Esa noche tendría lugar un baile formal. El clima era agradable, seco y fresco, por lo que las hileras de altas ventanas permanecían abiertas para dejar que entrara el aire del exterior. La luz de los candelabros se derramaba sobre el detallado diseño del suelo como brillantes gotas de lluvia. La música de la orquesta llenaba el ambiente con alegres acordes que proporcionaban el marco perfecto para que los invitados intercambiaran cotilleos y risas.
Bridgette no se atrevió a aceptar una copa de ponche por temor a mancharse el vestido de baile de satén color crema. Las faldas sin adornos caían en brillantes cascadas hasta el suelo, mientras que la estrecha cintura quedaba ceñida por un lazo de raso a juego. El único adorno del vestido era la hilera de perlas artísticamente cosidas en el borde del escote redondo de su corpiño. Mientras se colocaba mejor el dedo meñique de su guante largo, miró a Lord Westcliff al otro lado de la habitación. El traje de etiqueta y los dobleces de la corbata blanca, tan afiladas como el borde de un bisturí, le daban un aspecto sombrío y espectacular.
Como de costumbre, un grupo de hombres y mujeres se había reunido a su alrededor. Una de las mujeres, una hermosa rubia de cuerpo escultural, se inclinó hacía él y le susurró algo que hizo aparecer una pequeña sonrisa a sus labios. El conde observaba el salón con serenidad, evaluando la reunión de gente distinguida que se movía de un lado a otro... hasta que vio a Bridgette. Su mirada recorrió a la joven de arriba abajo en un rápido reconocimiento. Brid sintió su presencia con tal intensidad que tuvo la sensación de que el conde se encontraba a su lado y no a una distancia de unos quince metros. Sorprendida por la clara conciencia sensual que despertaba en ella desde el otro lado de la sala, inclinó ligeramente la cabeza en su dirección y se dio la vuelta.
—¿Qué pasa?— murmuró Marinette cuando se acercó a ella —Pareces bastante distraída.
Bridgette le respondió con una sonrisa amarga.
—Estoy tratando de recordar todo lo que nos dijo la condesa— mintió — y de fijarlo todo en mi cabeza. Sobre todo las normas de las reverencias. Si alguien me hace una reverencia, gritaré y echaré a correr en dirección contraria.
—Me aterra cometer un error— le confesó Mari —Era mucho más fácil antes, cuando no tenía ni idea de todo lo que estaba haciendo mal. Esta noche será un placer ser una florero y sentarme a salvo en una silla, al fondo de la estancia.
Juntas, recorrieron con la mirada una de las paredes, en la que había una hilera de huecos semicirculares flanqueados por delgadas columnas y provistos de pequeños asientos tapizados con terciopelo. Sabrina estaba sentada sola en el hueco más alejado, cerca de uno de los rincones del salón. El vestido rosa desentonaba con el color rojo anaranjado de su pelo, y la joven mantenía la cabeza agachada mientras bebía a escondidas pequeños sorbos de una taza de ponche. La postura que había adoptado decía claramente que no deseaba hablar con nadie.
—Ah, eso sí que no...— dijo Marinette — Vamos, rescatemos a esa pobre chiquilla de la pared y hagamos que pasee con nosotras.
Bridgette le dirigió una sonrisa en respuesta y se dispuso a acompañar a su hermana. No obstante, se quedó paralizada cuando escucho una voz profunda junto al oído:
—Buenas noches, señorita Dupain-Cheng.
Parpadeando a causa del asombro, se giró para enfrentarse a lord Westcliff, que había cruzado la estancia hasta ella con sorprendente velocidad.
—Milord...
Félix hizo una reverencia ante la mano de Brid y después saludó a Marinette. A continuación, su mirada regresó de nuevo al rostro de la mayor de las hermanas.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Romantizm-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...