Hemos ido a ver a la abuela. Tiene un aspecto extraño sin pelo, pero no quiere ponerse la gorra que le compró mamá.

Cada uno va leyendo las hojas que pilla, gritando a viva voz los fragmentos más relevantes, como si fuese un ejercicio de comprensión lectora.

—«Me gustaría estar muerta» —lee Abby. En el cuello se le distingue una línea que marca la diferencia entre el maquillaje y el verdadero color de su piel.

—«Odio mi vida» —dice Jordana.

Cojo al vuelo otra hoja.

Martes: C–

El colegio ha sido una mierda, con la excepción de que he encontrado un billete de cinco libras. En clase de teatro hemos hecho ejercicios de confianza, que consisten en colocarte en medio de un círculo formado por cuatro personas, cerrar los ojos y dejarte caer. Gareth no paró de suspirar por el esfuerzo en todo el rato y Gemma gritó «Árbol va» cuando me lancé. No me dejaron caer al suelo, aunque pensé que lo harían.

He obtenido la segunda mejor nota en el examen de matemáticas de la señora Griffith. Cuando nos devolvió los exámenes, lo hizo empezando por el que había obtenido la nota más alta. Tatiana Rapatzikou ha sacado la mejor nota. Eliot, la peor. Por lo que se ve, el padre de Eliot se ha largado con una de las amigas de su hermana mayor. La chica solo tiene dieciocho años. Dice mamá que es un hecho terrible.

Hoy he recibido carta de D. Incluía una figurita de Lego con cuatro cabezas intercambiables que dice que puedo utilizar como muñeco de vudú contra quien quiera.

—Ajá —dice Chips cuando encuentra una página en la que aparece. Adopta una voz quejumbrosa que no es más que una mala imitación de la de Zoe—: «Jean, que se ocupa de los desayunos, me comprende. Dice que soy muy madura para mi edad. Me ha contado que ella ha tenido toda la vida un contorno de cintura variable y que eso no le ha hecho ningún daño. Dice que los niños pueden llegar a ser muy crueles. Le he contado que en clase de geografía he estado a punto de echarme a llorar cuando Chips ha dicho: “Apuesto lo que quieras a que cuando cenas utilizas como plato una placa tectónica”».

Chips levanta la vista.

—Ya no me acordaba de que le había dicho eso.

Sujeta el diario por la tapa, dejando que las hojas queden abiertas.

—Me parece que esto es un caso para el inspector Zippo —dice, pero Jordana ya ha tenido la misma idea…, el olor a petróleo, luego la llama. Chips espera a que el fuego prenda antes de soltar el diario para que caiga al suelo. Jordana se rasca el antebrazo, le queda rojo.

Supongo que Zoe piensa que anotar las crueldades que le decimos tiene un efecto catártico. Un recordatorio de vergüenzas del pasado: como cuando ni te molestas en limpiar el pus que salpica en el espejo.

Contemplamos cómo se consume el diario.

—No os sintáis mal —dice Chips—. Es mejor que Zoe no lo recuerde.

A excepción de Jordana y yo, todos los demás desaparecen de la escena del crimen.

Observamos la cremación; cuando las llamas alcanzan el fieltro, se vuelven verdes.

A Jordana le entra humo en los ojos; mira hacia arriba y pestañea. Todo lo relacionado con Jordana me hace pensar en fuego. La piel de su cuello se enciende y, como si de un símbolo de independencia se tratara, la punta del corbatín azul marino se ha chamuscado.

Veo que el candado del diario arde también. Debe de estar hecho de plástico, no de oro.

Submarino, Joe DunthorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora