Nubes negras surcaban el rostro de Saulum el soleado día en el que los curelingos cumplieron con su parte.
En cambio, Malquevich, rodeado por su séquito de mariscales y demás oficiales, asistía a la llegada de los primeros liberados con una gran sonrisa de satisfacción en su cara.
Como si se tratasen de colonos que por primera vez pisasen aquellas tierras, la fila de humanos liberados llegaba al bosque con una alegría inmensa en sus rostros. Cantaban y lloraban, se acercaban a abrazar a los guerreros a quienes reconocían como sus libertadores.
Iban cargados con sus pertenencias y su andar era lento pero constante. Humanos de toda la montaña se habían acercado y se apiñaban para buscar a un familiar desaparecido y no era raro ver un reencuentro lleno de emotividad entre un hermano con otro, un padre que reencontraba a su familia o una madre a su hijo.
Saulum, todavía atribulado pero llevado por la curiosidad, caminó al final de la cola de liberados y reflexivo los contempló. Estrechaba las manos que se ofrecían o aceptaba el abrazo de una señora que lloriqueante le daba las gracias; pasaba la mano por la cabeza de niños que se acercaban para que les enseñase la espada o que se ofrecían para enrolarse en los ejércitos.
Todo esto le hizo olvidar por unos momentos y se consoló pensando que al menos algo bueno había hecho.
El último de los liberados era un hombre mayor de barba gris, dos cabezas más alto que el propio Saulum. Se ayudaba con un báculo al caminar y sonriente mantenía una animada conversación con dos jóvenes.
- Perdonadme señor, ¿sois el último de los humanos que estaban presos por los curelingos?
- Sí, al menos el último de los que han querido regresar.
- ¿Perdón? Repita eso por favor.
- Aquí tiene. Es un papel en el que vienen las firmas de todos aquellos que han preferido no regresar. Exponen sus razones y con la firma de este documento esperan se exima de toda responsabilidad a los curelingos. Fueron firmados libremente, puedo dar fe de ello señor.
Saulum tomó el papel de sus manos y consternado se puso a revisarlo. Se trataba de una lista de más un centenar de firmas y junto a ellas, unas breves líneas: No estoy en contra de mi voluntad...no se me trata con injusticia...deseo morir en esta tierra...soy útil aquí... Las razones eran diversas, tantas como firmas y al final del documento venía escrito Los arriba firmantes, sin otra voluntad que la propia, quedan al margen del acuerdo de liberación. Saulum no salía de su asombro. ¿Humanos que preferían vivir entre los curelingos?
Al inicio de la tarde ya había averiguado donde tenían a Adaverk y al crepúsculo ya lo tenía todo preparado.
La media luna estaba en lo más alto cuando él y otros cinco hombres ataviados con ropas oscuras subían escaleras arriba de la torre. Desarmaron y redujeron a los tres hombres que vigilaban la puerta sin ningún ruido. Extrajeron la llave a uno de ellos y Saulum abrió la puerta entrando como una exhalación en la habitación.
Un asustado e insomne Adaverk permanecía como una estatua de mármol sentado en el borde de la cama.
- ¿Qué es esto?
- Adaverk, te vuelves a casa. Coge lo imprescindible, nos vamos.
- Los libros, ¡los libros! ¿puedo llevármelos?
- Lo siento amigo, no puedo dejar que te los lleves. Vámonos.
Uno de los hombres pasó una manta para cubrir al curelingo y rodeándolo le instó a que saliera.
En formación cerrada en torno al rey, salieron de la torre. Los hombres de las puertas le eran fieles a Saulum y sin comentarios dejaron el camino expedito para que el grupo abandonase Puerta de Entrada.
Los ojos del curelingo y del humano se encontraron por un instante. Los ojos del rey brillaban llenos de gratitud. Saulum tiró de la manta para ocultar el rostro del curelingo y con decisión imprimió velocidad a su paso y al de sus hombres.
Caminaron en la más profunda y calma oscuridad. El silencio era intenso en lo profundo del bosque y sólo se oía el pesado respirar de los hombres por su forzado caminar.
En dos horas llegaron a la frontera y en lontananza, Saulum creyó identificar a los curelingos enviados para recoger al monarca.
Los árboles se acabaron y comenzó la planicie de hierba verde cimbreada por una gentil brisa. Saulum mandó a sus hombres retroceder, ordenándoles que volvieran a Puerta de Entrada con la mayor premura posible. Caminando todavía, Saulum retiró la manta del rey y se la arrojó al último hombre que esperaba para llevársela.
- Adaverk, más adelante te esperan tus hombres. Malquevich no tenía ninguna intención de entregarte tan pronto. Tenía otros planes más traicioneros y estaba dispuesto a aprovecharse de mi palabra dada, por eso lo precipitado de la despedida.
- Pero entonces amigo, ¡corres peligro!
- No te preocupes por mí, ya inventaré algo. Escucha, me hubiera gustado permitir que te llevases esos libros que tanto te gustan, pero espero que entiendas que no podía hacerlo.
- Están en mi cabeza, Saulum. Gracias por los buenos momentos, por la belleza y por mi libertad.
- Vete ya amigo. ¡Hasta siempre!
- Saulum, ¡espera!, deseo decirte tantas cosas... - Pero Saulum ya corría hacia el bosque y hacia Puerta de Entrada.

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Saulum, el Sin Madre
FantasySaulum, El Sin Madre Una pugna entre naciones por una franja de tierra fronteriza boscosa de las montañas Thorbald. Una masacre sangrienta y diez mil colonos son aniquilados sin el menor resquicio de piedad. ¿Sin piedad? No del todo. Para sorpresa d...