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El siguiente mes fue de una actividad endemoniada. Saulum, tras poner al día de todo a su amigo Adaverk obtuvo de este y de Daverisa la promesa de que se mantendrían al margen. Supo no obstante que no podría ser de otra manera; los Arakocs habían iniciado un intento de invasión al norte y todas las fuerzas eran allí necesarias. No tuvo tiempo de pensar las consecuencias de ello.

            Fueron enviados mensajeros a todas las fortalezas - a Refugio de Gavilán, a El Jorobado, La Tronera… a todas ellas - y la llamada a la unión de los Sin Madre recorrió la montaña de punta a punta y en menos de tres días todos volvían a luchar bajo el mismo viejo estandarte, el del oso abatiendo al árbol. Saulum procuró que estuvieran pertrechados con lo necesario y aplicó un sistema de reabastecimiento que había aprendido de los curelingos; no quería que la energía de la que hacían gala se fuera al infierno sólo porque no tenían pan. Realizó reformas en el organigrama de poder y encarceló a los mariscales que trataron de oponérsele. En siete días las montañas eran suyas y nadie se le oponía. Obtuvo el apoyo también de los pueblos de la montaña que se ofrecieron para reabastecimiento, como porteadores; para lo que hiciera falta. Saulum agradeció toda ayuda ofrecida y continuó hacia delante.

            La bajada al valle atrajo la curiosidad de muchos parroquianos que se acercaban a admirar al gran ejército y a unirse a él. Cuando llegaron a la primera ciudad eran cerca de setenta mil y el número seguía creciendo.

La primera de las ciudades abrió las puertas y con los brazos abiertos saludaron a los libertadores. Saulum habló con el alcalde quien habló de cifras y de realidades; no había mucha simpatía por el canciller.

            Al decimoquinto día los Sin Madre fueron interceptados por el gran ejército del valle, todavía diezmado por la desgraciada campaña en el vale de Enon. Los Sin Madre eran guerreros del bosque pero no se dejarían intimidar y presentarían fiera batalla a pesar de su menor número. No fue necesario; la primera carga fue ordenada por el mariscal del ejército del valle y sus hombres se limitaron a amordazarlo y a acercarse a Saulum para ofrecérselo como prisionero de guerra. Hombres de uno y otro bando se acercaron para darse la mano, abrazarse y reír juntos. El viejo amigo de Saulum, Badera, guiñó un ojo a su amigo; todo estaba preparado hacía una semana. Fue entonces cuando Saulum reconoció el talento en habilidades de negociación y diplomacia de su viejo a migo y realizó nota mental para recordarlo en el futuro.

            En veinte días, los Sin Madre estaban a las puertas de la ciudad capital de la marca, último baluarte del canciller Malquevich. El asedio no fue necesario; el pueblo rebelado desde el interior, les abrió las puertas y les permitió franco el paso. Todo eran salves y alabanzas para el ejército invasor; la fama de los Sin Madre les precedía ya una decena de años; eran los hijos de todas las mujeres de la marca y como si de verdad fueran sus madres, recibieron así a los guerreros: como a sus hijos.

            El cuerpo de elite de Malquevich le fue fiel hasta el final. Se hicieron fuertes en el casi inexpugnable palacio fortaleza y el asedio prometía ser largo y penoso pero fue desde dentro desde donde se produjo la conquista: fue Altero, dirigiendo a hombres rebeldes contrarios a la causa de Malquevich, el que logró quebrantar la defensa. Durante los precedentes meses, las cárceles del palacio se habían visto engordadas con las revueltas y sólo bastó un carcelero descontento para que todos ellos quedaran libres y resueltos a combatir contra la tiranía. Se hicieron hábilmente con el rastrillo y el puente levadizo para que Saulum y los Sin Madre entrasen e hicieran frente a los soldados fieles a Malquevich.

            Cuatro horas de lucha sangrienta después sólo quedaba Malquevich y un nutrido número de soldados acantonados en la sala del trono. Badera trataba de negociar con ellos la rendición, pero un desquiciado Malquevich sólo insistía en hablar con el traidor, con Saulum. Este, concedió dialogar y desde detrás de la gruesa puerta de la sala de palacio escuchó;

- Ahora me doy cuenta de mi gran error. Aquel día debí haberte clavado una lanza y haber acabado con tu vida ¿Me oyes Saulum? Una lanza grande y gorda que te entrase por el ano hasta tus putrefactas entrañas de traidor, ¡y lo hubiera hecho yo mismo! ¿Me oyes?

- Le oigo canciller. ¿Cuándo va a dar por terminada esta inútil espera? Está acabado. El pueblo quiere verse libre de usted. Está cansado de su tiranía y quiere respirar libre.

- Y ahora, ¿quién gobernará? ¿Lo harás tú, mequetrefe? El poder hará contigo lo mismo que hizo conmigo. ¡Te maldigo Saulum! ¡Maldigo a los Sin Madre! ¡Maldigo a los ineptos de que me he rodeado todos estos años! - A través de la hoja de la puerta le escucharon maldecir aún más y oyeron como su voz se alejaba y seguía gritando desquiciadas palabras de amenaza. Lo último que se escuchó fue un grito de terror.

            Cinco minutos después, la puerta se abrió y los desconcertados hombres de la guardia real depusieron las armas. Entraron a la sala del trono y allí Saulum se encontró después de mucho tiempo con su amigo Altero que venía de luchar en pisos inferiores acabando con los últimos focos de resistencia. Se abrazaron contentos de volver a verse y juntos supieron del final del canciller; llevado por su locura, se había arrojado por un ventanal encontrando en los diez pisos de larga caída su horrible final. A través del enorme agujero abierto en el techado de madera de una pocilga, contemplaron ajenos de emoción el cuerpo reventado del canciller rodeado de un charco compuesto por su propia sangre, medio hundido en el lodazal de barro y heces de puerco. Superado el pánico producido por lo inesperado de la aparatosa caída, los gorrinos se arremolinaban ahora para alimentarse de lo que quedaba del pobre infeliz.

Saulum, el Sin MadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora