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Más a gusto consigo mismo y con su aspecto, entró en la sala donde le esperaban los monarcas. Permanecían de pie conversando juntos cogidos de la mano. Estaban rodeados por sus cortesanos que al verlo llegar, inclinaban su cabeza ante él a modo de reconocimiento y se apartaban para hacerle sitio.

- Se te ve mucho mejor, querido amigo. ¿Encontraste de tu gusto las ropas con las que te han vestido?

- Son ropas de reyes Adaverk, demasiado lujosas. Pero me encuentro a gusto igualmente. Agradéceselo a tus sastres de mi parte.

- Así lo haré. Saulum, hemos tenido tiempo de indagar los hechos por los que has llegado hasta aquí, hasta las celdas de mi propio palacio, pero los relatos de los interpelados son tan confusos que preferimos oír la historia de tus propios labios. Me imagino que conozco el principio, ¿no es verdad?

Saulum, se sentó en un sillón demasiado grande para él que le ofrecían, y comenzó a narrarles lo sucedido, desde la última vez que se vieran, hasta la noche en la que le escucharon cantar. Del año en el calabozo no hubo mucho que contar. Adaverk le entendió demasiado profundamente y su rostro en este punto se nubló, pero pronto el relato del amigo le hizo olvidar.

Prefirió omitir un par de puntos que no entorpecían en demasía el fluir de su relato y terminó con un suspiro.

- Y ahora no sé muy bien que pasará. Adaverk. Por la amistad que una vez tuvimos, te pido ayuda porque estoy desesperado.

- Saulum, no temas, porque desde este mismo instante tienes la protección de mi marido y la mía propia. Nada malo te ocurrirá entre nosotros, te ofrezco nuestra hospitalidad sin reservas. Pero, hay algo de tu historia que todavía no cuadra con lo que los soldados que te arrestaron cuentan. Ellos afirman que repetías una y otra vez una declaración por la que afirmabas que habías salvado mi vida. Saulum, ¿Es eso cierto? Y si lo es, ¿cuándo y cómo ocurrió?

Saulum apartó la mirada encontrando repentinamente algo muy interesante que inspeccionar en un rincón de la habitación reticente a añadir nada más.

- Hace mucho tiempo de ello...no lo recordarás.

- Fuiste tú entonces, ¿verdad? Creí reconocerte cuando nos reunimos por primera vez con el propósito de negociar la suerte de mi marido. Antes de ahora todos los humanos erais iguales a mis ojos. Creí reconocer tu máscara y el modo intenso en el que fijabas la vista cuando estabas preocupado. Eras tú, no me cabe ahora ninguna duda.

- Estoy muy perdido. Saulum, esposa, ¿quiere alguien explicarme lo que está pasando?

- Acuérdate esposo, el palacio de verano.

- Encontré a tu esposa con todos aquellos jóvenes curelingos. Recuerdo el terror reflejado en sus caras. Mi deber era acabar con sus vidas pero entonces creí que no era mi estilo. Que moralmente era incorrecto. No debía hacerse. Indiqué a Daverisa como sortear el fuego y la vigilancia de los hombres de Artero para así poder escapar. Luego hui con mi compañía y a parte del propio Artero, nadie supo de mi irregular comportamiento.

- Hablamos de esto, ¿verdad? Sospeché que te guardabas algo y que no eras del todo sincero conmigo, pero entonces elegí respetar tu silencio.

- Bueno, ¿qué importancia tenía? Entonces no le di ninguna.

- ¿Cómo que qué importancia tenía? Una vez más pusiste tu propia vida en riesgo en un gran acto de piedad y conmiseración sin parangón entre nuestras razas. Salvaste a la Monarca de Curelingia nada menos, ¡a mi esposa! Toda Curelingia habría estado perdida si ella hubiese muerto. Créeme.

- Siempre les hubiera quedado su rey. ¿No?

Adaverk rio sin maldad, casi afectuoso, como si Saulum fuera un niño que hubiera realizado una travesura sin importancia, mientras que Daverisa simplemente sonreía cándida, contemplando embelesada a su marido. - Saulum, no comprendes. ¿Crees de veras, que la primera cabeza del reino, se dedicaría a servir de cebo para destruir fortalezas enemigas exponiendo de ese modo su vida como hice yo el día en que me capturaste?

- Ah, ¿No?

- No. Curelingia es un matriarcado, Saulum. No sé cómo aún no te has dado cuenta quién lleva aquí los pantalones. En Curelingia, las mujeres gobiernan.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora