Es domingo por la mañana. Mi madre se ha conectado a Internet y oigo jazz del malo sonando a través del módem. Estoy en el baño.
Hace poco descubrí que mi madre se dedica a teclear en el buscador de Yahoo el nombre de enfermedades mentales aún por inventar: «síndrome de delirio adolescente», «problema de imaginación hiperactiva», «estabilizadores holísticos conductuales».
Si tecleas en Yahoo «síndrome de delirio adolescente», lo primero que te aparece es una página que habla del síndrome de Cotard. El síndrome de Cotard es un tipo de autismo en el que la persona afectada se cree que está muerta. En la página web en cuestión aparecen jugosas citas de víctimas de la enfermedad. Pasé una temporada insertando estas frases en los momentos de silencio que suelen producirse durante la cena o cuando mi madre me preguntaba qué tal me había ido en el colegio.
«Mi cuerpo se ha convertido en un caparazón».
«Mis órganos internos son de piedra».
«Llevo años muerto».
Ya he dejado de decir ese tipo de cosas. Cuanto más me hacía el cadáver, menos abierta se mostraba ella a comentar asuntos relacionados con la salud mental.
Empecé también a escribir cuestionarios para mis padres. Quería conocerlos mejor. Y les preguntaba cosas como:
¿Qué enfermedades hereditarias tengo probabilidad de heredar?
¿Qué dinero y tierras tengo probabilidad de heredar?
Si vuestro hijo fuera adoptado, ¿a qué edad decidiríais contarle la verdad sobre sus orígenes?
a) 4-8
b) 9-14
c) 15-18Yo tengo casi quince.
Les echaron un vistazo a los cuestionarios, pero no los respondieron.
Desde entonces, he recurrido al análisis furtivo para descubrir los secretos de mis padres.
Me he enterado asimismo de que mis padres llevan dos meses sin mantener relaciones sexuales. Controlo sus momentos íntimos por medio del regulador de intensidad de luz de su habitación. Sé cuándo lo han hecho porque a la mañana siguiente el interruptor está todavía situado en la mitad de su recorrido.
Descubrí también que mi padre sufre episodios de depresión: en la papelera de mimbre que hay debajo de su mesita de noche encontré un frasco vacío de antidepresivos tricíclicos. La depresión te ataca por asaltos. Como un combate de boxeo. Mi padre está en el rincón de la tristeza.
Si quiero determinar el inicio de un episodio de depresión de mi padre no me queda otro remedio que recurrir a toda mi intuición. Hay dos señales. Una: lo oigo vaciar el lavavajillas desde mi estudio, que está en la buhardilla. Dos: cuando escribe, presiona el bolígrafo con tanta fuerza que, desde un determinado ángulo, es posible ver sus notas de dos o tres días marcadas en la superficie del mantel de plástico que se limpia tan fácilmente y que utilizamos para cubrir la mesa.
He ido a yoga,
hay cordero en la nevera,
Ll.He ido a Sainsbury's,
Ll.Grábame lo que dan en Channel 4 a las nueve,
Lloyd.Mi padre no ve la tele, solo graba cosas.
Existen, del mismo modo, maneras de detectar el fin de un episodio de depresión: cuando mi padre realiza algún que otro elaborado juego de palabras o si se dedica a imitar a un gay o a un oriental. Son buenos síntomas.
Para poder hacer planes a largo plazo, me interesa conocer desde ya mismo los problemas mentales de mis padres.
Aún tengo pendiente de determinar la palabra que define correctamente la afección de mi madre. Tiene suerte, porque sus problemas de salud mental se confunden con determinados rasgos de carácter: cordialidad, encanto y placidez.
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Submarino, Joe Dunthorne
Teen FictionConozca a Oliver Tate, un adolescente de quince años. Convencido de que su padre está sumido en una depresión y su madre tiene un romance con un instructor de capoeira, se embarca en una hilarante campaña cuyo objetivo es unir de nuevo a la familia...