17.

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Saulum siempre había dormido en el suelo y aquella cama le pareció excesivamente cómoda, excesivamente blanda.

Así, cuando quedaba solo en su alcoba, cogía las ropas y las echaba al suelo para dormir en ellas. A la mañana siguiente, las recolocaba de tal modo que el servicio no notase nada.

            Incluso la habitación le incomodaba de algún modo; era una habitación curelinga, incluso excesiva para las medidas de un curelingo, por lo que para él, era un espacio inmenso. Nadie en su tierra tenía una habitación tan grande y dudaba de que alguien jamás la hubiera tenido, ni siquiera Seadar IV en sus tiempos ni Malquevich ahora.

            Tenía personas que se ocupaban de él, nombrados a dedo por los monarcas, y le procuraban todo lo que necesitaba esforzándose a todas horas por complacerle. Él se dedicaba a rehuirlos poniendo el mismo esfuerzo.

            Aun desacostumbrado a su recobrada libertad, vagaba por el inmenso palacio sin destino concreto, admirando el simple diseño arquitectónico, contemplando la colección de aves de presa perteneciente a los monarcas, deleitándose con la belleza del jardín de hielo y de agua, prestando atención a conversaciones en la todavía extraña lengua curelinga, admirando su musicalidad e inflexiones, aprendiendo nuevas cosas cada día de aquel asombroso pueblo de maneras tan finas, contemplando amaneceres y atardeceres desde el balcón más alto que jamás hubiera concebido que pudiera jamás existir, maravillándose con el tamaño de las estalactitas y estalagmitas de la caverna más hermosa y vasta que jamás hubiera visitado, atendiendo a la música más delicadamente interpretada que jamás sus oídos habían disfrutado antes, observando a los curelingos practicar deporte, impartir justicia, deliberar decisiones de estado, bailar...

            Su rincón favorito, después de un tiempo de estar deambulando, fue la biblioteca. Como fuera, ya en la fortaleza Puerta de Entrada, ya en el palacio, monarca y guerrero se reunían todas o la mayoría de las noches, para continuar con las clases de lenguaje. Saulum adelantaba ya bastante y leía a los grandes autores curelingos. Apuntaba aquellos fragmentos que no entendía y se los consultaba esa noche a su amigo, o apuntaba reflexiones personales y escribía borradores de ensayos sobre moral y ética, una idea que había tenido recientemente al notar con alegría que adquiría soltura con las letras; sus ideas quedarían impresas sobre el papel. Aquello le producía cierta excitación que encontraba muy gratificante.

Vivía con cierta felicidad, ignorante de todo lo que ocurría fuera de aquel destierro tan dulce.

A pesar de las comodidades, Saulum era un hombre de actividad. Gustaba de sentarse a leer un libro pero su cuerpo le pedía acción. No podía practicar los deportes de sus anfitriones; se basaban en la altura y la corpulencia de estos y estas diferencias filogenéticas le hacían inapropiado como humano. Pero no era inapropiado para todos los deportes.

Los fines de semana el palacio se vestía de gala y en la sala principal se habilitaba un ring en el que avezados luchadores combatían entre sí. Se trataba de un cuadrilátero de unos cinco por cinco metros y las reglas eran sencillas; utilizaban unos bastones largos con los extremos mullidos para la seguridad de los combatientes, que iban puntuando con tres puntos cuando el árbitro daba por bueno un golpe en sus tres áreas principales, a saber, cabeza pecho y abdomen. El que primero llegaba a diez puntos, ganaba el combate. Puntuaba más el golpe en el abdomen por su dificultad. Existía un ranking de gladiadores; una victoria contaba con tres puntos, el empate no era posible y perder no puntuaba. Al final de la temporada se condecoraba a los ganadores. Saulum asistía a estos juegos en compañía de los monarcas y con ellos realizaba apuestas, pasando un buen rato en la mutua compañía. Saulum comenzó a tener sus luchadores favoritos y aprendía con ellos sus tácticas de lucha. Gustaba de acercarse a estos para charlar de estrategias. Al principio aceptaban su presencia con cierta renuencia pero poco a poco fueron aceptándole y escuchaban con respeto lo que el humano tuviera que decir.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora