𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 2

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Félix se alejó cabalgando de la mansión y condujo a su caballo a lo largo del transitado sendero del bosque que se extendía más allá de los jardines. Tan pronto como hubo cruzado un valle y ascendido la ladera opuesta, dejó que el animal corriera a sus anchas, de modo que sus cascos comenzaron a resonar sobre los prados de ulmaria y de hierba amarilleada por el sol. La finca Stony Cross Park poseía los mejores terrenos de todo Hampshire, con bosques frondosos, praderas cubiertas de flores, charcas y extensos campos dorados. Las invitaciones a la propiedad, que una vez fuera reserva de caza de la familia real, eran en esos momentos las más codiciadas de toda Inglaterra.

El flujo más o menos constante de invitados que acudían a Stony Cross Park resultaba muy beneficioso para los propósitos de Félix, puesto que no sólo le proporcionaba compañía para practicar la caza y los deportes que tanto le gustaban, sino que también le permitía llevar a cabo ciertas maniobras tanto financieras como políticas. Se realizaban todo tipo de negocios en el transcurso de esas fiestas campestres, en las que Félix solía persuadir a algún que otro político u hombre de negocios para que apoyara su postura en asuntos de importancia.

La fiesta que estaba a punto de comenzar no tenía por qué ser distinta a cualquier otra; sin embargo, durante los últimos días, Félix se había visto asaltado por un progresivo estado de intranquilidad. Como el hombre racional que era, no creía ni en premoniciones ni en esas estupideces espiritualistas que se habían puesto tan de moda... aunque le daba la sensación de que el ambiente de Stony Cross Park había cambiado de alguna manera. El aire estaba cargado con la incertidumbre de la espera, como la tensa calma que precede a la tempestad. Félix se sentía inquieto e impaciente, y no había ejercicio físico alguno que lograra calmar ese creciente nerviosismo.

Al pensar en la noche que tenía por delante, y a sabiendas de que tendría que relacionarse con los Dupain-Cheng, sintió que la inquietud se transformaba en algo que alcanzaba la ansiedad. Se arrepentía de haberlos invitado. De hecho, renunciaría de buena gana a cualquier posible negocio futuro con Thomas Dupain si de ese modo, pudiera librarse de ellos. No obstante, el hecho era que ya se encontraban allí, que permanecerían en su casa durante un mes completo y que lo único que podía hacer era sacarle el máximo partido a la situación.

Félix tenía toda la intención de lanzarse a una completa negociación con Thomas Dupain para conseguir que éste expandiera su industria de jabones y estableciera una fábrica en Liverpool o quizás, en Bristol. Con toda probabilidad, el impuesto con el que el gobierno británico tasaba el jabón se derogaría en los años venideros, si Félix podía confiar en los amigos reformistas con los que contaba en el Parlamento. Cuando eso sucediera, el jabón se convertiría en un artículo mucho más accesible para la población en general, hecho que no sólo afectaría de forma favorable en la salud pública, sino también en la cuenta bancaria de Félix. Siempre y cuando Thomas Dupain tuviera en cuenta tenerlo a él como socio. El único problema era que la presencia de Thomas Dupain significaba tener que soportar también la de sus hijas y en eso no había vuelta de hoja.

Bridgette y Marinette eran la personificación de esa moda tan criticable y reprochable que se había impuesto entre los norteamericanos de mandar a sus herederas a Inglaterra a la caza de un marido. De ese modo, la sociedad londinense se veía invadida por un ejército de señoritas ambiciosas que no paraban de parlotear sobre sí mismas con ese acento tan atroz, deseosas de atraer la atracción de los periódicos y ganar publicidad... Jovencitas con poca elegancia, escandalosas y engreídas que no tenían más ambición que la de comprar un título con el dinero de sus padres... cosa que solían conseguir en la mayoría de los casos. Félix había llegado a conocer muy bien a las hermanas Dupain-Cheng durante la última visita de las muchachas a Stony Cross Park, y poco podía decir a favor de alguna de ellas.

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora