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Saulum, Badera, Altero, Fedalar y algunos otros elegidos, contemplaban en silencio la larga hilera de antorchas que se aproximaba con paso solemne entonando cánticos y salves. Se encontraban en el bosque de la montaña, más concretamente en el Desfiladero de las Tres Cruces. El sol hacía una hora que se había escondido tragado por el horizonte.

            Caminaban por una escalera excavada en la roca que hacía siglos ningún curelingo había ascendido, y ahora, cientos de miles de ellos, la subían llenos de regocijo; iban al encuentro de la morada de su dios y creador.

Saulum, junto con unos pocos elegidos a los que se hizo jurar que guardarían el secreto, inició la búsqueda del templo del que una vez Adaverk le hablase: El Dröm. Le tomó una semana y media hallarlo y cuando al fin se logró, ocurrió de casualidad; los peldaños de extraño diseño, llevaban por caminos sinuosos que ascendían por rincones oscuros y jamás explorados por el hombre adentrándose en lo más recóndito de la montaña. Conducían a un edificio de arquitectura inverosímil y de una belleza de otro mundo, imbuida de un poder extraño e innegablemente mágico, magnético. Por respeto, ningún hombre osó entrar en el templo. La sola visión de este fue suficiente premio. Sin más dilación, el humano informó a su amigo que acudió presto al lugar. Al verlo, se hincó de rodillas y rompió a llorar en tenues sollozos.

            La comitiva la abrían los monarcas y sus hijo,s que al acercarse a ellos, detuvieron el avance unos instantes.

- Una vez más, querido Saulum, te debemos mucho. Haces dichoso a nuestro pueblo al permitirle de nuevo recobrar su legado espiritual. Esta noche rogaremos por ti y por tu pueblo. Qué humanos y curelingos convivan en paz. Ese es nuestro sincero deseo. - Así habló la Monarca Daverisa.

- Los curelingos pueden orar tranquilos y honrar a su Dios hoy y siempre en el futuro. Me haré cargo de que nadie ose impedirlo. Nunca más curelingos de paz serán amenazados en tierras de los humanos por los propios humanos o por otra especie. Espero que esta sea suficiente muestra del sincero deseo de convivir en paz.

Dirigente humano y monarca curelingo se acercaron el uno al otro y sonrientes se fundieron en un abrazo que duró unos segundos. Adaverk volvió a la fila y con ojos brillantes continuó el ascenso hacia el lugar santo, iniciando un canto al que pronto el resto de la comitiva se unió.

            Los curelingos, al pasar junto a los humanos, les saludaban y les dedicaban palabras de gratitud.

            Con la impresionante imagen de los miles de peregrinos ascendiendo la montaña, Saulum y el resto de amigos se adentraron en la espesura del bosque, dejando que la raza amiga llevase a cabo sus ritos en la intimidad.

Al cabo de un rato, Saulum ya anhelaba el hogar, y para su sorpresa, se descubría a sí mismo pensando en el cabello largo del color de la madera y en la sonrisa coqueta de unos labios afrutados por los que había notado crecer su estima durante los meses anteriores. El azar había querido que Baradawen volviera a su vida. La había encontrado afanada cuidando de niños huérfanos, víctimas de la política egoísta del anterior canciller, durante la época en la que se dirigía al pueblo para preparar el auxilio de los curelingos. Tenía entonces el largo cabello recogido en una coleta y aunque estaba de espaldas, Saulum habría reconocido aquella manera de moverse decidida y terca en cualquier parte del mundo y bajo cualquier circunstancia. El muchacho no pudo retener el impulso de correr a saludarla y aunque al principio la joven se mostró un tanto a la defensiva, el brillo de sus ojos la traicionó y no pudo ocultar la inmensa alegría que le producía volver a encontrarse con él. A aquel encuentro y tras la victoria sobre los Arakocs, se sucedieron decenas de encuentros robados a las horas de sueño en los que ambos sintieron crecer las bases del amor que más tarde les uniría definitivamente.

Dibujado en su rostro una expresión casi bobalicona, Saulum visualizó los surcos rosados y sinuosos de sus labios deseando repentinamente estar junto a ella para poder besarlos. Decidió entonces que no quería esperar más y que deseaba vivir junto a ella. Llevado por ese impulso, obligó a sus amigos a apretar el paso y así llegar cuanto antes.

Saulum se sentó más a menudo en el trono y no por despiste como sucediera la primera vez, sino como dirigente electo por el nuevo senado constituido. Aceptó algo reticente, pero tenía el apoyo de todos y el pueblo lo quería así porque así lo había manifestado, no encontrando más argumentos para oponerse.

            Los siguientes meses fueron de euforia colectiva. Se respiraba confianza en el futuro y seguridad por primera vez en siglos; el enemigo eterno era ahora un aliado y la mutua colaboración y cooperación prometía cosas muy buenas para ambos.

            Durante este tiempo de calma y felicidad Saulum contrajo al fin matrimonio con Baradawen, la joven que torturaba su mente con el deseo infinito de su cuerpo y de su presencia, condenando sus noches a no disfrutar del placer del sueño. El romance que vivieron juntos, solo ellos pueden narrarlo. Baradawen resultó ser una buena mujer, inteligente, bella y lo suficientemente fuerte para estar junto a un hombre de las características de Saulum.

Sólo en su compañía podía entreverse en el nuevo rey un atisbo de vulnerabilidad, pues para amar de verdad hay que abandonarse a ese estado de vulnerabilidad. Saulum lo supo desde el primer instante en que posó sus ojos sobre ella, allá en el Torreón donde la conoció.

La boda fue la más hermosa y fastuosa de todas cuantas se habían celebrado en el palacio de la marca, doblemente especial al tener tantos invitados y tan de renombre, como eran los monarcas de Curelingia, sus hijos y su corte. Sus regalos fueron los más increíbles y fantásticos que jamás pareja alguna habían recibido en el día de su unción. Los dos pueblos vivieron una celebración unidos como nunca dos pueblos con tan pocas similitudes lo habían hecho antes en la historia registrada.

Adaverk acudía a la biblioteca del palacio de Saulum de tanto en tanto. No era raro verle vagar por allí sólo y abstraído, embelesado en la lectura de alguno de los grandes escritores humanos. Las charlas entre los amigos continuaron hasta el final de los días del monarca humano.

Los encuentros de balón pie y balón cesto se sucedieron entre los dos pueblos y la rivalidad en ese sentido creció. Los pueblos anhelaban excitados los choques entre los distintos equipos y en los distintas disciplinas, ambas razas adquirieron una pericia encomiable por lo que dichos encuentros se caracterizaron por su alta competitividad. Solían coincidir en la época en la que se recordaba el día de la liberación y la llegada del ejército humano, pero más tarde, y con la aparición de numerosos equipos y distintas peñas, hubo de crearse una liga, fortaleciendo aún más los lazos entre las dos razas.

Saulum tuvo nueve hijos, dos varones y siete hembras. Cada uno, llegada a la edad de dieciocho años, era enviado a la casa de Adaverk para iniciar sus estudios en la lengua curelinga así como de las materias que su tío considerase necesarias. A Adaverk le encantaba la literatura humana y de eso nunca faltaba. Además estaban las clases de esgrima; la escuela que crease Saulum seguía abierta años después y se impartían sus enseñanzas, fieles a su fundador. Dreidus era el instructor jefe y se encargaba personalmente del adiestramiento.

En el reinado de Saulum hubo prosperidad y crecimiento en muchos sentidos, en muchos más que se escaparían a un observador, incluso a uno experimentado.

Adaverk y Saulum, con su amistad sincera y espontánea, su valor, nobleza e integridad, unieron a dos pueblos que de otro modo hubieran estado condenados a desaparecer, obsesionados con una antipatía que hubiera significado su fin irremediable. La evolución de los acontecimientos lo hubiera probado sin duda con el transcurrir de los años.

Juntas, las dos razas se complementaron hasta cotas inimaginables, superando numerosas pruebas que otras razas no supieron afrontar feneciendo en el olvido. Sobrevivieron conviviendo pacíficamente caminando cogidas de la mano por los siglos de los siglos durante cientos de generaciones hasta convertirse finalmente en una y hegemónica nación.

  

Fin

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora