𝓒 𝓐 𝓟 𝓘 𝓣 𝓤 𝓛 𝓞 13

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Acompañada de Marinette y Sabrina para que la encubrieran, Bridgette abandonó el salón de baile con el simple pretexto de ir a retocarse. Según el improvisado plan que habían tramado, ambas la esperarían en la terraza posterior mientras ella procuraría a su vez, reunirse con lord St. Vincent en el jardín. Y cuando regresaran al salón, le asegurarían a Sabine que habían permanecido juntas todo el tiempo.

—¿Estás se-segura de que no es peligroso encontrarse a solas con lord St. Vincent?— preguntó Sabri cuando caminaban hacia el vestíbulo de la entrada.

—Por supuesto que no lo es— le contestó Brid con seguridad —Bueno, tal vez intente tomarse algunos atrevimientos, pero de eso se trata, ¿no es cierto? Además, quiero comprobar si mi perfume funciona con él.

—No funciona con nadie— replicó Mari, irritada —Al menos, no en mi caso.

Bridgette miró de reojo a Sabrina.

— ¿Y tú, querida? ¿Has tenido suerte?

Marinette contestó por ella:

—Sabri no ha permitido que nadie se le acerque lo suficiente como para comprobarlo.

—Bueno, pues yo voy a darle a St. Vincent la oportunidad de olerlo bien. Por todos los santos, este perfume tendría que tener algún efecto sobre un notorio mujeriego.

—Pero si alguien los descubre...

—Nadie nos va a descubrir— la interrumpió Brid, que empezaba a impacientarse —No sé de ningún otro hombre en toda Inglaterra con más experiencia que lord St. Vincent a la hora de escabullirse de un lugar para tener una cita clandestina.

—Será mejor que tengas cuidado— le aconsejó su hermana —Las citas clandestinas son peligrosas. He leído sobre cientos de ellas y ninguna acaba bien.

—Será una cita muy breve— le aseguró Bridgette —Un cuarto de hora a lo mucho. ¿Qué puede suceder en ese intervalo de tiempo?

—Por lo que Alya cue-cuenta— contestó Sabrina con actitud sombría —muchas cosas.

—¿Dónde está Alya?— preguntó Brid al caer en la cuenta de que no la había visto en toda la noche.

—Esta tarde no se sentía muy bien, pobrecita— informó Mari —Parecía estar a punto de vomitar. Me temo que tal vez no le haya sentado bien algo que tomó durante el almuerzo.

Bridgette compuso una mueca de asco y se estremeció

—Sin duda, fue alguno de esos platos de anguilas, de menudillos de ternera o de patas de pollo...

Marinette la miró con una sonrisa.

—Ni se te ocurra pensar en eso. Acabarás por ponerte enferma. De cualquier modo, el señor Lahiffe la está cuidando.

Salieron a través de las puertas francesas situadas en la parte posterior del vestíbulo y se adentraron en la terraza embaldosada, que a esas horas se encontraba vacía. La más pequeña de las Dupain-Cheng se giró para agitar un dedo en actitud burlona frente a su hermana.

—Si tardas más de un cuarto de hora en regresar, Sabri y yo iremos a buscarte.

La respuesta de Brid fue una ligera carcajada.

—No me retrasaré— Guiñó un ojo y sonrió al ver el semblante preocupado de Sabrina —Estaré bien, querida. Tú piensa en las cosas tan interesantes que podré contarte a mi regreso.

—Eso es lo que me a-asusta— replicó Sabri.

Bridgette se alzó las faldas para bajar por una de las escaleras traseras y se aventuró hacia los jardines, dejando atrás los añosos setos que formaban una muralla impenetrable alrededor de los niveles inferiores. El ambiente de los jardines, iluminados por la luz de los faroles, estaba lleno de colores y fragancias otoñales: hojas doradas y cobrizas; abundantes franjas cargadas de rosas y dalias; plantas en flor y parterres cubiertos por una mezcla de hojas aún verdes y paja que desprendía un agradable e intenso aroma.

𝓜𝓮   𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮  𝓾𝓷  OᴛᴏñᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora