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Al principio, su nuevo rol, le vino grande. Simplemente no se adaptaba. Andaba malhumorado la mayor parte del tiempo y su entrecejo siempre fruncido en un signo de preocupación constante. Aceptó sus nuevas responsabilidades aunque aún sin saber muy bien porqué. Quizás porque la gravedad de la situación lo requería. Quizás por la insistencia con la que Altero se lo había exigido o más bien por el respeto que ese hombre le había ido inspirando los últimos meses. Simplemente atajó el hecho de que así debía ser.

Corría perpetuamente pegado a la sombra de Altero pendiente de sus órdenes y con toda la presteza de que era capaz pasaba la voz y cuidaba de que se cumpliesen en una tensión constante e ininterrumpida, dando instrucciones marciales a voz en grito, siempre infatigable, corriendo de un lugar al otro. Muchas fueron las ocasiones en las que la ausencia de Altero obligaba al muchacho a tomar decisiones no siempre sencillas, a aceptar los errores y las alabanzas cuando estas venían con su de continuo humor estoico.

Saulum, en un principio, pensó que carecería del carisma suficiente para inspirar confianza y lealtad en los hombres, pero pronto, el discurrir incesante de los hechos le hizo olvidarse de sus dudas y ponerse a la tarea con toda la firmeza de que era capaz de reunir.

Y no le salió tan mal, sino todo lo contrario.

Con los meses fue ganando en confianza y hasta llegó a un grado de desenfado tal como para desobedecer órdenes directas prefiriendo el propio criterio o incluso improvisar maniobras de su propia inventiva. Esto a veces traía de cabeza al propio Altero que con enojo asistía a esos desplantes aunque este no podía negar la inteligencia y pericia de su segundo por lo que prudentemente callaba o dirigía sus rapapolvos intencionadamente con buen criterio.

Los Sin Madre se preparaban para repeler una ofensiva a gran escala de los curelingos en la frontera norte. Era una zona frondosa de difícil acceso pero los curelingos, a tenor por los informes de los ojeadores, estaban decididos a llevar a cabo tal empresa. Lo escarpado del terreno hacía difícil tanto el ataque como la defensa por lo que ambos bandos tenían las mismas posibilidades.

El cuerpo de estrategas del ejército meditaba qué hacer delante de un mapa desplegado sobre la superficie de una mesa colosal mientras Altero y otros jefes de Compañía discutían con expresiones serias los pros y contras de una línea de acción. Bujías de aceite crepitaban iluminando la carpa. Una tos áspera se hacía audible por encima de las voces. El viento fuera hacía mover las ramas densas de hojas que producían ese distintivo sonido parecido al del caer de gotas de lluvia.

Era una reunión poco ordinaria: el ejército, vitalizado por el ascenso del tirano había ganado en presencia y poder. Consideraban que Los Sin Madre no eran suficientes para mantener la frontera contra los curelingos. Fue frustrante comprobar que desde la llegada del ejército a la gran montaña los encuentros con los curelingos se contaban por derrotas. Los viejos generales curtidos en proezas en el sur habían querido hacerse con el control arguyendo su mayor experiencia como única credencial suficiente. Para ellos, Los Sin Madre seguían siendo unos huérfanos sin guía. Unos salvajes de la montaña, analfabetos e ineficaces.

Saulum estudiaba con ojos vacíos el mapa, hastiado de discusiones sin fin y de hurañas caras. Los ojeadores, con la cadencia de un reloj, entraban apresurados jadeantes y sudorosos en la tienda de campaña, reportando las últimas novedades. Estas no eran buenas. El avance estaba teniendo lugar y no se hacía nada. El ejército con su maquinaria burocrática estaba perdiendo la guerra.

Altero, cansado de lidiar con viejos generales inflexibles hizo unas señas al resto de jefes de Los Sin Madre y se dispuso a abandonar la carpa. Uno de los generales le interpeló que esa actitud podría ser considerada como de traición por lo que hubo de frenar su arranque.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora