Infame

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En la reunión de la mañana antes de empezar las clases el señor Checker nos anunció que estos son los mejores años de nuestra vida. Dijo que la mayoría de nuestros recuerdos definitorios se formarán mientras estemos en el colegio.

Al final de la reunión, el señor Checker nos mostró un artículo del Evening Post. Y nos explicó:

—El beagle de la madre de Zoe Preece ha derrotado a ocho mil perros y se ha llevado el premio al mejor perro de la muestra canina de Crufts.

El señor Checker mandó a Zoe levantarse y todos aplaudimos, la vitoreamos y reímos.

Zoe no es la chica más gorda del colegio; Martina Freeman es mucho más gorda. Si la llamas gorda, Martina te empuja contra la pared y te agarra por las pelotas. Es por eso por lo que Zoe ha sido nombrada la chica más gorda. Cuando la llaman gorda, se escabulle y lo escribe en su diario. Tiene el pelo castaño y lo lleva cortado a lo chico, tiene además una piel excelente, del color de la leche entera. Sus labios siempre están húmedos.

El mejor tipo de acoso es el de uso tópico. Mi amigo Chips es un acosador tópico.

Es un hecho de todos conocido que en el último día de clase antes de vacaciones, aunque sean las de mitad de curso, las reglas no existen.

El camino que lleva hasta el estanque del colegio pasa entre una maleza cubierta por árboles enfermos, ortigas y balones de fútbol reventados.

Chips adopta el trote pomposo del entrenador del perro de los Cruft mientras guía a Zoe por el camino, derramando a intervalos el contenido de su plumier, como si fuesen golosinas para perro.

—¡Buena chica! —dice Chips, arrojando por encima de su cabeza el rotulador fluorescente de Zoe.

Chips lleva el pelo cortado al dos, lo que permite ver a la perfección el contorno de su cráneo, lleno de protuberancias y arrugado.

Jordana, Abby y yo cubrimos la retaguardia y contemplamos el culo a Zoe cada vez que se agacha a recoger su material. Lleva pantalones.

—Vamos, chica —la anima Chips, lanzando una goma de borrar Niceday que rebota en el suelo y se aleja del alcance de Zoe.

Zoe se agacha y grita:

—¡Para ya!

Las víctimas carecen de creatividad.

Un cartabón cae con estrépito sobre los adoquines del suelo. Me fijo en que el sudor ha vuelto transparente la piel lechosa de Zoe que asoma por debajo de su camisa.

—Eso es, gorda, ya casi estamos. —Chips deja caer del plumier su estuche de lápices de colores.

Llegamos al pequeño estanque del colegio. Está lleno de algas verdes. Una pelota de tenis sumergida, cubierta de musgo pero luminosa, brilla bajo la superficie como un escupitajo. El suelo que rodea el estanque es de adoquines; los zarzales lo invaden por todos lados, dejando apenas espacio para caminar a su alrededor. Chips se planta en un extremo, su boca entreabierta, la lengua de un color rojo intenso. Vislumbro la pequeña marca oscura, como un arañazo casi cicatrizado, en su labio superior. Zoe se aferra al material recuperado con la mano izquierda pegada al pecho. Extiende el brazo derecho al ver que Chips balancea el plumier sobre el agua.

—¡Devuélvemelo! —grita.

—Buena chica. Ahora date la vuelta.

El acoso se sustenta en la solidaridad.

No sé quién de nosotros es el primero que acerca la mano a la espalda de Zoe — todos somos capaces de ello—, pero en cuanto una persona se compromete, el resto debe seguirla: una regla básica del acoso.

Noto el perfil del tirante del sujetador de Zoe y el calor que desprende su piel cuando mi mano —nuestras manos— empuja. Cae, no según el estilo tradicional, de plancha, sino con un pie estirado, como si las algas pudieran sujetarla. La Reebok de su pie derecho localiza el fondo del estanque, que no tiene más que un palmo de profundidad. Por un instante imagino que se mantendrá en equilibrio, como una bailarina gorda sosteniéndose sobre una sola pierna, pero el pie resbala bajo su peso y Zoe cae de culo en las aguas poco profundas y viscosas. La regla, la goma de borrar, los bolígrafos y los lápices flotan sobre la espesa capa de algas.

Nos sentimos orgullosos: cuando vemos que Zoe rompe a llorar, su camisa está salpicada de verde y su material va hundiéndose lentamente, sabemos que este será uno de esos lúcidos recuerdos de juventud sobre los que nos habló el señor Checker en la reunión de esta mañana.

Submarino, Joe DunthorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora