Degüello

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Tengo un acertijo para ti, Oliver.

El padre de Jordana se llama Bryn.

Estamos sentados en torno a una mesa de madera oscura barnizada. Hay seis sillas, pero la mesa está puesta solo para cuatro. Jordana está enfrente de mí, al lado de su padre. Yo estoy sentado al lado de Jude. Hemos comido un rosbif que, aunque sabroso, no respondía a la masticación. Me he visto obligado a engullir enormes y cartilaginosas bolas de pelo. Las zanahorias estaban hervidas hasta quedar desenfocadas. El brócoli estaba delicioso y las patatas asadas eran bolas crujientes de una sustancia viscosa derretida y salada. Hay salvamanteles de corcho para cada comensal y dos más en el centro de la mesa.

Jordana refunfuña y deja caer la cabeza.

—¡Papá!

—Ya sé que Jor lo ha oído en otras ocasiones, pero es bueno, de verdad.

Hago un gesto de asentimiento.

Bryn tiene la nariz tal y como me la esperaba. Sólida y gruesa. Orificios nasales en los que podría meter el pulgar.

Se inclina sobre la mesa con su carnoso antebrazo y se gira hacia mí.

—Veamos. El rey quiere encontrar al hombre adecuado con quien casar a su hija, la bella princesa.

—De acuerdo —digo. En esencia es lo que hay. Este es el momento en que voy a ser descubierto.

Huelo a perfume, a restos de pelo de perro y a cebollas.

—Como bien imaginarás, cualquier hombre que cruza aquellas tierras desea casarse con la bella princesa, de modo que el rey idea una prueba para los pretendientes. El que supere la prueba obtendrá la mano de su hija; el que no la supere será decapitado.

Bryn tiene una sonrisa enorme. Jude también sonríe.

Degüello también significa decapitación.

Me alegro de haber pensado bien cómo iba a vestirme. Llevo los vaqueros más oscuros que tengo y una camiseta azul marino fabricada por L. L. Bean que mi madre me trajo de Nueva Orleans.

—Se trata de una prueba muy sencilla con el fin de asegurarse de que el hombre que quiera casarse con su hija está realmente entregado a ella. El rey tiene una bolsa con dos granos de uva en su interior. Una blanca y la otra negra. ¿Entendido?

—Entendido —digo, pensando en Rayhan, mi amigo medio galés, medio bangladesí.

—Para casarte con la princesa simplemente tienes que sacar de la bolsa la uva blanca en lugar de la negra.

—De acuerdo —digo, empezando a entrar en el tema—. Una posibilidad de supervivencia del cincuenta por ciento.

Ambos sonríen. Bryn asiente un poco. No miro a Jordana.

—Sí, eso es, exactamente. —Baja la vista hacia la mesa por un instante, hacia su plato sucio, que muestra una pincelada arcoíris de plato limpio allí donde ha absorbido el jugo de la carne con una patata asada.

—Llega el primer pretendiente dispuesto a realizar la prueba. Introduce la mano en la bolsa y extrae la uva negra.

—Oh, no —digo.

—Oh, sí. Va directo al tajo.

Levanto las cejas como queriendo decir: «Fiuuu, qué dura puede ser la vida».

—Pero lo que no sabía era que el rey, que quería quizá con exceso a su hija —ríe al decir esto y mira a Jordana, que parece exasperada—, había metido en la bolsa solo dos uvas negras.

Submarino, Joe DunthorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora