Saulum vagabundeó por el bosque durante meses. Lo conocía a la perfección. Era su segundo hogar. Se limitaba a conseguir la caza que necesitaba para sobrevivir. Conocía todos los riachuelos o fuentes de agua y conocía multitud de plantas de distinto uso así como sabía qué frutas eran comestibles y cuales sólo le darían dolores de estómago. Vivir era más o menos fácil. Le bastaba con evitar las patrullas, las de un bando y las de otro, por lo que tenía que estar alerta a tiempo completo.
Pero se sentía muy desdichado, desamparado. Vivir de ese modo no era algo que él deseaba, pero sobreviviría de ese modo si era necesario.
Pronto tuvo que cambiar de planes. Le habían avistado un par de veces y Malquevich jugó con él a la caza del hombre. La montaña, tan basta ella, no era suficiente espacio para esconderse. De la noche a la mañana ya no era un lugar seguro para un hombre solo. Los grupos de cazadores fueron empujándolo cada vez más contra la frontera curelinga hasta que no tuvo otro remedio que cruzarla para quitárselos de encima.
En tierras curelingas, vagó evitando todo contacto, tratando de pasar lo más desapercibido que podía. Casi desde que pisó las tierras de su amigo, la idea de reencontrarlo le ocupaba su cabeza como una obsesión. Si le encontraba quizás sobreviviera, de otro modo, su vida no valía nada. Utilizó el mismo recorrido que años antes había utilizado junto con el grupo de asalto para atacar el palacio de verano. Rezaba por encontrarle allí y de no ser así, se planteaba entregarse a una patrulla y tratar de convencerles en su idioma de que le llevaran a su señor.
El palacio estaba en ruinas, tal y como lo dejaron él y los hombres de Altero, y no había nadie, absolutamente nadie.
Tomó entre sus manos guijarros del muro derruido y los arrojó con ira.
Caminó ese día algo más despreocupado a campo abierto, inundado por la más oscura desesperanza. Un sendero le llevó a lo alto de un monte y desde allí vio la ciudad de la más impotente belleza que jamás había visto en su vida y en ese mismo instante anheló visitarla. Si iba a morir, al menos lo haría con algo tan hermoso impreso en sus retinas.
Muchos curelingos que pasaban en berlinas o carruajes tirados por extrañas bestias se le quedaban mirando desconcertados. Primero desconcierto, luego cierto temor para sustituirlo finalmente por curiosidad.
Al fin, una patrulla se acercó y violentamente lo arrojó al suelo de un fuerte empellón. Saulum gritaba en el idioma curelingo pidiendo piedad con las palmas de las manos en alto dirigidas a ellos, llorando y rogando clemencia mientras chapurreando trataba de pedir audiencia con el monarca Adaverk.
Mientras, los soldados curelingos le ignoraban y reían con carcajadas crueles. Uno de ellos le puso el pie en la cabeza y comenzó a aplastársela contra el suelo. Bloqueado por el terror, Saulum gritaba una y otra vez las mismas palabras; - ¡Amigo Adaverk, amigo monarca curelingo...amigo Daverisa, amigo Daverisa monarca curelinga! Y como aquello no funcionase prefirió morir luchando y de un movimiento seco se deshizo de la presa del curelingo para luego golpear el bajo vientre del soldado que de no esperarlo se vio sorprendido y ya se doblaba sobre sí mismo.
Ágilmente, el humano se levantó y trató de hacerse con el arma del curelingo caído. Eran muchos y antes que pudiera hacer nada otro de una patada le devolvió al suelo. Saulum les insultó en curelingo y luego les escupió. El que parecía el jefe le agarró de la camisa y lo elevó por los aires.
- ¿Escucháis lo que dice? Creí que hablaba en su idioma perruno pero eso ha sonado a Hijo de Ramera. ¿Puede ser?
- ¡Llevo un rato tratando hablar en tu idioma, so bobalicón! ¡Hablo tu idioma, come mierda!
- ¿Oís? Este enano de verdad habla nuestro idioma. ¿Cómo es eso enano? ¿Cómo un peludo como tú habla el alto idioma curelingo?
- Trataba explicar; ¡Yo amigo de Adaverk! ¡Él enseñar! ¡Yo amigo de Daverisa! ¡Yo salvé su vida y la de sus hijos! ¡Yo le salvé su vida!
- ¿Qué tonterías dice el enano? ¿Qué salvó la vida de nuestra Monarca? Debe de estar mintiendo. ¡Rájalo y olvidémonos del tema.
- ¡No, espera! ¿Y si fuera verdad lo que dice el humano? ¿Cuándo has escuchado hablar de un humano que conozca nuestro idioma? Además, un primo mío, que vino hace poco del frente, me habló de algo...no recuerdo. ¡Da igual! Nos lo llevamos a palacio.
- Vas a tener suerte, peludo. Luego acabaré contigo. - El curelingo dedicó una sonrisa salvaje al asustado humano.
Acabó en un calabozo y pronto su presencia cayó en el más profundo olvido.
Perdió el aliento tratando de hablar con su carcelero, tratando de convencerle de que era amigo de Adaverk. Durante tres días, cada vez que el carcelero venía a darle de comer, comenzaba su retahíla pero el carcelero no se inmutaba. Durante el desayuno, el almuerzo, la cena, cuando venía para limpiar la letrina, siempre que podía.
Al cuarto día descubrió que el carcelero era sordo y que no veía muy bien, además de ser un total analfabeto.
Saulum simplemente se sentó en el fondo del habitáculo y se quedó mirando el techo, y el techo no cambió demasiado en el año que transcurrió allí entre aquellas cuatro paredes.
Al comienzo del segundo año sucedió algo remarcable. La cárcel estaba infectada de ratas. Las ratas correteaban por su lado con total impunidad paseándose libres y descaradas por todo el piso.
Saulum encontró una actividad que le sacaba del aburrimiento; sobrevivir a las ratas. Las declaró ingratas en lo que él consideraba su zona, declarándoles la guerra.
Probablemente aquello no habría llamado la atención de nadie de no ser porque las ratas mordían llegando incluso a ensañarse con el carcelero. No era de extrañar pues él llevaba la comida.
Administrativamente hablando, no sería problemático evacuar los calabozos. Se trataba de los calabozos de una pequeña comisaría militar; no había muchos presos que trasladar.
El encargado, al ver al humano, pensó en acabar con su vida de un modo rápido con un martillazo certero a la nuca. Dudaba de que alguien echara en falta a un humano con tal mal aspecto. Pero algo en el informe que leyó le hizo dudar y prefirió no cargar con la responsabilidad, por lo que realizó el traslado de los presos al completo. Vio como subían al transporte al humano, comenzó a firmar las autorizaciones para la desratización y pronto se olvidó del tema.
El nuevo hogar era un metro cuadrado más amplio. Se sintió exactamente un metro cuadrado más feliz, centímetro más, centímetro menos. Al menos no había allí ratas.
Acostumbrado a su carcelero sordo, ni siquiera se le ocurrió volver a intentar conseguir su libertad tratando de convencerles sobre su relación con los monarcas. Había pasado tanto tiempo que ya ni lo recordaba.
Por las noches, cuando no podía dormir demasiado inquieto para poder hacerlo, cantaba. Eran viejas canciones que le cantaba su madre para irse a dormir, o canciones de marcha militar de sus tiempos de adiestramiento. Cuando agotaba su repertorio, se atrevía a componer sonetos improvisados a los que añadía él mismo la melodía y el ritmo. Cierta noche se sintió tan desgarrado por dentro que cantó tan alto como nunca lo había hecho antes. Y lloró. Y quedó dormido.
A la mañana siguiente, despertó con la ligera impresión de ser observado. Adaverk le estudiaba desde el otro lado de los barrotes. Sonreía radiante a pesar de que parecía más sorprendido y desconcertado que el propio Saulum.
Mientras se lavaba, cortaba el pelo y se arreglaba la barba, pensaba en su fortuna; a falta de un sitio más próximo, habían trasladado a los presos a los calabozos del palacio. Junto al ventanuco de su celda, había adherida una tubería que serpenteaba ascendiendo a lo largo del muro pasando cerca de las habitaciones de los monarcas. Daverisa había escuchado a Saulum cantar y conmovida por el sentimiento de lo que oía había despertado a su esposo, el cual permaneció en silencio reteniendo la respiración para escuchar mejor; reconocía la letra porque ya la había escuchado antes. En realidad la había leído de uno de los libros que Saulum le había llevado, uno de poemas y canciones populares. Especialmente interesado en una de ellas, pidió a su amigo que la cantase para él, cosa que hizo con una asombrosa voz cálida y melodiosa. Y ahora, esa misma canción le llegaba en la noche, sus notas ampliadas reverberando por una canaleta de bronce de desagüe pluvial.

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Saulum, el Sin Madre
FantasiSaulum, El Sin Madre Una pugna entre naciones por una franja de tierra fronteriza boscosa de las montañas Thorbald. Una masacre sangrienta y diez mil colonos son aniquilados sin el menor resquicio de piedad. ¿Sin piedad? No del todo. Para sorpresa d...