La lluvia caía ahora torrencial y los rostros grises de las mujeres expresaban una silenciosa resignación. Saulum dio la bienvenida a la lluvia. Esta limpiaría de huellas el sendero, dándoles una inapreciable ventaja sobre posibles perseguidores. Sonrió y se permitió ser optimista. Sediento, abrió la boca para recibir la sabia del cielo.
- Saulum, la puerta. – Isilbar tiró de su manga para señalarle más adelante. Efectivamente; dos columnas de piedra natural se elevaban equidistantes hasta quince metros del suelo. La abertura entre ellas, de la amplitud del pecho de un hombre, dejaba adivinar unos escalones de roca que ascendían hasta perderse.
Era lo que Saulum esperaba encontrar desde hacía un buen rato.
- Fantástico. Hagamos una parada de una hora. Acamparemos en alguna de las terrazas, pero antes de seguir hay algo que debemos hacer.
Bajo una de las columnas se habría un resquicio seco donde el grupo se arrellanó agradecido del descanso. Algunas de las muchachas utilizaron hojas para llenar las cantimploras y refrescarse o probaron algún bocado. Las ancianas descalzaban a las más pequeñas y les masajeaban los pies para liberarlos de la tensión y mantenerlos secos mientras durase el reposo. Ferald y Dalem salieron en reconocimiento mientras el resto se permitió un momento de relax.
Saulum arrojó la bolsa que contenía el oro al suelo en medio de las mujeres sentadas y se dirigió a ellas.
- Quiero que se deshagan de todo el oro que estén portando y lo arrojen ahí. – Sus palabras fueron recibidas con inusitada frialdad y miradas hostiles. – Creo que no comprenden. Normalmente soy parco de palabras y detesto explicarme cuando lo único que espero es que se cumplan mis órdenes. Con ustedes haré una excepción puesto que evidentemente no son mis hombres ni están a mi mando, o al menos eso es lo que creen. Así que me explicaré lo más que me permita mi escaso don de palabras. No me he ganado vuestra simpatía ni lo pretendo. No soy simpático. Ustedes no se dan cuenta de lo cerca que han estado de perder la vida. No tienen ni la más mínima idea. Tampoco se dan cuenta del peligro que corren aun ahora porque no conocen al enemigo al que se enfrentan. No voy a entrar en detalles ni contarles historias para meterles miedo. Sólo quiero que entiendan esto: estamos inmersos en una guerra y el enemigo no muestra clemencia. Si no somos más rápidos que ellos nada podré hacer para protegerlas. Si nos atrapan...Lo pondré de este otro modo: he adquirido libremente la responsabilidad de llevarlas a un lugar seguro y estoy totalmente comprometido con esta intención pero necesito que me ayuden. He comprometido también a mis hombres. Si siguen sin colaborar, en el momento en el que nos alcancen los curelingos, les prometo que ordenaré a mis hombres que huyan, dejándolas a su suerte, porque no seré responsable de la muerte de mis hombres solo porque un grupo de mujeres avaras prefirieron cargar con oro a caminar más ligeras.
- Pero, ¿qué será de nosotras cuando consigamos atravesar la montaña y estar a salvo en el valle? ¡El oro nos asegura un futuro! ¡Sin él no tendremos sustento! - Imprecó Baradawen.
- Siguen sin comprender – Dijo Saulum meneando la cabeza. – Si nos alcanzan no habrá futuro. No quedará nadie que se gaste su oro.
El silencio se extendió y las caras sombrías se miraron las unas a las otras. Una de las más jóvenes, Kaela se llamaba, la que le mirase con odio allá en el Torreón, fue la primera en hurgar en su bolsa y comenzó a extraer objetos para arrojarlos junto al hatillo que Saulum había arrojado al suelo. Sus ojos verdes sostuvieron su mirada. Sus pequeños labios se apretaban en una fina línea. Cuando hubo terminado se elevó de hombros como diciendo que eso era todo y regresó con las demás. La anciana madre sonrió y se la acercó para darle un beso en la frente y susurrarle al oído palabras de apremio por su valor. El resto, ante el gesto de aprobación se animaron a imitar su ejemplo.

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Saulum, el Sin Madre
FantasySaulum, El Sin Madre Una pugna entre naciones por una franja de tierra fronteriza boscosa de las montañas Thorbald. Una masacre sangrienta y diez mil colonos son aniquilados sin el menor resquicio de piedad. ¿Sin piedad? No del todo. Para sorpresa d...