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Era raro que se hicieran prisioneros a los curelingos pero alguna vez se había hecho. Tras investigaciones realizadas por el estado mayor, se confirmó que previa caída de las dos fortalezas, se habían hecho prisioneros. No sólo eso. Las circunstancias, sino las mismas, sí habían sido muy parecidas. Los supervivientes relataban una incursión fallida curelinga en la que se hacía preso al que decía ser monarca de los curelingos. Se hizo correr la voz: los prisioneros serían cacheados buscando el mismo artefacto que había sido encontrado en el curelingo llamado Adaverk.

            A este, y a los que les acompañaban, se les sometió a duras torturas. Sólo por la intermediación de Saulum lograron sobrevivir dos de ellos. Adaverk era uno de ellos. Fueron encarcelados en lo más profundo de las mazmorras de Puerta de Entrada y pronto olvidados.

La guerra continuaba y por lo cruento de las batallas, se diría que hacían lo posible por dar con su rey, o así le parecía a Saulum ya que las más intensas batallas se daban por su zona, donde los guerreros de Adverk habían caído. Parecían movidos por la ira y la desesperación y eso les hacía pelear peor. Saulum los repelía una y otra vez.

Por aquella época fue cuando Saulum comenzó a bajar a las celdas. El celador le procuró una silla bastante cómoda y la situaba enfrente de las rejas en las que un abatido Adaverk lloriqueaba en silencio. Los primeros días no pudo establecer una conversación en toda regla pero, con su insistencia, consiguió despertar cierto interés en el curelingo.

Saulum le traía noticias de fuera, le contaba lo bien que llevaba su campaña contra los suyos y criticaba el hacer de los generales curelingos a quienes tildaba de “fanfarrones estúpidos”. Con ello hacía que el curelingo se arrancase su apatía de encima y que defendiera a los suyos con fervor. Después de esto, satisfecho por haber sacado al curelingo de su estado, Saulum llevaba la conversación por otros derroteros. Le interesaba saber cómo era la vida de un curelingo, cuál era su visión de las cosas y del mundo, cómo veían a los humanos y porqué les odiaban tanto.

Cada día bajaba para charlar con quien ya estaba seguro que era el monarca de los curelingos. Pasaba una hora u hora y media con él antes de marcharse a dormir siempre que podía o se lo permitían sus obligaciones. Al principio era una ligera molestia para Adaverk pero pronto los encuentros eran esperados por el curelingo con gran anhelo. Continuaban temas de conversación durante una semana entera antes de pasar a otro o simplemente se mantenían en silenciosa reflexión separados por los barrotes. Crearon juntos un lenguaje personal y privado, sus propias bromas y anécdotas que les hacían reír y allí curelingo y humano crearon un, hasta entonces, impensable lazo de unión.

Cuando Adaverk superó las primeras reticencias, habló largo y tendido sobre sus costumbres como curelingo a un Saulum ávido de conocimiento. Por supuesto, ocultaba todas aquellas referencias que pudieran servir militarmente al humano, pero en el resto se explayó. Pintaba los relatos con todo lujo de detalles, lleno de una melancolía infinita, nostalgia por la pérdida de todo lo que ya nunca volvería a ver.

- Ya sé que eres quien dices tú que eres. Háblame de los días en que eras rey. ¿Cómo es, ser rey?

            Habló y habló sin temor porque como el amigo que conoce a su amigo, leyó profundamente en el corazón de Saulum como ningún hombre lo había podido hacer antes. Saulum tenía curiosidad infinita sin maldad. Luchaba porque tenía que luchar.

            Saulum también habló a petición del monarca. Nunca antes había hablado tanto. Si se lo habían pedido alguna vez, él había rechazado la petición con un “No”. Aunque salvo Altero o Badera nadie más que se había interesado por él antes. Y Badera siempre hablaba por los dos. No obstante, descubrió que no era tan difícil y que lo hacía con gran naturalidad hasta el punto de incluso gustarle. Adaverk escuchaba atento cada palabra, reía cuando tenía que reír, callaba cuando tenía que callar o hacía los comentarios justos y pertinentes. Con ello descubrieron que no eran tan distintos el uno del otro. Distintos, sí, pero también coincidían.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora