𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 6

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En cuanto Bridgette entró en el invernadero de cítricos, se vio asaltada por una marea de fragancias. Naranjas, limones, laureles y mirtos inundaban con su aroma el ambiente del lugar, cálido gracias al sistema de calefacción. En el suelo embaldosado de aquel edificio rectangular se abrían una serie de respiraderos cubiertos por unas rejas metálicas, lo que permitía que las calderas ubicadas en el sótano, calentaran la planta superior de manera uniforme. La luz de las estrellas atravesaba del techo de cristal y de las brillantes ventanas, iluminando las diferentes terrazas interiores con abundantes plantas tropicales.

El invernadero estaba oscuro y tan sólo la parpadeante luz de los faroles exteriores disminuían las sombras. Cuando Brid oyó el sonido de unos pasos, se giró de inmediato para enfrentar al intruso. La postura de su cuerpo debió mostrar cierta inquietud, ya que lord Westcliff la tranquilizó con voz baja y serena:

—Sólo soy yo. Si prefiere que nos encontremos en otro lugar...

—No— lo interrumpió Bridgette, que encontraba gracioso el hecho de que uno de los hombres más poderosos de Inglaterra, se refiriera a sí mismo como «sólo soy yo» —Me gusta el invernadero. En realidad, de todas las estancias de la mansión, ésta es mi favorita.

—La mía también— confesó Westcliff mientras se acercaba a ella muy despacio —Por varias razones, entre las que destaca la intimidad que ofrece.

—No disfruta de mucha intimidad, ¿verdad? Con todas esas idas y venidas a Stony Cross Park...

—Suelo encontrar el tiempo suficiente para estar solo.

—¿Y qué hace cuando está solo?— La situación en sí comenzaba a parecer un tanto irreal: estaba en el invernadero con Félix, observando cómo los destellos de los faroles iluminaban los contornos severos, aunque elegantes, de su rostro...

—Leer— contestó con voz profunda —Caminar. De vez en cuando nado en el río.

De repente, Bridgette se sintió enormemente agradecida por la oscuridad existente, dado que la idea de ese cuerpo desnudo deslizándose por el agua, le acababa de provocar un enorme rubor.

Tras confundir el repentino silencio de la joven con un posible malestar, cuyo origen mal interpretó por completo, Félix dijo con brusquedad:

—Señorita Dupain-Cheng, debo disculparme por lo que sucedió esta tarde. No sé cómo explicar mi comportamiento y lo único que se me ocurre es que se trató de un momento de locura que jamás volverá a repetirse.

Brid se tensó al escuchar la palabra «locura».

—Está bien— contestó —Acepto sus disculpas.

—Puede quedarse tranquila, ya que le aseguro que no la encuentro deseable de ninguna de las maneras.

—Lo entiendo. No hay más que decir, milord.

—Si nos dejasen solos en una isla desierta, ni se me ocurriría acercarme a usted.

—Lo comprendo— replicó ella de forma breve —No tiene por qué extenderse en su explicación.

—Lo único que quiero es dejar claro que lo que hice fue una completa aberración. Usted no es el tipo de mujer por el que pudiera sentirme atraído.

—De acuerdo.

—De hecho....

—Ya lo ha dejado bastante claro, milord— interrumpió Bridgette, que frunció el ceño al darse cuenta de que ésa era la disculpa más molesta que había recibido jamás —No obstante y como mi padre suele decir, toda disculpa honesta debe ir acompañada de una compensación.

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora