Bridgette pasó casi toda la noche en la cama de Félix. Se despertó de vez en cuando para encontrarse envuelta por el calor de su cuerpo y el de las suaves capas de lino, seda y lana. El conde debía de estar exhausto después de haber hecho el amor, porque apenas hacía ruido alguno y casi no se movía. No obstante, cuando se fue acercando la mañana, fue el primero en levantarse. Perdida en un agradable adormecimiento, la joven protestó cuando él la despertó.
—Casi ha amanecido— le susurró el conde al oído —Abre los ojos. Tengo que llevarte a tu habitación.
—No— protestó ella, adormilada —Dentro de unos minutos. Más tarde— Trató de acurrucarse de nuevo entre sus brazos. La cama estaba tan cálida y el aire era tan frío... Además, sabía que el suelo estaría helado bajo los pies.
Félix la besó en la coronilla y la incorporó hasta dejarla sentada.
—Ahora— insistió con gentileza al tiempo que le acariciaba la espalda —La doncella aparecerá para preparar la chimenea... y muchos invitados saldrán a cazar esta mañana, lo que significa que se levantarán pronto.
—Algún día tendrás que explicarme por qué los hombres sienten esa insana alegría al salir antes del amanecer para deambular por campos fangosos y matar animalitos— gruño Brid a la par que se arrebujaba contra su poderoso pecho.
—Porque nos gusta medirnos contra la naturaleza. Y lo que es más importante, nos proporciona una excusa para beber antes del mediodía.
La joven sonrió y le acarició el hombro con la nariz al tiempo que deslizaba los labios sobre la tersa piel masculina.
—Tengo frío— susurró —Métete conmigo bajo las mantas.
Félix gruñó por la tentación que ella representaba y se obligó a abandonar la cama. De inmediato, Bridgette se acurrucó bajo las sábanas, apretando los suaves pliegues de la camisa del conde contra su cuerpo. Pese a todo, él no tardó en regresar totalmente vestido y en sacarla de debajo de las mantas.
—Quejarte no te servirá de nada— le dijo mientras la envolvía en una de sus batas —Vas a volver a tu habitación. No pueden ver te conmigo a estas horas.
—¿Tienes miedo de un escándalo?— preguntó Brid.
—No. Aunque, por naturaleza, tiendo a conducirme con discreción siempre que es posible.
—Siempre tan caballeroso— se burló ella, que levantó los brazos para que le anudara el cinturón de la bata —Deberías casarte con una joven que fuera tan discreta como tú.
—Sí, pero esas jóvenes no son ni la mitad de entretenidas como lo son las perversas.
—¿Eso soy?— preguntó ella mientras le rodeaba los hombros con los brazos —¿Una chica perversa?
—Sin duda alguna— respondió Félix antes de cubrir la boca de la muchacha con la suya.
Marinette se despertó al oír que alguien arañaba la puerta con los dedos. Entrecerró los ojos y vio que la luz todavía estaba teñida con los colores del amanecer; su hermana se encontraba delante del lavamanos, desenredándose el cabello. La menor de las Dupain-Cheng se incorporó en la cama y se apartó el pelo de la cara antes de preguntar:
—¿Quién podrá ser?
—Voy a ver.
Ya ataviada con un vestido mañanero en otomán de seda de color rojo oscuro, Brid se acercó a la puerta y abrió una rendija. A juzgar por lo que Mari pudo ver, se trataba de una sirvienta con un mensaje. A continuación, se produjo una breve conversación y a pesar de que Marinette no pudo entender las palabras, sí captó cierto tono de sorpresa en la voz de su hermana, que acabó transformándose en enfado.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Romantizm-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...