11.

48 7 1
                                    

Dos años pasaron desde que Adaverk fuera hecho preso por Saulum. Dos años haría ese mismo mes y dos años hacía que Saulum bajaba siempre que podía a verlo, a compartir su tiempo con él.

- Este mes cumplimos aniversario, Saulum.

- Lo sé.

- He escrito una carta y me gustaría que se la hicieras llegar a mi mujer.

Saulum permaneció en silencio. Algo dentro de él se rebelaba, fuerzas internas se oponían.

- Toma. Puedes leerla. Sé que lo harás porque tú nunca traicionarías a tu pueblo ni harías nada que pudiera significar traición, así que yo te la ofrezco libremente.

- Siempre podrías haber escrito en clave, amigo.

- No hay nada en claves te lo aseguro, sólo la carta de un curelingo cuyo corazón está roto y su alma destrozada que quiere hacer saber a los que ama que está vivo y que todavía mantiene las esperanzas de volver a verlos, aunque sean nimias.

- No creo que pueda hacerlo, Adaverk. Es mucho lo que me pides, muy arriesgado. Me pides que ponga en juego la vida de los míos y eso es más de lo que haría...por ningún amigo.

- ¡No hay segundas intenciones ni juegos sucios! ¡Ninguna traición, te lo aseguro! ¿Cómo indicarles el camino a este lugar? ¡Llevo dos años encerrado, dos largos años! Me trajisteis con los ojos vendados y aunque recordase, qué sé yo... el piar de los pájaros cercanos a este lugar ¿cómo ponerlo en clave escrita para guiarlos hasta aquí? Por los dioses Saulum, ¡fue hace dos años! No recordaría nada.

- Simplemente el hecho de que supieran que estas vivo...no sé, les infundiría nuevas fuerzas para luchar. Las consecuencias podrían ser desastrosas. He de pensarlo.

- ¡Oh, no! El que mi vida estuviera amenazada podría ser el fin de las hostilidades, al menos por un tiempo. No te traicionaré Saulum. Todo lo contrario amigo: te estoy abriendo el corazón. Lee la carta, ¡léela! Va dirigida a Daverisa, mi mujer. Solo ella sabrá, sólo ella la leerá. Será un secreto entre tú, ella y yo si tú me lo pides.

- Déjame pensarlo - Después de tanto tiempo, aquella reunión fue la más breve de tantas que se habían sucedido.

Necesitó una semana y cuando tomó la decisión, al instante siguiente tuvo el presentimiento de que habría de arrepentirse más temprano que tarde y quizás lamentarlo por el resto de su vida. Rogó a sus dioses para que no fuera así. No obstante, prometió una muerte lenta y dolorosa a su amigo si este se la jugaba. Adaverk solo quiso abrazarlo tras los barrotes, cosa que no ocurrió. Nunca se habían tocado.

Saulum había leído la carta doscientas veces y no había encontrado nada extraño, sólo palabras sinceras y cariñosas dirigidas a su esposa, escritas con gran sentimiento y entregada devoción. Acordaron que esta iría sellada y que quedaría bien claro el destinatario; Daverisa, con lo cual nadie más leería la misiva, aunque esta parte quedaba un poco al azar, dependiendo de la integridad del mensajero que Saulum encontrase.

Saulum olvidó pronto su recelo anterior y se sintió como movido por una causa justa, haciendo feliz a su amigo a la vez que él se sentía feliz.

La parte más complicada era hacer llegar la carta a su destinatario. Cualquier idea que se le ocurriera le parecía peligrosa. Algunas por el simple hecho de que no ofrecían garantías suficientes de que llegase a destino íntegramente y otras tantas porque ponían en riesgo su propia vida de manera innecesaria.

A falta de una buena idea, decidió llevarla consigo en sus salidas diarias hasta que se diera una oportunidad propicia.

Y esta se dio a los tres meses.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora