No estaba claro si había sido Marinette quien «destapara la olla», como se decía en Nueva York, o si habían sido las noticias que trajera Alya, a quien tal vez su marido hubiera informado acerca de la escena de la biblioteca. De lo único que Bridgette podía estar segura, cuando se unió al resto de las floreros para el aperitivo de media mañana en la sala de desayunos, era de que sus amigas lo sabían.
Podía leerlo en sus rostros: en la cara desconcertada de Sabrina, en el aire conspirador de Mari y en la estudiada indiferencia de Alya. Brid se sonrojó y evitó la mirada de todas mientras se sentaba a la mesa. Siempre había mantenido una fachada de cinismo y la había utilizado como defensa contra la vergüenza, el miedo o la soledad. Sin embargo, en ese momento se sentía inusualmente vulnerable.
Alya fue la primera en romper el silencio.
—Hasta ahora, ésta ha sido una mañana de lo más aburrida— Con un gesto elegante, se llevó la mano a la boca para ocultar un fingido bostezo —Espero que haya alguien que pueda animar la conversación. ¿Algún chisme que compartir, por casualidad?— Su mirada burlona se clavó en la expresión consternada de Bridgette. Un sirviente se acercó para llenar la taza de té de la mayor de las Dupain-Cheng y Alya esperó hasta que se hubo marchado de la mesa para continuar —Has aparecido bastante tarde esta mañana, querida. ¿No has dormido bien?
Bridgette entrecerró los ojos para observar a su jovial y sarcástica amiga, mientras oía toser a Sabri, que estuvo a punto de ahogarse con un sorbo de té.
—En realidad, no.
Alya sonrió; tenía un aspecto absolutamente radiante.
—¿Por qué no nos cuentas tus noticias, Brid, antes de que yo les cuente las mías? Aunque dudo de que las mías puedan considerarse ni la mitad de interesantes.
—Al parecer, ya están enteradas de todo— musitó Bridgette, que trató de ahogar su bochorno con un largo trago de té.
Puesto que lo único que consiguió fue quemarse la lengua, dejo la taza sobre la mesa y se obligó a enfrentar la mirada de Alya, que se había suavizado y le ofrecía un alegre apoyo.
—¿Te encuentras bien, querida?— preguntó Alya con delicadeza.
—No lo sé— admitió Brid —No sé ni cómo me siento. Estoy entusiasmada y feliz, pero también, de algún modo...
— ¿Asustada?— murmuró Alya.
La Bridgette de hace un mes habría preferido que la torturaran hasta la muerte antes que admitir por un momento el miedo que sentía... pero se descubrió asintiendo como respuesta.
—No me gusta estar indefensa ante un hombre que no es conocido precisamente por su sensibilidad o por su misericordia. Es evidente que nuestros temperamentos no encajan muy bien.
—Pero ¿te atrae físicamente?— preguntó Alya.
—Por desgracia, sí.
—¿Y por qué lo consideras una desgracia?
—Porque sería mucho más fácil casarse con un hombre con el que se comparte una amistad superficial en lugar de... de...
Las tres jóvenes se inclinaron hacia ella para no perder palabra.
—¿En lugar d-de qué?— preguntó Sabrina, con los ojos abiertos de par en par.
—En lugar de esta ardiente, desgarradora, colosal y sin duda, indecente pasión.
—Madre del amor hermoso...— dijo Sabri casi sin aliento al tiempo que se reclinaba en su silla. Alya por el contrario, no dejaba de sonreír y Marinette, fascinada, contemplaba a su hermana con curiosidad.
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𝓜𝓮 𝓮𝓷𝓪𝓶𝓸𝓻𝓮 𝓾𝓷 Oᴛᴏñᴏ
Roman d'amour-Eɴ ᴏᴛᴏñᴏ, ᴇʟ ᴄɪᴇʟᴏ ʟʟᴇᴠᴀ ᴘᴜᴇsᴛᴏ ᴇʟ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴛᴜs ᴏᴊᴏs; ʏ ᴄᴀᴅᴀ ᴠᴇᴢ ᴍᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴘᴇɴsᴀʀ ᴍᴀs ᴇɴ ᴛɪ. La testaruda heredera franco-china: Bridgette Dupain-Cheng, ha ido a Inglaterra para encontrar un marido aristocrático. Desafortunadamente, ningún hombre es...