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Era de madrugada ya cuando se aproximaba al acceso de Puerta de Entrada. Unos hombres, que hablaban en corro, se detuvieron al reconocerle desde lejos haciéndole señas de un modo casi espasmódico. Los reconoció al instante; eran compañeros suyos de los Sin Madre y Brutel, el jefe de llaves encargado de la puerta. Trataban de alarmarlo sin duda para que huyera, para que desapareciera, pero él estaba decidido a dar la cara, seguro de que Malquevich entendería sus razones. Pararon de hacer señas y en silencio ominoso lo contemplaron casi con la piedad esbozada en sus rostros. Hombres de élite de Malquevich ya le rodeaban y tomándole del brazo cruelmente y sin miramientos de ir con cuidado, lo escoltaron al interior de la fortaleza.

Todos los hombres del resto de Lanzas estaban ya en pie y al contemplar cómo se llevaban a Saulum comenzaron a increpar, soltar amenazas y a elevar la voz. Simplemente pedían un trato digno al capitán. Los hombres de Malquevich temerosos de la turba soltaron a Saulum y a una distancia prudencial le escoltaron hasta su señor.

Al entrar en la sala todos le dedicaron furibundas miradas. Malquevich estaba furioso, clavando en él una mirada inyectada en sangre, y el resto de mariscales se tiraba de los pelos Alguno se le lanzó encima, cogiéndole de la camisa, maldiciéndole y otro se atrevió a escupirle. Los capitanes de Puerta de Entrada salieron en su defensa y crearon un perímetro en torno al capitán.

- ¡Es una calamidad! ¡Es una calamidad!... Eres un deshonor para el cuerpo... ¡Perro traidor!...Espantajo...Amigo de los curelingos...Vejiga llena de pis. - Todos insultaban en atropello, desfogando su ira en palabras, hasta que Malquevich impuso orden, para luego dirigirse a Saulum.

- Capitán Saulum. Has entregado al curelingo en contra de la voluntad del estado mayor.

- El trato era...

- ¡Era tu maldito trato, no el nuestro!

- Por eso mismo me he tomado las molestias de corresponder con el acuerdo yo mismo.

- ¡Me da asco tu cara! ¿Cómo te atreves a responder con tanto orgullo? ¿Cómo te atreves a responderme a mí así? Debería matarte aquí mismo.

- ¡Mátalo, mátalo! - Gritaban los mariscales y capitanes de los regulares y del ejército imperial.

- ¿Les oyes? ¡No sé qué me detiene! El curelingo era nuestra principal baza para llevar a cabo una serie de planes que ahora tú has echado por tierra, muchacho. Horas de trabajo echadas a perder por tu culpa, por culpa de un capitán orgulloso que se pensaba que era algo aquí, una persona con la suficiente autoridad para decidir por un pueblo entero, por una nación. ¿Te creías eso, capitán? Veo que no quieres responder.

- Sólo hice lo que pensé que era lo más correcto.

- ¿Lo más correcto para quien, capitán? No para nosotros, no. Para ellos entonces. Admites que eres un traidor y como un traidor voy a juzgarte. Saulum el traidor, así te recordarán a partir de ahora, y ya sé lo que voy a hacer contigo. Como veo que eres muy amigo de los curelingos, te destierro. Dejarás estas tierras para siempre. Te llevarán a la frontera y allí veré como los curelingos acaban con tu vida. Qué final más trágico, ¿no es cierto? Destruido por sus propios amigos, ¡allí no te valdrán las traiciones! ¡Lleváoslo!

Los soldados le despojaron de sus armas, de su capa y de su yelmo y a empellones lo sacaron de la sala entre los gritos airados de los mariscales y las protestas de los capitanes de Puerta de Entrada.

En el patio había división de opiniones y lealtades. Se había corrido la voz y la mayoría estaba ya al tanto de lo que ocurría. Los había que también lo insultaban, incluso entre los Sin Madre, pero eran los menos. El resto permanecía pasivo sin decidirse a interpretar los actos del capitán como traición o como noble acto. La mayoría permanecía intimidada por las numerosas fuerzas del rey que poblaban las almenas con arcos y flechas. Preferían no pronunciarse esperando un mejor momento que aquel, mientras veían impotentes como era pateado como un perro el que fuera antes un valeroso capitán.

En la puerta, lo empujaron y cayó al barro de la entrada. Con barro en los ojos, Saulum trató de incorporarse cuando empezaron a darle patadas. Una le dio en las costillas y dolorido se fue al suelo de nuevo y con las manos trató de defender su cabeza de los golpes malintencionados.

Los hombres de Puerta de Entrada reaccionaron y con las manos vacías empujaron a los hombres armados de Malquevich, separándolos de un maltrecho Saulum, que todavía trataba de incorporarse gateando y arrastrándose por el lodo.

Badera, que también empujaba, se volvió a Saulum y le espetó en un tono de urgencia preñado de compasión - Saulum, ¡levántate! ¡Vete, corre! ¡No podremos contenerlos mucho más!

Dolido, más en el orgullo que en las costillas, dio media vuelta y escapó hacia el bosque sin mirar atrás.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora