18.

44 8 1
                                    

Tras la partida de Dara, Saulum trató de ahogar su melancolía en los entrenamientos.

Dreidus fue desde el principio su alumno más aventajado. Entre alumno y maestro se creó una unión especial que perduraría mucho tiempo después, incluso cuando conseguida la licenciatura con la máxima calificación, fue enviado a la frontera norte del país para combatir a los Arakocs, pueblo muy agresivo de facciones y cuerpo simiesco con el que mantenían también una guerra que ya duraba mucho.

Las noticias que llegaban de la frontera eran siempre muy buenas; Dreidus había heredado una cualidad innegable para la estrategia de su padre y de Saulum había aprendido a combatir. Juntas, esas dos cualidades, pronto se convirtió en un general de éxito, implacable y siempre vencedor. Nunca antes la frontera con los Arakocs había estado tan bien defendida ni nunca antes habían llegado tan buenas noticias de tantas victorias.

Los humanos mientras, en el sur, se habían vuelto muy atrevidos. Llegaban noticias de puestos avanzados destruidos, de ejércitos aniquilados, de campos de cultivo quemados y de habitantes de ciudades obligados a evacuar por culpa de la amenaza de invasión. El ejército imperial de Malquevich junto a facciones de Los Sin Madre, avanzaban sin oposición. El valle de Enon fue perdido ante su avance. Construían fortificaciones y hacían suya la tierra de nuevo después de tantos años.

Después de las exitosas campañas en el norte, Dreidus fue destinado al sur y en cuestión de meses modificó el estado de la balanza. Su empuje e ideas revolucionarias hicieron retroceder a las fuerzas humanas y tras nueve meses de conflicto bélico, les hizo recular de nuevo hasta las montañas. Dreidus estaba henchido de victorias, cegado de gloria y anhelaba aún más.

Saulum, reunido con el resto en la sala de recepción, escuchaba las noticias y trataba de permanecer neutral, de no sentir nada. Veían a Dreidus gracias a un interesante aparato que proyectaba su imagen en tres dimensiones y podían escuchar sus palabras gracias a unos altavoces en forma de pequeñas cajas de madera que atrajo la curiosidad del muchacho. Él también podía verles a ellos.

Transcurridos varios meses en los que ni Dreidus avanzaba ni los humanos conseguían derrotarle, tuvo lugar una de esas transmisiones. El hijo del monarca parecía abatido y alterado al mismo tiempo. Relataba su frustración a su familia; estaba cerca de la total victoria pero siempre sus soldados eran repelidos por el maldito bosque y en concreto por los Sin Madre.

- Saulum, esas fortalezas son la razón de que mis planes fracasen. No dejan de nutrir de hombres al bosque. Si las encuentro y las destruyo esto habrá terminado. Tú sabes dónde se encuentran. Imagino que Puerta de Entrada se encuentra en las estribaciones de la montaña, cerca de Careicarcatuun pero sigue oculta a mis espías. ¿Dónde se encuentra el resto? Dime donde están para que pueda ganar esta guerra para mi madre. ¿Dónde están, Maestro?

- No me pidas eso Dreidus. Nunca te lo diría.

- Escúchame bien Saulum: no debes nada a esos humanos. Nosotros somos tu pueblo ahora. Si debes lealtad a alguien debiera ser a nosotros por todo lo que te hemos dado. Con lo que tú sabes, esta guerra terminaría al final de esta semana, o incluso mañana... hoy mismo quizás. Los barrería. ¿No respondes Maestro? Voy a ganar esta guerra, ¿me oyes? Tú me enseñaste que en combate hay que aprovechar todas nuestras ventajas. Esta es una guerra que voy a ganar y si para ello tengo que sacarte esa información por la fuerza lo haré, ¿Entiendes?

- Hijo mío, ¿Cómo puedes decir eso?

- Madre, me serviré de los medios a mi alcance para conseguir lo que quiero. Dentro de una semana estaré allí. Saulum, hablaremos. - Finalizó la transmisión desde el otro lado.

Huir era una posibilidad. Pero no tenía a donde. Adaverk juró y perjuró que como exiliado político bajo su protección nada le ocurriría y Saulum no dudaba de sus buenas intenciones pero se daba cuenta de que Dreidus se había hecho fuerte, muy fuerte en el ejército, tanto que no le sería difícil imponer su voluntad. Lo que restaba por saber es si lo haría por encima de la voluntad de su madre, la Matriarca de Curelingia, si se atrevería a llegar a tanto.

Estaban en el salón del trono discutiendo cuestiones políticas cuando llegó la noticia de que Dreidus había llegado a la ciudad, acompañado por un destacamento armado. Saulum también estaba allí y supo de su inminente llegada. Mesándose la barba tomó asiento en un banco y esperó contemplativo.

- Tu hijo me va a matar. Me llevaré la información que él pretende a la tumba.

- No dejaré que eso ocurra, le haré entrar en razón.

Dreidus llegó y en la sala se hizo el silencio. Su paso era tranquilo y amenazador como el de un felino que ha avistado a su presa y lo domina la firme determinación. Saludó con un ademán breve a su familia e hizo intención de acercarse al humano. Adaverk se interpuso y realizó una declaración de intenciones:

- Si le haces algún daño... - No pudo terminar la amenaza. Las palabras se le quebraban en la boca. Dreidus con una presión suave pero constante le apartó de su camino. Daverisa sí pudo hablar y desde el trono se dirigía a su hijo pero este parecía no escuchar.

- Querido Maestro. Sabes qué anhelo. ¿Me lo dirás o habré de sacártelo de malas maneras?

- Querido alumno. Sabes qué no te diré nada. Ni siquiera me opondré. Antes me sacarás mi sangre que una indicación.

Esta respuesta no satisfizo a Dreidus que enojado tomó al humano con sus manos y lo zarandeó gritándole amenazas terribles. Cuando Adaverk y los suyos quisieron reaccionar, los hombres del general se interpusieron en su camino deteniéndolos e impidiéndoles actuar. Dreidus llevó a Saulum en volandas acercándolo a un gran ventanal amenazándolo con arrojarlo al vacío. Daverisa visiblemente enojada profería amenazas y fue la única que ningún soldado se atrevió a tocar. Se acercó a su hijo y ordenando y suplicando le pidió que no cometiese ninguna tontería. Saulum veía ante sí a un Dreidus desfigurado por la ira y la frustración, su mirada prometía lo que sus palabras decían.

Eso era un instante. Al instante siguiente, sus facciones volvieron a ser las del alumno que recordaba. Posó a su maestro con cuidado en el suelo y trató de alisar sus ropas con cuidado, casi con afecto.

- La representación ha terminado. - Todos le miraron confusos, sin poder creer el inusitado y repentino cambio. - En realidad dudaba de que esta treta surtiera efecto. Sabía que por las buenas nunca lo dirías así que pensé que quizás sí lo harías bajo la influencia de las amenazas, aunque conociéndote debería haber sabido desde un principio de que no te dejarías quebrantar. Normalmente con los humanos funciona así, ¿no? Tú me enseñaste eso. Disculpa a mis padres, amigo, ellos saben que en tiempos de guerra un general puede irrumpir de esta manera y comportarse de este modo desoyendo a la misma Monarca si los motivos lo justifican. - Acercándose a su madre, la tomó entre sus manos y la besó. - Nunca hubiera deseado tener que hacer esto delante vuestra, madre, pero decidí que las circunstancias me otorgaban la justificación necesaria. Tenéis mi lealtad y cariños eternos. Padre, espero que con el tiempo encontréis la manera de perdonarme. Saulum, nunca hubiera podido tocarte...aunque antes te movías tanto que has estado a punto de resbalarte de mis manos. Por cierto, ¿los humanos tienen alas para volar?

- Desde luego que no, puñetero saco de mierda ¡El susto que me has dado!

- Eso suponía. Buenas tardes.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora