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Saulum dedicó el siguiente mes a poner orden; encontró los almacenes del castillo repletos a reventar de alimento que entregó al pueblo. Las arcas estaban al máximo de su capacidad con el oro de los impuestos. Se utilizó aquel oro para reconstruir todo lo que había sido destruido por las revueltas, invertiéndose en infraestructura, comunicación, hospitales, ayudas a necesitados y a todo lo que, al grupo de consejeros espontáneamente creado alrededor de Altero y de Saulum, pudiera ocurrírsele. En definitiva, se dedicó a un saneamiento profundo, a un intento de restablecer el orden mínimo necesario para la correcta convivencia. Había trabajo para años y felices se dedicaron a la tarea.

            No llevaba ni seis meses con ello cuando las noticias que le llegaban de Daverisa le despertaron del sueño de trabajo intenso que ahora era su vida. Adaverk estaba en el frente; los Arakocs habían roto la línea defensiva de los curelingos y marchaban implacables hacia la ciudad capital. Todo lo que intentaban él y su hijo Dreidus parecía inútil para detener la ola enemiga. Era un momento crítico para la nación curelinga.

            Saulum recordó el empuje de los Arakocs y su fiereza en la lucha y lo vio claro; si Daverisa y los suyos caían, ellos serían los siguientes. Reflexionó sobre ello pero fue la intensidad de la imagen en su mente de sus amigos en peligro lo que lo puso en movimiento con urgencia.

            En cuestión de horas organizó un concilio en la sala del trono y todos los que eran alguien en el nuevo orden estaba allí.

            De pie delante de ellos, tomó aire mientras ordenaba sus ideas antes de exponerlas.

- Amigos, colaboradores. De todos es ya conocida mi relación de amistad con los curelingos y si para alguien a estas alturas le era desconocida ahora yo aquí mismo la declaro. Algunos ya conocéis mi historia y me entendéis mejor y para el resto pues...no hay tiempo para relatos, sólo espero que como hasta hora, confiéis en mí, en mi criterio y en que sólo busco lo mejor para mi pueblo y que nunca he sido un traidor. Los dioses saben cuántas veces ha estado en mi mano el traicionar a mis iguales y nunca eso sucedió. Horas oscuras se acercan y más que nunca debemos estar unidos. Sé que lo que voy a pediros os va a resultar inverosímil, chocante cuanto menos, pero creedme que si lo hago es porque yo, que estoy en posición de contemplar todo el cuadro, os pido a vosotros, que sólo podéis ver unas pequeñas pinceladas, que me creáis si os digo que nuestro pueblo corre peligro.

- Dinos ya que quieres de nosotros. Te seguiremos ciegos. - Altero habló y todos los asistentes afirmaron bruscamente con sus cabezas.

- Los curelingos están bajo amenaza de invasión por un pueblo vecino. Su capital está asediada y el que resista o no marcará nuestra supervivencia futura.

            Al principio gritos de alegría se oyeron en la sala; su enemigo de siglos caía y los enemigos de estos sólo podían ser amigos, pero Saulum había hablado fuerte e inalterable y las últimas palabras habían enmudecido las risas y gritos de alegría.

- El que nuestro pueblo supere prejuicios de siglos y abra su mente es, en este momento, lo único que nos salvará de perecer. Sólo una coalición con los curelingos para repeler esta amenaza nos dará la esperanza de ver un nuevo día, y aun así, no guardo muchas esperanzas...

- ¿Es posible que esos que dices que amenazan a los curelingos sean tan invencibles?

- Les he visto luchar, Altero, y créeme si te digo que si no es por los curelingos, los humanos habrían sido sometidos hace siglos. Nunca hubiéramos tenido la oportunidad de llorar a nuestras madres, amigo. Son simiescos, brutales y de una astucia salvaje. Los curelingos han mantenido a raya su empuje todos estos años; piensa que su mayor envergadura y fuerza física les hacía más apropiados para combatirlos. Han sido el muro que los ha mantenido alejados de nuestras casas todo este tiempo. Si ahora caen ellos, nos quedamos sin muro y ni el bosque de la montaña será ahora seguro.

            Todos enmudecieron tratando de digerir lo que ahora sabían. El silencio se hacía espeso y nadie hablaba. Badera al fin habló:

- Vayamos a auxiliarlos, ¡no perdamos tiempo!

- Los Sin Madre están ya en la montaña y listos para combatir. ¡Vamos Saulum! - Un jaleo se levantó entonces. Todos de acuerdo, hacían planes para poner en marcha los preparativos para crear el ejército más grande inimaginable y así ayudar a los curelingos. Parecían excitados y ansiosos por partir.

            Saulum, agotado por la tensión, tomó asiento y se los quedó contemplando pensativamente. Estaba feliz por su respuesta tan efusiva y positiva. En un principio había temido que le llevaría más tiempo convencerles. Poco a poco se fueron volviendo a él y se hizo el silencio entre ellos. Todos mantuvieron un aire respetuoso y de aceptación solemne que extrañó al joven.

- ¿Qué?

            Badera señaló en silencio al estrado donde se encontraba su amigo. Sin darse cuenta se había sentado en el sillón del trono.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora