Saulum, a la temprana edad de siete años, no quería saber de nada ni de nadie porque nada le importaba. Había vivido feliz junto a su familia hasta que una escaramuza curelinga se había llevado la vida de su padre, su madre y sus hermanos adolescentes. Habían sido una familia de granjeros del norte de la marca y cuando toda la zona fue arrasada, muchos colonos perdieron la vida dejando a muchos huérfanos, entre ellos a Saulum.
El monarca de aquel entonces, Seadar IV decretó, aconsejado por su fiel amigo el General Aropetus, que los huérfanos fueran llevados a los alcázares situados en el extremo más septentrional del paraje boscoso conocido como Thorbald, donde serían entrenados para crear una milicia que defendería la frontera norte para que tal tragedia no se volviera a repetir. Los huérfanos crecerían para formarse como guerreros, para devolver al reino la tierra en la que perecieron sus padres.
Sin darles opción a elegir, los miles de huérfanos fueron guiados como ganado por los escarpados senderos de la montaña, entre frondosos bosques de engañosa belleza.
Fue una semana dura en la que Saulum vio como algunos de sus antiguos compañeros de escuela, allá en la comunidad granjera, fallecían de extenuación, sed, o preferían despeñarse al abismo llevado por el insoportable pesar producido por las pérdidas de sus familiares. Saulum asistía impávido a estas escenas y a diferencia de otros, él no apartaba nunca la vista, siempre miraba de frente al dolor. Algunos intentaban huir pero los soldados del rey prestamente daban con ellos y delante del resto les propinaban sonoras palizas que pretendían ser ejemplo para el resto. Estos no solían durar más de dos jornadas.
Llovió y los soldados no permitieron que los muchachos buscasen cobijo. Saulum, sombrío, era una cabeza erguida entre cientos de cabezas bajas apaleadas por las inclemencias del tiempo. Aquello tampoco le importaba.
Por las noches, ignorando los intentos de otros por iniciar conversación, buscaba una esquina y ocultando los ojos con sus brazos se sumía en sueños sin sueños. Noches negras demasiado cortas siempre, insuficientes para lograr el descanso ansiado, siempre atento de estar despierto antes de que la fusta del soldado diese la bienvenida al nuevo día.
El convoy de críos sucios y harapientos fue conducido como un rebaño cruzando frondosos bosques, ascendiendo por escarpadas montañas. Fue recorriendo un camino en zigzag siempre ascendente por trochas de piedras tan estrechos que apenas una carreta podía pasar por ellos y en los que más de un caballo y mula de tiro hubo de ser despeñada al torcerse la pata a causa del traicionero camino.
La peregrinación tuvo como parada obligada cada uno de los alcázares, el cual más destartalado y de aspecto desolador. El primero de ellos fue La Ventanilla; una inmensa mole de tres torres hecha de roca oscura rodeado de un alto muro en cuyos vértices aún se sostenían apenas unos torreones que, más que nada, amenazaban con derrumbarse sobre sus cabezas de un momento a otro. Fue ese mismo día en el enorme patio porticado de la fortaleza que los soldados de peto de cuero, rostros ocultos por cascos de metal y manos armadas con fustas y látigos separaron hermanos de hermanas, primos de primas, amigos de amigas. Fueron por entre las largas hileras apartando a un lado a las niñas para ir formando un grupo que poco a poco se iba haciendo más nutrido. Ellas lloraban en silencio o permanecían con la mirada fija en el suelo, temblando de miedo y frío, las unas arracimadas con las otras.
Saulum había perdido a padres y hermanos pero esa vez no echaría de menos a una hermana. Se sentía ajeno a aquel dolor o así prefirió permanecer. Fue entonces cuando algo dentro del joven se rompió más profundo y más dolorosamente de lo que nunca admitiría. Sus ojos se apartaron húmedos y enrojecidos.
Adquirió en ese mismo instante ese aire de distancia por el que luego sería conocido.
Los hermanos separados se gritaban despedidas y promesas de un reencuentro futuro poco probable y los lloros nunca cesaban. Saulum reconoció a varias de las chiquillas y una de ellas se lo quedó mirando con un ruego en los ojos. La impotencia que sintió entonces le quebró mucho más y ya no pudo reprimir las lágrimas. Apartó la mirada y con gesto seco se limpió los ojos.

ESTÁS LEYENDO
Saulum, el Sin Madre
FantasySaulum, El Sin Madre Una pugna entre naciones por una franja de tierra fronteriza boscosa de las montañas Thorbald. Una masacre sangrienta y diez mil colonos son aniquilados sin el menor resquicio de piedad. ¿Sin piedad? No del todo. Para sorpresa d...