𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 18

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Si aquello era un sueño, reflexionó Bridgette unos minutos más tarde la claridad con la que estaba sucediendo resultaba sorprendente. Un sueño, eso era... y se aferró con todas sus fuerzas a la idea. En los sueños se podía hacer cualquier cosa. No había reglas ni obligaciones... solo placer. Y qué placer... Tras desvestirla, Félix se quitó su propia ropa, de manera que los atuendos de ambos formaban montón en el suelo. Acto seguido, la cargó en brazos para llevarla hasta una cama enorme con almohadones suaves como nubes de plumas y unas impecables sábanas blancas de lino. Definitivamente aquello era un sueño, puesto que la gente sólo hacía el amor en la oscuridad y en esa habitación entraba en exceso la luz del sol de la tarde.

Félix yacía a su lado, medio inclinado sobre ella, y jugueteaba con la boca sobre sus labios, depositando en ellos unos besos tan lánguidos y prolongados que Brid no sabía muy bien cuándo terminaba uno y comenzaba siguiente. Podía sentir toda la longitud del cuerpo masculino contra ella y su fuerza la sorprendía, al igual que el tacto de los músculos que iba descubriendo con las manos. El cuerpo de Félix era toda una revelación: tan duro y a la vez tan suave... y tan caliente. El suave vello del su pecho le hacía cosquillas en los senos desnudos cada vez que el hombre se movía sobre ella. Finalmente, él reclamó cada centímetro de su cuerpo con un lento y erótico recorrido de besos y caricias

A Brid le daba la impresión de que el olor del conde (y también el suyo, a decir verdad) se había alterado gracias al calor de la pasión y había adquirido un matiz salado que llenaba cada respiración con una fragancia erótica. Enterró la cara en el hueco de la garganta de Félix e inhaló con voracidad. Félix... En ese sueño no se comportaba como un reservado caballero inglés, sino como un extraño tierno y atrevido que la escandalizaba con las intimidades que le exigía.

Tras colocarla boca abajo, se dispuso a trazar un camino de suaves mordiscos a lo largo de su columna descubriendo con la lengua lugares que la hacían estremecerse por la sorpresa del placer. Notó la cálida mano que le acariciaba las nalgas. Cuando sintió que acariciaba con la punta de los dedos la secreta hendidura que había entre sus muslos, Bridgette emitió un gemido de desamparo y comenzó a arquearse sobre el colchón.

Con un murmullo ininteligible, Félix presionó su espalda con suavidad para que volviera a tenderse en el colchón y tras apartar los sedosos rizos, la penetró con un dedo y jugueteó con la delicada carne dibujando caricias circulares. Brid apoyó una de sus enrojecidas mejillas sobre la sábana blanca y jadeó de placer. El conde murmuró algo tras su nuca y se colocó a horcajadas sobre ella.

El sedoso peso de su sexo rozó una de las piernas de Bridgette mientras jugueteaba entre sus muslos con caricias enloquecedoramente suaves y lentas. Demasiado lentas. Ella deseaba mucho más... lo quería todo... cualquier cosa. Con el corazón desbocado, se aferró a las sábanas de lino y las arrugó entre sus sudorosas manos. En su interior bullía una tensión muy extraña que la obligaba a retorcerse bajo el musculoso cuerpo de Félix.

Los gritos ahogados que emitía parecían complacerlo. Volvió a darle la vuelta para dejarla acostada sobre la espalda y la contempló con un brillo febril en sus ojos grisáceos.

—Bridgette— susurró sobre los temblorosos labios de la muchacha —ángel mío, mi amor... ¿Te duele aquí?— Y en ese momento, su dedo volvió a penetrarla —En este sitio tan suave y tan vacío... ¿quieres que lo llene?

—Sí— sollozó ella sin dejar de retorcerse para acercarse más a él —Sí, Félix... si.

—Pronto— le aseguró antes de pasar la lengua por un erguido pezón.

Brid no pudo reprimir un jadeo cuando sintió que su seductora lengua se retiraba. Aturdida y desesperada, notó que él comenzaba a descender a lo largo de su cuerpo; más y más abajo, lamiéndola y mordisqueándola hasta que...

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora