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Esa misma noche Saulum se encontró pensando en los acontecimientos del día y tuvo la impresión de que el fervor inicial pronto se apagaría si no hacían algo con premura. Quizás lograría conseguir el ejército y quizás lograse llevarlo a la frontera pero dudaba de que, más allá, los espíritus siguieran imperturbables. Pensó que tendría que luchar contra los prejuicios, contra cientos de años de odio y temor alimentado por engaños, mentiras y malentendidos. Sus compañeros debían llegar a conocer a los curelingos como él los había conocido y de ese modo quizás surgiría la comprensión. A la luz de un candelero comenzó a escribir. Fue un escrito lleno de sentimiento, muy sincero. Hablaba del respeto e incluso amor que sentía por los curelingos. Describía tanto sus virtudes como sus defectos, sus aficiones, preferencias, miedos y temores. Trataba de acercarlos lo más posible al posible lector, abrir la puerta a un nuevo mundo que desterrase la ignorancia.

            Al día siguiente, mandó llamar a cincuenta monjes y les pidió que hicieran cientos de copias. Cuando las tuvo, ordenó entregarlas a los hombres del ejército y al pueblo. Aquellos que supieran leer que se la leyera a los que no supieran, que se hiciera la máxima publicidad al escrito, que todos se la aprendieran de memoria. Él mismo organizó pequeños foros en los que les hablaba a reducidos grupos contestando todas las preguntas que les quisieran plantear acerca de los curelingos. Varias veces se reunía con los notorios de distintos pueblos y en las plazas mayores daba largas charlas para que conocieran mejor al pueblo que se disponían a socorrer.

Su plan de formación aun continuó iniciado el viaje hacia las montañas y a ello dedicó todas sus energías. Se acercaba el día en el que entrarían en tierras curelingas.

Sólo bastaba esperar la respuesta de Adaverk y Daverisa; sin su consentimiento, todo quedaba paralizado. Saulum se había asegurado de que recibieran la propuesta de auxilio. Él mismo le había entregado el mensaje sellado al mensajero curelingo.

La respuesta se hizo esperar dos semanas:

Querido amigo Saulum.

 

Expusimos tu propuesta de auxilio al consejo de ancianos y estos expresaron unánimemente su rechazo, pero ahora, la situación es tan crítica, que incluso las voces más radicales claman esa misma ayuda que antes desairaban. El enemigo se abastece de agua del río que riega el valle en el que se encuentra la ciudad capital.

Quizá sea ya demasiado tarde y vuestros corazones se hayan enfriado, pero por si aún quedase un resquicio de esperanza, te ruego que acudas cuanto antes, amigo: que los humanos y los curelingos superen siglos de enemistad y unidos venzan a un enemigo superior, o que juntos caigan luchando hombro con hombro.

Los Dioses nos contemplan con benevolencia. Es ahora el momento. Ven.

 

Daverisa, Monarca de Curelingia.

El mismo Saulum fue el primero en pisar tierra curelinga y a su orden la oleada de hombres descendió de la montaña para entrar en el valle y para entonces parecía claro que su entrada en tierra enemiga no era en el papel de conquistadores, sino de auxiliadores.

            Cuando llevaban avanzados diez kilómetros, un ejército curelingo les esperaba preparados para la acción. Saulum temió que presentasen batalla, no informados por la resolución de la Monarca. A paso rápido acompañado de unos cuantos hombres avanzó al encuentro del general curelingo mientras este hacía otro tanto. Al verlo lo reconoció y le dedicó un saludo marcial.

- Saasz, general del cantón sureste le saluda. Somos lo que queda de la línea de defensa sur. Hace días que no sabemos de los mandos. La última orden fue proteger la frontera en caso de incursión humana. Por supuesto que tuve conocimiento de que obtuvisteis el permiso de la Monarca para acudir en ayuda de la ciudad capital, pero a nosotros no nos han dicho nada. Parece que se olvidaron de incluirnos en sus planes. En lo que a mí respecta, usted es la máxima autoridad entre nosotros. Le pregunto, mi general: ¿podemos unirnos a ustedes?

Había hablado en un más que correcto dialecto humano y todos le entendieron perfectamente. Se sonrieron los unos a los otros y no pudieron reprimir su satisfacción al escuchar al curelingo hablar de ese modo.

- Nos sentiremos orgullosos de caminar junto a sus hombres, mi general. Toda ayuda es poca. Partamos cuanto antes, no hay mucho tiempo.

- El curelingo parece que te ha reconocido. Has estado haciendo muchos amigos durante este tiempo de exilio según veo, amigo – comentó Altero en voz baja para ser sólo escuchado por el círculo formado por los amigos.

- Todos conocemos al Culemnolungio, aquí señor. - Replicó un soldado curelingo de afinado oído.

- ¿Culemno…qué?

- Durante la campaña contra los Arakocs me llamaban Culemnolungio. Enano guerrero. Nos llaman a los humanos Enanos, Medianos. Culemns.

- Están todos locos estos curelingos.

Al tercer día de viaje de marchas forzadas, divisaron las torres de la ciudad que para alivio de todos seguían en pie. El ejército enemigo asediaba la ciudad a las faldas de la muralla.

El ejército de Saulum con disciplina y organización, tomó posiciones altas. Pronto dispuso a los arqueros que dispararon la primera de muchas andanadas de flechas que ascendían al cielo ocultando el sol como un enjambre de langostas. Muchos se sintieron desfallecer al identificar al enemigo; era realmente intimidante verlos, pero Saulum mantuvo el orden entre las filas. Hizo sonar los cuernos para avisar de su llegada y sembrar el desconcierto en el enemigo. Para su asombro, el ejército Arakoc reculó y abandonó las posiciones de asedio para hacerle frente a él, y luego recular aún más en dirección norte. Seguramente su general consideró que era imprudente quedar entre aquel ejército y los muros.

Las puertas de la ciudad se abrieron y como si se tratase de una boca que vomitase, comenzó a salir el ejército curelingo. Saulum reconoció el estandarte de Dreidus y el de algunos otros generales que había conocido. Dreidus se le acercó cabalgando para saludarlo.

- Querido amigo, llegaste a tiempo. No hubiéramos resistido mucho más y ya casi daba la orden para salir a campo abierto y hacerles frente a pesar de la inferioridad. ¡Me alegro de verte, todos nos alegramos!

Juntos planearon perseguir el enemigo. No cejarían hasta que abandonasen las tierras curelingas.

Durante tres semanas, acosaron a los Arakocs que se batían en retirada despavoridos. Saulum sospechaba que contemplar el inmenso ejército que había reunido junto con el hecho que ambas razas – humanos y Arakoc - no se conocían, había hecho crecer la suspicacia de los invasores, optando cautamente por abandonar sus propósitos de invasión.

- ¿Quieres que te diga lo que yo pienso? Uno de esos monos se acordó de cierto Culemnolungio y de cómo a duras penas consiguió sobrevivir a su arte con la espada. Al ver todo un ejército de Culemnolungios prefirió salir huyendo para contarlo otro día. -  Dreidus rio hasta sentir dolor en el estómago, doblándose por la mitad.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora