A pesar del miedo y la preocupación, los efectos restantes del éter hicieron que Bridgette durmiera sentada en el carruaje, con la cabeza apoyada sobre el acolchado terciopelo de uno de los laterales. Fue la interrupción del movimiento lo que la despertó. Le dolía la espalda y tenía los pies fríos y entumecidos. Mientras se frotaba los doloridos ojos, se preguntó si lo habría soñado todo. Deseaba despertar en la silenciosa y pequeña habitación de Stony Cross Park... o mejor aún, en la espaciosa cama que había compartido con Félix. Al abrir los ojos, vio el interior del carruaje de St. Vincent y se le cayó el alma a los pies.
Le temblaban los dedos cuando estiró la mano para apartar con torpeza la cortinilla de la ventana. La noche estaba cayendo y el sol del atardecer lanzaba sus últimos y desapacibles rayos a través de pequeños árboles. El carruaje se había detenido frente a una posada que, según el cartel situado a un lado de la entrada principal, se llamaba El Toro y las Fauces. Era un establecimiento grande, con unos establos que podían mantener a unos cien caballos, y que contaba con tres edificios conectados para hospedar a los viajeros que hicieran uso del camino como entrada principal.
Al notar un movimiento en el asiento contiguo, Brid comenzó a girarse y tensó el cuerpo al sentir que le sujetaban con cuidado las muñecas a la espalda.
—¿Qué...?— preguntó al tiempo que le ajustaban unos aros de metal alrededor de las muñecas. Tiró de los brazos, pero le resultaba imposible zafarse —Maldito imbécil— dijo, y la voz le temblaba por la furia —Cobarde asqueroso. Maldito...— Su voz quedó amortiguada cuando le metieron un trozo de tela en la boca y le ataron una mordaza para asegurado en su lugar.
—Lo siento— le susurró St. Vincent al oído, pero no parecía en absoluto arrepentido —No debes tirar de las esposas, gatita. Lo único que conseguirás será magullarte sin necesidad— Sus cálidos dedos se cerraron en torno a los gélidos puños de ella —Éste es un juguete interesante— musitó al tiempo que pasaba la yema de un dedo bajo el metal para acariciarle la muñeca —Conozco a algunas mujeres que le tienen mucho cariño— Giró el cuerpo rígido de ella entre sus brazos y sonrió al ver el furioso desconcierto que reflejaba la expresión de la joven —Qué inocente... será un enorme placer enseñarte.
Aunque tenía la lengua seca, Bridgette comenzó a empujar con ella contra la mordaza al tiempo que reflexionaba sobre la criatura hermosa y traicionera que era St. Vincent. Un villano debería tener el pelo negro, estar cubierto de verrugas y ser tan monstruoso por fuera como lo era por dentro. Resultaba una enorme injusticia que a una bestia desalmada como St. Vincent la hubieran bendecido con semejante belleza.
—Regresaré en un instante— le dijo —No te muevas... e intenta no causar ningún problema.
«Maldito asno pomposo», pensó Brid con amargura cuando una oleada de pánico le provocó un nudo en la garganta. Contempló a St. Vincent sin parpadear mientras él abría la puerta y se alejaba del carruaje. La creciente penumbra del atardecer la envolvió por completo. Obligándose a respirar con regularidad, Bridgette trató de sobreponerse al miedo para poder pensar. Lo más probable es que llegara un momento, un instante, en el que tuviera una oportunidad de escapar. Sólo tenía que esperar.
Era muy probable que en Stony Cross Park hubieran descubierto su ausencia muchas horas atrás. Ya estarían buscándola... perdiendo el tiempo, preocupándose... y mientras tanto, la condesa aguardaría en silenciosa complacencia, satisfecha al saber que se había deshecho con destreza de al menos uno de esos molestos extranjeros. ¿En qué estaría pensando Félix en esos momentos? ¿Qué estaría...? No, no podía permitirse darle vueltas a esas ideas, porque lo único que había conseguido era que le ardieran los ojos, y no estaba dispuesta a llorar. St. Vincent no tendría la satisfacción de ver ninguna muestra de debilidad por su parte.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Romance-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...