Totalmente ajeno al asalto que estaba a punto de sufrir, Félix se permitió relajarse en su estudio en compañía de su cuñado, Claude Shaw, y de sus amigos Nino Lahiffe y lord Saint Vincent. Se habían unido en privado en aquella estancia para charlar antes de que comenzara la cena formal. Recostado en su sillón tras el enorme escritorio de madera de caoba, Félix echó un vistazo a su reloj de bolsillo. Las ocho en punto. Hora de reunirse con los invitados, sobretodo porque él era el anfitrión de tal evento. No obstante, permaneció en silencio y observó ceñudo la implacable esfera del reloj, con la apariencia sombría de aquel que se ve forzado a cumplir con un deber de lo más desagradable.
Tendría que mantener una conversación con Bridgette Dupain-Cheng. Se había comportado como un loco con la muchacha esa misma tarde. La había abrazado y besado como alguien poseído por una erupción de pasión incontrolada... El mero pensamiento lo hizo removerse inquieto en el asiento.
La naturaleza honesta de Félix lo obligaba a enfrentar la situación sin rodeos. Y no había más que una solución a su dilema: tendría que disculparse por su comportamiento y asegurarle a la muchacha que no volvería a repetirse. Que lo colgaran si iba a pasarse el mes andando a escondidas en su propia casa para evitar a esa mujer. Tratar de olvidarse del suceso no era posible.
Lo único que deseaba era comprender cómo había sucedido en primer lugar. Félix no había sido incapaz de pensar en otra cosa desde ese encuentro tras el enebro y los arbustos: en su sorprendente falta de autocontrol y lo que era mucho más asombroso, en la profunda satisfacción de besar a esa irritante mujer.
—Es del todo inútil— le llegó la voz de St. Vincent. El hombre estaba sentado en una de las esquinas del escritorio y miraba a través del estereoscopio —¿A quién demonios le importan las vistas de paisajes y monumentos?— prosiguió St. Vincent con pereza —Necesitas imágenes estereoscópicas de mujeres, Agreste. Para eso sí merecería la pena usar este aparato.
—Creí que ya contemplabas suficientes en tres dimensiones— replicó Félix con sequedad —¿No te parece que le tomas demasiado interés a la anatomía femenina?
—Tú tienes tus aficiones y yo tengo las mías.— Replicó su amigo St. Vincent
Félix desvió la mirada hacia su cuñado, cuyo rostro se mantenía educadamente inexpresivo, y hacia Nino Lahiffe, que parecía encontrar divertida la conversación.
Los hombres allí reunidos eran totalmente diferentes, tanto en carácter como en procedencia. Lo único que tenían en común era la amistad que los unía a Félix, Claude Shaw era una contradicción andante, un «aristócrata norteamericano» y el bisnieto de un ambicioso capitán de barcos yanquis. Nino Lahiffe era un empresario e hijo de un carnicero, un hombre astuto, emprendedor y de total confianza. Y por último, estaba St. Vincent, un canalla sin principios y un incansable amante de mujeres. Siempre se le podía encontrar en cualquier fiesta o reunión que estuviera de moda, donde permanecía hasta que la conversación se volvía «tediosa» (lo que quería decir que el tema que se discutía era importante o digno de consideración), momento en el que se marchaba en busca de otra fiesta.
Félix nunca se había encontrado con un cinismo tan profundo como el que demostraba St. Vincent. El vizconde casi nunca decía lo que pensaba, y si acaso llegaba a sentir una pizca de compasión por alguien lo ocultaba muy bien. Un «alma perdida», así se referían a él en ocasiones y en efecto, parecía que St, Vincent se encontraba más allá de cualquier posibilidad de salvación. Al igual que parecía improbable que Nino o Claude hubieran tolerado la presencia de un hombre así de no ser por la amistad que lo unía a Félix.
El propio Félix tendría poco que ver con St. Vincent, si no fuese por los recuerdos de sus días en la escuela a la que ambos habían asistido. Una y otra vez, St. Vincent había demostrado ser un amigo en el que se podía confiar, capaz de hacer cualquier cosa para librar a Félix de un castigo o de compartir con generosa indiferencia los dulces que le enviaban desde casa. Además, siempre había sido el primero en ponerse al lado de Félix en una pelea.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Любовные романы-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...